4. A mano armada

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Esa noche el centro de la ciudad se encontraba tan vibrante como siempre. La gente caminaba por las calles casi sin prestarse atención entre sí, apresurándose para llegar a todos los sitios que debían visitar antes de que llegara el amanecer. Los automóviles de lujo circulaban en todas direcciones, con la pintura resplandeciendo ante las luces de los grandes edificios, las tiendas, los centros nocturnos y demás negocios que se apretujaban a uno y otro lado de las calles, tratando de acaparar todo el dinero que podían de lo mucho que los acaudalados habitantes y visitantes de la metrópoli iban despilfarrando tan libremente en cada lugar que visitaban. Con tal actividad nocturna, casi parecía que la vida en esa ciudad era mucho más activa durante esas horas que en el día. Cualquiera que visitara ese lugar por primera vez seguramente creería que la vida en la gran ciudad era una fiesta constante llena de lujos, placeres y diversiones. Un paraíso sobre la tierra hecho por y para el hombre.

Solamente los que verdaderamente habitaban ese lugar desde hacía ya años lo conocían mejor que la capa exterior que veían los turistas. El bajo mundo de la ciudad conocida como Inten City, al igual que el de muchas otras, estaba secretamente dominado por el crimen y la corrupción. Los empresarios, magnates, corredores y otros que mantenían sus negocios trabajando a toda hora del día, cuyos ingresos constantes generaban la derrama económica que mantenía a toda la acaudalada ciudad, necesitaban desesperadamente sus narcóticos que los mantuvieran despiertos y relajados para poder rendir sus turnos de más de 12 horas. Esos hombres y mujeres pertenecían a ése uno por ciento de la población mundial que gana cientos de miles de dólares al año, por lo que cada minuto que pasaban fuera del trabajo les costaba literalmente una pequeña fortuna. De manera que estaban dispuestos a pagar casi la misma cantidad de dinero a quién pudiera mantenerlos abastecidos de sus buenas dosis de "medicina" contra la somnolencia.

Y como era de esperar, no faltaban los que estaban dispuestos a lo que sea por proveerlos de esa medicina. En los callejones más oscuros de la ciudad se reunían las pandillas que se encargaban de mantener el flujo constante de drogas y de armas, las primeras para que sus clientes siguieran trabajando tanto como pudieran y se aseguraran de que el dinero circulara continuamente; y las segundas claro para controlar tantas partes del negocio como fueran capaces. Se lo disputaban todo, tanto a los mejores clientes como los territorios donde sus traficantes podían ofrecer su producto a clientes nuevos, a los proveedores de los ingredientes y de las mismas armas, los laboratorios donde se fabricaban las drogas, las rutas por donde se transportaban sus recursos e incluso el derecho a sobornar a los agentes de la ley cuyo deber supuestamente era el de detener sus nefastas operaciones.

Por supuesto, estas mafias no podían mantener tales negocios ocultos de la vista del mundo sin las pantallas y las cubiertas necesarias. Para hacer que sus ganancias parecieran legítimas cada uno de estos grupos criminales controlaba también alguno de los miles de comercios que componían los distritos comerciales de la ciudad. Casi cada una de esas tiendas, cines, restaurantes, boutiques, bares, etc. que los visitantes y turistas visitaban a diario con tanta alegría era el frente para alguna operación de lavado de dinero de uno de estos grupos criminales. Casi cada dólar en circulación estaba manchado con la sangre de algún pandillero u otra víctima de las guerras, que se movían como piezas de ajedrez controladas por los jugadores: Los jefes, los que de verdad tenían el absoluto control de todo lo que sucedía por debajo de la mesa.

Y resulta que otro de tantos de esos movimientos por el tablero estaba a punto de tomar lugar esa noche del Miércoles, 11 de Noviembre. Por supuesto que para poder vender y comprar armas estas primero tenían que conseguirse, lo cual no resultaba tan difícil como podría pensarse en una ciudad en donde todo podía encontrarse sabiendo dónde y cómo buscarlo. Una fuerte suma de dinero había sido pagada a cambio de toda la información necesaria para el golpe. Un cargamento de armas recién ensambladas por la empresa de manufactura y venta de armas State of the Art-Illery (conocida como SOTAI) iba a ser transportado hacia la jefatura principal del departamento de policía de Inten City, la ICPD. La inteligencia obtenida incluía los horarios exactos de envío y entrega, las posibles rutas que se usarían y el nivel de entrenamiento y armamento con el que contaban los repartidores y sus guardias, así como la cubierta que se usaría para disfrazar el transporte. Aproximadamente a las 2:45 de la mañana, un par de camionetas Ford Transit Cargo, flanqueadas por cuatro motocicletas Honda CRF 450, cada una de las cuales llevaba a su conductor y a un pasajero, rodearon repentinamente el tráiler de una tienda de electrónica que circulaba por la zona sur de la ciudad, a través de un área poco iluminada. Una de las camionetas se colocó frente al enorme vehículo de carga y redujo la velocidad para obligarlo a hacer lo mismo. La puerta trasera de la camioneta se abrió y un par de hombres soltaron una red de pinchos reforzados en medio de la calle. Las llantas del tráiler estaban blindadas, pero sólo bastó que una de sus llantas reventara y se enredara en la red para obligar al conductor a detenerse. En cuanto lo hizo, y las camionetas y las motocicletas lo hubieran rodeado, la compuerta de la carga se abrió y un grupo de hombres fuertemente armados salieron a defender el camión de los asaltantes, los cuales empezaron a disparar contra ellos con carabinas M4. Los guardias consiguieron abatir a un par de asaltantes, pero no fueron suficientes para repelerlos lo suficientemente rápido. Cada vez que alguno resultaba mortalmente herido y caía al suelo, otro letrero rojo de WASTED aparecía sobre su cuerpo mientras que todo lo que veía se volvía de color gris, justo antes de morir.

Sword Art Online: Drive-By Ridin'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora