27. Justicia por mano propia

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—Malditas cucarachas rastreras —se quejaba Hashimoto con el agente de policía que lo acompañaba, el que había venido a advertirle de lo que ocurría, al ver desde el borde del piso en construcción hacia la calle. Decenas de vehículos de Red Target seguían dando vueltas a su alrededor. Habían encontrado el auto de Klein, pero sin él adentro. Desde arriba resultaba evidente que estaban buscando algo en los alrededores, pero no sabían por dónde empezar. Hashimoto volvió a entrar a la pequeña habitación donde se encontraban Klein y los demás.

—¿Qué diablos fue lo que hiciste? —le preguntó tranquilamente.

—¿Yo? —le preguntó él, sonriendo a manera de respuesta. Esta vez era su turno de burlarse de él e iba a disfrutarlo—. Con el dinero que valgo allá afuera, ¿creíste que podrías secuestrarme sin que nadie viniera a buscarme? Debiste saber que era cuestión de tiempo. Parece que te distrajiste divirtiéndote demasia... ¡¡¡GAAAAHH!!!

Hashimoto comenzó a apretarle el hombro con su mano, presionando con su dedo justo en el lugar donde aún tenía abierta una herida provocada por el desarmador caliente. Era un mal perdedor.

—¡Suéltalo ya! —le gritó Asuna—. ¡Ya no tiene caso, estás atrapado! ¡Deberías rendirte y dejarnos ir mientras puedes!

—¿Crees que voy a dejar que se termine tan fácilmente? —le preguntó Hashimoto, aún sin soltar a Klein—. Este edificio está lleno de mis hombres.

—¿Vas a confiar en un grupo de novatos para defenderte? —le dijo Asuna, a quién los policías habían comenzado a desatar primero—. Resultó muy obvio desde que nos detuvieron que todos estos policías son jugadores casuales. Con el dinero que tiene Klein estoy segura de que tiene a su cargo un fuerte sistema de seguridad profesional. Tus hombres no tienen oportunidad contra ellos.

—Qué mala suerte que ni siquiera sean capaces encontrarnos. Están perdidos allá abajo, dando vueltas por todos lados como las ratas cuando se enciende la luz. —volvió a burlarse de ella Hashimoto, mientras sus captores la obligaban a ponerse de pie, para luego ordenarle a uno de los policías—. Llama al helicóptero, el Mi-24. Saldremos por el techo. Diles que lo quiero aquí en treinta minutos, ni un segundo menos.

—Sí señor —le respondió el oficial, antes de salir por la puerta trasera para hacer la llamada. Hashimoto le hizo otra señal a Nagara y a Inagawa para que continuaran desatando a los rehenes.

—Crees que lo único que necesitas hacer es escapar de este lugar y eso será todo, ¿no es así? —le preguntó Klein—. ¿Por lo menos tienes pensado a quién le venderás esas drogas, o los perfiles, o a Alice?

—No te interesa —le respondió Hashimoto, mientras Inagawa seguía ocupándose de desatarlo a él.

—No tienes ni la más remota idea de que es lo que vas a hacer —se burló de él Klein—. Y mientras lo piensas todos los que te quieren muerto comenzarán a trabajar para rastrearte y acabar contigo y con tu naciente imperio criminal. Hiciste enojar a muchas personas el día de hoy. Pusiste un blanco sobre tu propia espalda y alguien la atravesará con una bala antes de que tengas tiempo de anunciar lo que estás vendiendo.

—¡Ya cállate, me molestas! —lo detuvo Hashimoto, para luego ordenarle a sus hombres—. ¡Dénse prisa y saquen de aquí a estas basuras! ¡El transporte ya viene!

Nagara terminó de desatar a Alice y la levantó en sus brazos, dado que no podía mantenerse en pie por sí sola. Inagawa obligó a Klein a levantarse a punta de pistola, pero casi de inmediato cayó al suelo, demasiado malherido para caminar.

—¡Klein! —exclamó Asuna, liberándose de pronto del oficial que la sujetaba para inclinarse a su lado.

—¡No sean estúpidos! ¡Esposen a estos idiotas en cuanto los suelten! —ordenó Hashimoto, para luego decirles—. ¡Se los estoy advirtiendo, no intenten nada o no dudaré en dejarlos morir aquí! ¡No necesito más lastres que me sigan retrasando!

Sword Art Online: Drive-By Ridin'Donde viven las historias. Descúbrelo ahora