Capítulo XLIV

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Durante semanas, había estado luchando con una sensación de opresión en el pecho, como si un puño invisible le estrujara el corazón. Respirar se había convertido en un desafío constante, como si el aire se negara a llenar sus pulmones por completo. Pero lo que más le aterraba era el dolor punzante que se propagaba por su pecho, como cuchillas afiladas que rasgaban su alma con cada latido.

En una noche lluviosa y oscura, Bakugō se encontraba solo en su habitación en el castillo, rodeado por las sombras que se alargaban en las paredes, reflejando la tormenta que rugía afuera. Sentado en el borde de su cama, con la mirada perdida en el vacío, se aferraba a su pecho, donde el dolor latía como un eco constante de su sufrimiento interno.

El rubio cenizo ya no recordaba hace cuánto que no estaba en su hogar. Algunas veces, pasaba por su mente esa ocasión en la que decidió quedarse en Kleós y cuidar de Kirishima, tal vez si hubiera sabido que nunca más podría volver a su clan habría tomado una decisión diferente.

Cada respiración se había vuelto un esfuerzo, como si el aire mismo se negara a entrar en sus pulmones, dejándolo ahogándose en un mar de angustia y desesperación. Los recuerdos dolorosos y las palabras no dichas resonaban en su mente, envolviéndolo en una neblina de melancolía y tristeza.

Recordaba la visita al médico, el momento en que las palabras cayeron como una losa sobre su espíritu ya que le explicaron la cruel verdad: su corazón estaba roto, no solo por el dolor emocional, sino por una enfermedad física, el síndrome del corazón roto. Esa revelación lo dejó aturdido, sin aliento, con la sensación de que su destino estaba sellado por una sentencia de desolación.

A lo lejos, el sonido monótono de la lluvia golpeando contra el cristal era como una canción de lamento, una melodía melancólica que acompañaba sus pensamientos oscuros. Aunque Bakugō se sentía abrumado por el peso de su dolor, también había una extraña sensación de indiferencia que lo envolvía, como si ya no le importara lo que sucediera a su alrededor.

Con cada latido de su corazón, Bakugō sentía que se desvanecía un poco más en la oscuridad, perdiéndose en un laberinto de emociones contradictorias. Estaba atrapado en un torbellino de desesperación y desesperanza, incapaz de encontrar una salida a su dolor.

En medio de la tormenta que azotaba su alma, el rubio cenizo se encontraba en un punto de inflexión, donde el sufrimiento y la indiferencia se entrelazaban en una danza macabra. Ya no sabía si quería seguir adelante, si aún había algo que valiera la pena en ese mundo de sombras y penumbra.

Cuando estaba en el fragor de la batalla, Bakugō se encontraba en medio del caos, rodeado por el estruendo de las armas y el clamor de la guerra. A pesar de estar en el campo de batalla, su mente seguía atormentada por el dolor sordo que latía en su pecho, como un tambor lúgubre marcando el ritmo de su angustia.

El sonido metálico de las espadas chocando llenaba el aire, y Bakugō se movía con agilidad, su cuerpo respondiendo instintivamente a los entrenamientos que había realizado durante años. Sin embargo, cada embestida, cada patada, era un esfuerzo sobrehumano en medio del dolor que lo acosaba.

Mientras enfrentaba a sus enemigos, el ojirubí luchaba por concentrarse, su visión nublada por la neblina del dolor. Cada movimiento era una lucha, como si estuviera nadando a contracorriente en un mar embravecido. Los latidos de su corazón resonaban en sus oídos como un eco ominoso, recordándole su fragilidad en medio del conflicto.

En un momento crítico, cuando se encontraba enfrascado en un combate cuerpo a cuerpo con un adversario formidable, el dolor alcanzó su punto máximo. Un estallido agudo en su pecho lo hizo tambalearse, su espada titubeando en su agarre. Por un instante, sintió que todo se desvanecía a su alrededor, el mundo se volvía borroso y distante.

Rise of the Dragon | KiriBakuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora