Capítulo VI

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Era un cálido día y la suave brisa movía el cabello negro del pequeño Kirishima, el infante jugaba felizmente en un plano con una pelota que le había dado su madre hace poco. Cuando se sintió sediento, el niño decidió volver a su hogar para tomar un vaso de agua y descansar un poco.

Entró al pequeño asentamiento dónde vivía y se dirigió a su casa, dentro de ella vió a su madre de espaldas cortando verduras.

— ¡Mami! — exclamó alegre el pequeño niño corriendo para abrazar a su mamá. No la había visto en todo el día ya que la mujer se había levantado muy temprano para recoger leña.

Pero no obtuvo respuesta de su madre, la mujer ni siquiera volteó a verlo. — ¿Mami? ¿Estás enojada conmigo porque ayer no recogí mis juguetes? — preguntó triste el pequeño sin recibir una respuesta de nuevo.

— ¡Los recogí esta mañana! — exclamó intentando demostrar su buen comportamiento, pero aún así la mujer seguía dándole la espalda y cortando los vegetales con más intensidad.

— Yo te hice un dibujo — informó feliz el niño aún sin rendirse por captar la atención de su madre. — ¡Iré por él! — dijo antes de correr hacia su habitación para tomar el dibujo.

Antes de llegar a su habitación Kirishima soltó un fuerte grito al ver el cuerpo de su padre tirado en el suelo lleno de moretones y cortes, con sus mejillas rasgadas y su boca abierta llena de sangre sin ninguno de sus dientes. La perturbadora imagen petrificó al niño, que ahora tenía su pequeño y delicado rostro empapado por lágrimas, a causa del shock retrocedió bruscamente y se golpeó con la pared cayendo suelo, al estirar su manita para poder ponerse en pie tocó algo viscoso que hizo que la recogiera rápidamente y la apretara contra su pecho, lleno de miedo le dio una mirada de reojo a lo que había tocado y era la mano de su padre que ahora ya no tenía ninguna de sus uñas.

— P-papi — salió de la boca del pequeño azabache casi inaudible, completamente aterrorizado corrió hacia la cocina a abrazar a su madre para que lo consolara. A penas llegó se aferró firmemente a la mujer, el niño era una mar de lágrimas e hipidos salían de su boca sin control.

— Ya todo está bien, mi cielo — dijo la mujer y puso su mano sobre el cabello de su hijo acariciandolo.

El chiquillo alzó su cabeza para ver a su madre y se horrorizó con la imagen que lo recibió, la mujer tenía las cuencas de sus ojos vacías y de ahí chorreaba sangre que simulaba lágrimas. Kirishima se alejó de su mamá empujándola, y se acurrucó en una pequeña esquina llorando todo lo que le permitían sus ojos.

— Acercarte Kirishima — dijo su madre extendiendo su maltratada mano al azabache, el niño sólo negó con la cabeza espantado, apretaba tan fuerte sus manitas por el pavor que estaba comenzando a lastimarse.

— ¿Por qué te alejas? Soy tu madre, querido. — aún así el infante no se movió.

— ¡Ven aquí! — gritó y comenzó a acercarse, el niño se levantó y salió de su casa corriendo lo más rápido que le permitían sus cortas piernas.

— ¡Kirishima! — oyó el grito seguido de sonidos desgarradores pero no se detuvo.

— ¡Kirishima! — y abrió sus ojos levantándose bruscamente. Su cuerpo dolía y estaba en el suelo, notó que tenía grilletes con peso en sus piernas y otro en su cuello conectado por una cadena a la pared. Su cara estaba húmeda ya que al parecer había llorado dormido, con sus manos secó su cara con movimientos toscos.

— ¿Estás bien? — preguntó con genuina preocupación Yaoyorozu que estaba frente a él, pero eran separados por barrotes de hierro. La chica traía su distintiva armadura de dos partes y su cabello atado en una coleta alta.

Rise of the Dragon | KiriBakuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora