Capítulo LXVI

20 7 0
                                    

La figura de las dos grandes e imponentes bestias resaltaba entre la multitud de soldados y guerreros que marchaban al lugar de la batalla. La escamas escarlata y doradas brillaban a la luz del sol, el tintineo de las cadenas en el cuello de los dragones iban acompañados del sonido que hacían sus monumentales patas cada vez que daban un paso.

Era difícil ignorar a los gigantescos animales que iban unos cuantos metros detrás de él, y a este punto, esa situación ya debía haberse vuelto algo común en su rutina diaria pero no lograba acostumbrarse. Y claro que era algo que no podía pasarle desapercibido al rubio cuando era él quién llevaba en su mano las cadenas que mantenían atadas a ambas bestias.

Aún tenía malestar físico y gran parte de su cuerpo se sentía adolorido si realizaba algún movimiento equivocado, a pesar de sus dolencias físicas ese no era el motivo real por el cual ya no deseaba seguir con todo eso. Y a decir verdad él tampoco estaba seguro que cuál era la verdadera razón de su constante desgano y cansancio.

El sol comenzaba a asomar por el horizonte, tiñendo el cielo de un tenue rojo anaranjado. El camino era escarpado y traicionero, las rocas y los árboles retorcidos por los vientos crueles parecían susurrar historias de antiguos combates y sufrimientos pasados. Cada paso que daban los acercaba más al peligro, y a la vez, los unía en un propósito común. Los dos dragones de escamas relucientes caminaba detrás suyo, sus ojos brillando con una determinación y ferocidad que infundían tanto miedo como esperanza.

A medida que se acercaban a su destino, la tensión en el grupo era palpable. Los dragones avanzaban con pasos firmes, sus colosales cuerpos dejando una estela de intimidación.

El príncipe Todoroki los observaba desde su posición más elevada, su expresión imperturbable ocultaba las olas de preocupación que lo asaltaban. Sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, y su mente no dejaba de divagar.

Llegaron al pie de las montañas cuando el sol estaba en su punto más alto. El aire se había vuelto más frío, y una extraña quietud lo envolvía todo. Los soldados se detuvieron, preparando sus armas y revisando sus provisiones. Kaminari y Kirishima, en su forma de dragón, levantaron sus cabezas, oliendo el aire con sus fosas nasales anchas, atentos a cualquier amenaza. Shotō se adelantó, su capa ondeando al viento, y se dirigió a sus soldados una vez más.

—La entrada a las cavernas de Ezeron está cerca. Dentro, nos espera el ejército enemigo. Debemos ser cautelosos y mantenernos firmes. —El rey hizo una pausa, su mirada recorriendo cada rostro antes de detenerse en Bakugō —. Bakugō, liderarás el grupo de vanguardia. Confío en tu juicio y en tu habilidad para guiar a los demás.

El rubio cenizo asintió. Sabía que el príncipe confiaba en él, pero también sentía el peso de algo más profundo en esa confianza. Presionando un pequeño interruptor, los grilletes alrededor de los cuellos de ambas bestias se abrieron y cayeron pesadamente al suelo. Con un gesto de la mano, organizó a los soldados en formaciones y comenzó el avance hacia la entrada oculta entre las rocas. Kirishima y Kaminari se movieron detrás de ellos, sus colas azotando el suelo con impaciencia.

Dentro de las cavernas, la oscuridad era absoluta. La única luz provenía de las antorchas y de los mismos soldados, cuyas armaduras brillaban tenuemente, iluminando el camino. El aire estaba cargado de humedad y un olor acre que hacía difícil respirar. A medida que avanzaban, el sonido de sus pasos reverberaba en las paredes, creando un eco inquietante.

De repente, un ruido sordo y gutural se escuchó a la distancia. Los soldados se detuvieron, alertas, con las armas en alto. El enemigo estaba cerca. Bakugō alzó una mano, indicando a todos que se prepararan para el combate. El grupo avanzó con cautela, cada paso cuidadosamente medido.

Rise of the Dragon | KiriBakuDonde viven las historias. Descúbrelo ahora