CAPÍTULO OCHO

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- Octavio.

- Dime bonita

- Duerme conmigo esta noche, quiero sentir tu calor a mi lado, escuchar tu respiración junto a mí. Eso me produce paz.

- ¿Propuesta indecente señora Villarreal?

- No mi amor, sólo necesito sentirme cobijada por tu amor.

- Entonces no se diga más.

La levantó en sus brazos y la llevó rumbo a su habitación.

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Esa era la escena que se repetía la mayoría de las noches, Octavio y Victoria compartiendo nada más que el lecho, sin pasar de unos cuantos besos y caricias que si bien les calentaban el alma, siempre los dejaban con ganas de dar el siguiente paso.

Cierto día, amanecieron uno en brazos del otro, sintiendo la presencia del ser amado a su lado. Los rayos de sol inundaban la habitación ya y Victoria se giró para esconder su rostro en el pecho masculino, Octavio sintió sus movimientos y se despertó, una sonrisa se formó en su rostro al verla acurrucarse contra él, sintiéndose segura, protegida a su lado.

Una de sus manos empezó a recorrer sus curvas, su cadera, su cintura, sus hombros, su cuello la boca de él descendía lentamente en busca de la femenina. Sus labios la acariciaron tiernamente, hasta que poco a poco ella comenzó a corresponder, un suave suspiro se escapó de la boca de ella.

- Buenos días señora Villarreal.

- Buenos días señor Villarreal.

Ese se había convertido en el saludo diario de ellos, y la verdad es que a Victoria le encantaba que él la considerara su esposa, a pesar de que seguía casada.

- ¿Qué hora es mi amor? tengo que irme antes de que nos descubran.

Y era en ese momento que a Octavio se el agriaba el día, cuando ella se iba antes de que todos los demás empiecen a recorrer la planta alta.  La vió levantarse de la cama y buscar su bata para cubrise mientras él continuaba sentado en la cama. Victoria se acercó a dejarle un beso de despedida, mismo que él lo alargó un poco logrando que quedara sentada en su regazo.

- Mi vida ya es hora. Logró decir entre besos.

- Sí ya es hora, pero es hora de que te mudes a mi habitación. Ya no soporto verte salir por esa puerta todas las mañanas a hurtadillas y traerte cuando ya todos están durmiendo.

Aquella confesión fue como un balde de agua fría para Victoria, ella amaba compartir su tiempo con él, pero estaba firme en no ir más allá hasta que el divorcio sea un hecho.

- Octavio... por favor... ya lo hemos hablado.

- Sí, pero es que cada vez se me hace más difícil verte partir. No te estoy pidiendo ni exigiendo que ocurra nada que tú no desees. Simplemente quiero tenerte para mí.

- No me humilles de esta manera, por favor mi vida, respondió ella a la vez que escondía su cara en el cuello de él.

- ¿Humillar? ¿por qué?

- Porque  todos creerán que hay algo más entre nosotros. Yo aún sigo casada, no me gustaría que me tachen de adúltera.

- Podemos dejar la puerta abierta si deseas.

- Octavio, hablo en serio.

- Yo también. O dime, ¿en serio crees que nadie se ha dado cuenta que amaneces algunos días aquí y otros yo amanezco en tu habitación? Mi amor, todos saben que nos vamos a casar. Y sinceramente, lo que digan o hagan no nos tiene que afectar. Yo te amo Victoria, me enamoré de tí y quiero compartir todo contigo, no puedes culparme por sentir.

ENTRE EL AMOR Y EL ODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora