CAPÍTULO DOCE

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- ¿Y para cuándo piensan casarse?

- Su sobrino que es tan atarantado quiere que sea este domingo.

- Octavio, ¿es eso cierto?

- Sí tía, para que esperar más.

- Bueno, será mejor ir a dormir entonces, a partir de mañana tendremos mucho trabajo que hacer linda. Tú no te preocupes, todo estará listo para el domingo y te aseguro que será perfecto.

Josefa se regresó a su habitación dejando solos a los tortolitos en el pasillo, se había olvidado completamente del agua.

- Vamos a nuestra recámara señora Villarreal

- Al fin del mundo si es a tu lado.

Entre besos y abrazos llegaron a la recámara de Octavio solo para dar rienda suelta nuevamente al amor que los consumía.

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Los segundos, los minutos, las horas pasaron rápidamente como agua entre los dedos. Que si la comida, que si la música, que si los invitados. Victoria también se dividía entre atender a los niños y ayudar en lo que doña Josefa le permitía, mientras que Octavio estaba adelantando trabajo en la fábrica pues le había dicho a Victoria que se tomarían un tiempo como luna de miel solo para ellos. Casi ni se veían, y aunque se extrañaban mucho, sabían que dentro de unas cuantas horas se convertirían en marido y mujer. Desde el día de la propuesta no habían vuelto a estar juntos en el sentido más íntimo de la palabra, de hecho ni siquiera coincidían en tiempos pues cuando Octavio llegaba a la habitación ya Victoria estaba dormida o viceversa. Pero esa noche, la noche previa a la boda ella decidió buscarlo, fue directamente a la biblioteca, estaba segura de que lo encontraría ahí, ambos habían decidido no dormir juntos por aquello de la tradición sin embargo ella pensó que unos buenos besos no les vendrían mal.

- ¿Qué haces? dijo ella viéndolo a él sentado con un vaso de licor en la mano mirando fijamente la chimenea.

- Pensé que estabas dormida, respondió extendiendo una mano hacia ella para invitarla a sentarse con él.

- No puedo, te extraño mucho mi amor, recorriendo con sus finos dedos sus facciones.

- Mañana seremos uno solo por fin.

- Sí, pero estos dos días te he sentido tan lejano de mí y la verdad es que no me ha gustado. Me da terror perderte. Dirás que estoy loca, pero yo ya no podría vivir sin tí Octavio.

- No me perderás, y es cierto, estos días no hemos podido compartir mucho como pareja, pero ha sido por una buena causa, todo está listo para que después de la boda partamos a nuestra luna de miel, te quiero para mí solito.

Victoria enredó sus brazos en el cuello masculino mientras le sonreía.

- Voy a extrañar mucho a los niños sabes.

- Yo también, pero nos lo merecemos. Además todos aquí los van a cuidar muy bien.

- Yo lo sé. Eres un gran hombre Octavio, siempre le voy a agradecer a la vida el que haya cruzado nuestros caminos.

- Victoria, hablando de niños, creyó que sería prudente topar el tema que le venía rondando la mente hace días, nunca te he preguntado si deseas tener más hijos. 

Esa pregunta no se la esperó o quizás sí. Ella ya tenía tres hijos y aunque Octavio tuvo a Leonela también sabía que la perdió sin siquiera poder disfrutar su faceta de padre. O talvez su herida autoestima le hizo creer que él no la tomaría en serio como para convertirla en la madre de sus hijos.

ENTRE EL AMOR Y EL ODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora