CAPÍTULO VEINTIDÓS

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O: Ya mi amor, ya... - regando caricias en su espalda -

V: ¿Quién puede ser tan cruel como para arrebatarnos a la niña?

Con más preguntas que respuestas, se abrazaron, compartiendo en esos momentos el dolor de haber perdido a la pequeña Mariana.

Fer: Octavio, Victoria. Ya están de vuelta, ¿cómo les fue? - pero su pregunta murió allí al ver los rostros desencajados de ambos - ¿qué pasó? - Victoria avanzó a buscar refugio en los brazos paternos de aquel hombre, mientras las miradas de ambos hombres se alinearon.

V: Don Fernando.... - decía ella entre el llanto -

Fer: Octavio... ¿qué sucede hijo?

O: Tío, secuestraron a Mariana.


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Ta: Esto no estuvo bien , Enrique – señaló la mujer que para ese entonces ya se había despojado de su disfraz de enfermera - Iban en una camioneta de vidrios polarizados rumbo a una pequeña casa, propiedad de Enrique a las afuera de la ciudad, misma que era desconocida por todos incluso por la misma Victoria. Era la primera vez que regresaba a ese lugar después de mucho tiempo. Lo más seguro es que se encontraba en condiciones bastante precarias. Pero eso a individuos como él no le importaba en lo más mínimo. Su único objetivo era apartar tanto a Tatiana como a Mariana de los ojos del mundo saciando así su alma sedienta de venganza.

La niña no cesaba de llorar, su rostro estaba rojo producto del esfuerzo, sus ojitos se estaban hinchando como resultado. Su reacción era de lo más comprensible dado que estaba rodeada por rostros extraños. Era como si ella percibiera la mala vibra de aquellos individuos, y es que así era, dicen que los niños perciben dónde hay amor, pero también dónde no lo hay, y en esa camioneta definitivamente no lo había.

El camino estaba lleno de árboles que ls brindaban un poco de sombra refrescando la calurosa mañana, pero no era suficiente para bajar los humores ya bastante caldeados de aquellos individuos.

En: ¡Tu cállate Tatiana y calla a esa escuincla también! ¡Me tienen harto las dos!

En ese momento Marcial, que ejercía de chófer, esquivó un pequeño badén propio de la carretera que se le atravesó por el camino. Mariana al advertir el pronto rebote del auto intensificó su llanto.

Ta: Con este animal de chófer jamás lograré serenar a la niña – le contestó molesta ella también — ya bebé tranquila, todo estará bien.

Besó su frente mientras la aferraba a su pecho y sintió una huella extraña marcar su alma. Tal vez eran sus instintos de madre que ya comenzaban a brotar.

Luego de un rato dando tumbos ciudad adentro, arribaron a lo que parecía ser una casa de descanso. El lugar estaba rodeado de exuberante vegetación. Los árboles que rodeaban la casa ofrecían sombra constante.

Para ese entonces Mariana había logrado conciliar el sueño. Al parecer tanto llanto le había provocado cansancio. Cuestión que agradecía Enrique profundamente.

En: Aquí te quedarás por un buen tiempo con la mocosa, al menos hasta que diseñe un mejor plan y tenga mejor proyectado lo que quiero hacer con la niña – le dijo mientras le señalaba la vivienda a Tatiana a través de la ventanilla del auto -.

Ta: ¿Qué piensas hacer con Mariana?

Enrique sonrió de costado provocado por la curiosidad de Tatiana. Le tomó el mentón con los dedos pulgar e índice, lo oprimió con excesiva fuerza, y por último la terminó acercando a su rostro.

ENTRE EL AMOR Y EL ODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora