CAPÍTULO CUATRO

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Octavio había escuchado cada una de las palabras que Victoria había pronunciado esa noche. El efecto de los medicamentos ya estaba pasando y aunque aún se sentía un poco aletargado la alcanzó a oír. Se preguntaba internamente quién sería esa mujer que le hablaba, por el tono de su voz sonaba dolida, como si una gran tristeza se ocultara en su alma. Luego sintió un ligero peso en su pecho, así como una fuente de calor. Se sentía confundido, no sabía que tanto era real y que tanto era un sueño. Pero esa sensación de calor y abrigo que sentía en esos momentos lo ayudó a conciliar el sueño como desde hace mucho tiempo no lo hacía, dos años exactamente, desde que perdió a su amada Ana Cristina en esa sala de partos.

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El nuevo día no tardó en llegar y con él la sorpresa de que Octavio había reaccionado, al abrir sus ojos reconoció el lugar dónde estaba, su recámara, de pronto sintió a alguien moviéndose a su lado, y recordó el peso que sintió la noche anterior lentamente giró su rostro y pudo un ver un cabello tan negro como la noche desparramado sobre la almohada, siguió bajando su mirada y alcanzó a ver un rostro tan blanco como la nieve, de facciones finas, se decía a sí mismo que así deberían lucir los ángeles, de pronto la sintió abrazarse a él. El calor del cuerpo de Victoria lo hizo a él sentirse en paz, su cuerpo añoraba tanto disfrutar de esa sensación de plenitud que no tenía desde que perdió a Ana Cristina. De pronto él se movió un poco y ella lo sintió, en ese momento despertó y ambos pares de ojos de se miraron fijamente, él quedó fascinado por su rostro y ella sintió perderse en ese infinito verde mar.

- Hola, dijo ella. ¿Cómo te sientes? mientras sentía su rostro enrojecerse un poco pues se dio cuenta que él sintió su abrazo. Lentamente empezó a erguirse mientras sentía que sus ojos se perdían cada vez más en esa verde mirada.

- Tus ojos, amo tus ojos, y nuevamente llevó su mano al rostro de ella, fue lo único que Octavio pudo decir y hacer pues en ese momento una traviesa Mariana corría dentro de la habitación buscando a su mamá escapando de Paz que la quería duchar. 

Mariana se abrazó a Victoria mientras Paz corría a avisar a los patrones que el señor había despertado. 

El caos se armó en la casona Villarreal, mientras llamaban al médico, alistaban a los niños para la escuela, Josefa y Fernando subían a ver a su sobrino, Octavio seguía perdido en los ojos de Victoria y ahora también de esa bebé que estaba en la cama.

De pronto y para sorpresa de todos, tanto de Victoria como que de los que entraban a la habitación en ese instante Mariana se acercó a Octavio, le dió un besito en la mejilla al tiempo que lo llamaba inocentemente Papá.

De los ojos de Octavio, lágrimas empezaron a rodar, lo que tenía ahí en ese momento era lo que siempre había soñado una esposa y una hija. Sólo que esa mujer no era Ana Cristina y esa niña no era Leonela. Aún así se permitiría disfrutar de esa cercanía aunque fuera momentánea.

- ¿Puedo abrazarla? preguntó Octavio

Victoria sólo asintió. En ese momento él abrazó a la niña quién se recostó segura en el pecho de ese hombre, como si fuera el reencuentro de un padre con su hija. Algunas lágrimas se hicieron presentes al contemplar tan bonito cuadro.

- ¡Hijo, que bueno que despertaste! ¿Cómo te sientes? preguntó Josefa

- Confundido tía. No recuerdo bien lo que ocurrió.

- Octavio, me alegra mucho que estés recuperándote.

- Gracias tío.

- Mira ella es Victoria, te ha estado cuidando desde que te encontramos.

ENTRE EL AMOR Y EL ODIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora