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— ¡Sam!

El capitán de la armada de guerra, Steve Rogers, llamó a su compañero en un alarido agónico. El camino escabroso y cubierto por la bruma de humo y cenizas dificultaban su búsqueda e irritaban su visión mientras se apresuraba a hallar a Samuel Wilson entre los escombros; olvidando lo molesto que resultaba el polvo mezclado al sudor que recorría y hacía escocer su cuerpo repleto de heridas; era posible que algunas de ellas llegasen a infectarse si no llegaban a un lugar seguro pronto. El dolor punzante en su espalda debido a la ropa pegada a su piel por la sangre que emanaban lo hacía sentirse débil luego de que esa bomba explotara cerca de ellos. Parecía estar partiéndose en dos. Sus oídos aún pitaban y los gritos de la gente se oían tan lejanos como desgarradores; lo único que podía escuchar con claridad era el bombeo desenfrenado de su corazón.

A cada paso que daba le resultaba casi imposible hallar una señal de vida y era todavía más desesperante saber que Sam no se encontraba por ninguna parte. Casi se vuelve presa del pánico al notar que todo aquello que encontraba y removía en el piso eran los restos de los cuerpos fusilados y volados en pedazos desde la aldea hasta allí; niños, ancianos, madres, mujeres jóvenes y hombres inocentes.

Era como estar en el mismo infierno, el fuego y el impacto habían acabado con todo sin dejar nada, él lograba rescatar tanto como podía. Se había detenido un par de veces, ignorando su propio malestar para ayudar a los pocos que aún mostraban siquiera la mínima señal de seguir respirando. Muy pocos, que al final terminaban de morir en sus brazos.

Tuvo que tomarse un momento luego de eso y respirar hondo; al exhalar, un sollozo tenue y casi estrangulado brotó de sus labios. Luego continuó, muy a su pesar. El trayecto largo y en desnivel lo cansaba al grado de comenzar a sentir el dolor de su pierna izquierda; lugar donde había impactado un disparo horas atrás, tan profundo que pensó que había llegado a calar el hueso y necesitaba un torniquete con urgencia, junto a un par de calmantes o se iba a desangrar; más en cuanto siguiera buscando a Sam, le importó muy poco; era lo segundo en su lista de prioridades de aquel momento. Llamó a su amigo otra vez con sus últimas fuerzas y la vista empañada y enrojecida, ya arrastrándose entre las rocas.

Cuando giró su cabeza para observar el panorama atrás suyo, quedó horrorizado una vez más. Ser un soldado era a todo a lo que había aspirado a ser durante años, seguir el ejemplo de su padre era lo que buscaba; consciente de lo que sucedía cada que se colocaba el uniforme y nunca se cansaría de lamentarse antes de ir a combate y a la vez sentirse orgulloso de lo que había logrado con tanto esfuerzo. Simplemente, era toda su vida...

Lo era, hasta el momento en que le arrebataron el derecho de seguir defendiendo a su país, y ya no sabía que era peor, no había una línea específica que lo definiera; era malo quedarse, era malo irse. No más muertes, no más dolor; pero, ¿Qué sería de él entonces si se iba?

Tiempo después, sentado tras el escritorio de caoba que ocupaba parte del espacio de una elegante habitación de hotel, concluyó que la respuesta la tenía una sola persona; quien ahora jugaba con su destino. Lo manejaba como si fuera un par de dados entre sus finos dedos, tomó el control de la situación con inteligencia tal y cual lo haría en un juego de póker, uno que seguro ganaría limpiamente. Su silencio era una trampa filosa, tenía miedo de caer en ella si no elaboraba bien su pregunta.

Apenas había pasado un año de lo ocurrido y no fue tiempo suficiente para recuperarse; ni de la guerra, ni de las acusaciones, ni del accidente fatal que por poco le cuesta la vida. En ese momento, lo único que le venía a la cabeza; abrumado por todo, era echar todo a la suerte.

Cuando volvió a mirarla descubrió lo que era la altivez; toda ella denotaba soberbia, su lenguaje corporal le demostraba su rigidez y poca flexibilidad ante los cambios. Era, lo que se decía "una persona estructurada". Ni un solo cabello fuera de lugar, limpia de apariencia, elegante porte, incluso los documentos que le había entregado con un movimiento sutil de su mano con manicura cara estaban perfectamente organizados; tema por tema, como para no perderse. «Cómo si estuviera tratando con algún estúpido». Y, quizá debió estar ciego en el segundo en que buscó su mirada esperando un ápice de honestidad, porque además de ello le había parecido ver un destello de bondad muy en el fondo; esperaba con todas sus fuerzas que no fuera un reflejo de su alma. No lo necesitaba, era una compasión que no deseaba, no estaba listo para asumir parte de la responsabilidad de la situación y mucho menos asimilarla sin sentir que no era cómplice de una farsa. Esperaba estar muy equivocado y que fuera producto del agotamiento que lo venía persiguiendo hace días. A esas alturas solo debía mantener la cabeza fría y aceptar lo que le era conveniente. Y por supuesto que Natasha Romanoff sabía lo que le convenía, aún si él todavía no podía distinguirlo.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora