ONCE

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El techo parecía bastante agradable de contemplar si tenía la mirada nublada y el cuerpo adormecido. Apenas recordaba cómo debía levantarse de la cama. Supo que estaba cubierta porque sentía la seda de su bata contra su cuerpo; pero no tenía idea de cómo llegó a su habitación si ya no tenía fuerza a la madrugada para moverse de la cocina. En ese momento, sin embargo, ya no sentía el peso que a atosigaba todos esos días anteriores, estaba, se sentía...sorprendentemente ligera. Como una pluma. Por eso no le costó en absoluto ponerse en pie (en cuánto lo recordó) y caminar hacia el enorme espejo que cubría una zona de la habitación.

Entonces cayó en cuenta de otra cosa. Esa habitación no era la suya, sino, la de Steve...

Un suspiro pasmoso salió de sus labios, haciéndolos temblar como si de pronto tuviera frío. «¿Es que habían sido capaces de dormir juntos?» La sola idea resultaba, de algún modo, inconcebible. Porque Steve no lo habría permitido. Steve no quería eso. Steve no era lo suficientemente...íntimo. Lo podía notar. Quizá solo la había dejado ahí y ya...Y eso. Nada más.

Las manos de Natasha acariciaron su rostro con toques tentativos con las puntas de sus dedos, como si no se tratara de su propia piel, y buscó algo diferente. Su piel lucía radiante, y esa expresión de asombro y ojos enormes y brillantes no se iba; no siendo capaz de creerse su propio reflejo. ¡Su cabello! Estaba hecho un desastre. Nunca en su vida había perdido la compostura y mucho menos la noción de su dominio. Ella no perdía el control. ¿Entonces por qué su cabello lucía tan desordenado? Rizos por aquí y por allá, como si hubiesen tirado de él.

Decírselo, mejor dicho, preguntárselo a Steve...por la noche anterior, es decir, no era una idea que pudiese contemplar. Sería humillante. Si lo disfrutó podía quedarle como un buen recuerdo, pero jamás hacerlo consciente de que la hizo llegar tan alto como para olvidar incluso quien era ella. Steve era su esposo, pero no eran amigos. Quizá solo socios. Una extraña especie de compañeros. Pero no confidentes. No siempre, no del todo. Nunca se sinceraba por completo y no tendría por qué hacerlo.

El problema estaba en que, quizá ella tenía la mente borrosa, pero él quizá no. Dejó que Steve viera en todo su esplendor esa pequeña parte de su interior. Aunque fuese muy apenas. Y él no se había burlado.

No tomó su entrega como una batalla ganada, porque ni siquiera sabía si ambos luchaban con eso. No era consciente. «En muchos aspectos, no lo era». Él no se burló en su cara ni le reprimió nada. Él solo se había sincerado, si así lo podía llamar, de la misma forma. Steve también perdió el control y estaba agradecida porque decidiera dar ese paso. La sensación de su piel ardiente aún le era palpable en las yemas de los dedos.

Frunciendo el ceño y decidida se desanudó la bata. Se inspeccionó, observaba su piel con detenimiento haciéndose a la idea de que se trataba de alguien nuevo. De otra persona. Notó sus muslos enrojecidos, marcas en sus caderas...

—Salvaje...—estrechó los ojos, aunque con un toque de picardía.

No podía tan siquiera pasar los dedos por aquel lugar ¡se estremecía de solo pensarlo! Nunca en toda su vida sintió tanta necesidad de alguien como la urgencia de él. De su esposo. De Steve.

Él se atrevió a reducirla a una simple muñeca de trapo. Lo cual, en otra circunstancia, habría herido su orgullo. Pero entre sus brazos era lánguida, no le importaba y no se resistía. No era capaz de resistirse otra vez. No tuvo que meditarlo para llegar a esa conclusión. Se deshacía para él, entre él, y por él, hasta encoger los dedos de sus pies...

Y le gustaba. ¡Dios, sí le gustaba! Le gustaba como a pesar de todo él se encargaba de cubrir hasta el más mínimo detalle que indicara que ella lo estaba disfrutando. La hizo sentir viva de una manera que nadie había logrado. Ni siquiera ella misma en mucho tiempo. La tocó con vehemencia, sus dedos la buscaban con urgencia y calmaban su ardor.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora