SIETE

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Los días que Natasha pasó en el hospital le otorgaron la abrumadora sensación de estar atrapada en una caja con tan solo un reloj haciéndole compañía, atormentándola con el sonido incesante de su "tic tac", y lo observaba cada cinco minutos, pensando que el tiempo podría ir más rápido. Quizá era el hecho de que Steve apenas podía murmurar un par de palabras en su presencia. A pesar de estar haciendo guardia para él, parecía seguir sola. Por supuesto que Sam había ido a visitarlo pero no duraba allí más que treinta o cuarenta minutos. A veces, incluso, menos que eso...

La hora en la que el médico tramitaba el alta de Steve parecía eterna y ella, tanto como él, querían salir de ahí lo más pronto posible porque compartir espacio bajo tensión se sentía sofocante.

—¿Podrías alcanzarme un vaso con agua, por favor?—él estaba irritado, apenas la miró de reojo y regresó la vista a la pared del frente como si ella lo hubiese molestado.

Natasha tomó una honda respiración. « ¿Por qué carajos debería hacerlo cuando él se porta como un idiota?» Luego recordó que era un idiota que necesitaba de su atención. Verlo en ese estado era doloroso, ya se había arriesgado por ella y era lo mínimo que podría hacer por él por más extraño que fuese. No sabía con exactitud como estaría afectando a Steve por dentro, pero era un hecho que no le traía buenos recuerdos. Estaba haciendo un esfuerzo por entenderlo, el pasado de su esposo en el ejército no era el más agradable y a eso debía agregarle que Steve no era de esos tipos que detestaban la vida sedentaria. Él necesitaba acción, necesitaba mantener cuerpo y mente ocupados.

Ella echó una mirada rápida a Steve, notando la pierna cubierta con la manta y el cabestrillo que sostenía su brazo. Hasta parecía indefenso...

Suspiró y le alcanzó el vaso. Observó hipnotizada como él bebía de tres tragos largos el movimiento de su mandíbula, de la nuez de adán en su garganta y de sus dedos fuertes flexionados con presión sobre el cristal. Pocas veces notaba esos detalles en él, pero nunca le habían llamado la atención tanto como en ese momento. Quería pensar que su repentina vulnerabilidad a causa del accidente la estaba ablandando, pero sería una excusa vacía considerando que desde hace unos días e incluso, quizá, mucho antes, ella miraba a Steve como alguien ajeno, inalcanzable y al mismo tiempo tan deseable que dolía por lo humillante que era para ella. Su orgullo se estaba volviendo frágil desde que asistía a las terapias de Finn.

—Gracias...—Steve murmuró.

Natasha salió de sus cavilaciones y tomó el vaso con nerviosismo para regresarlo a la mesita de noche. Su mano estaba extrañamente temblorosa y en su mente se regañaba para que dejara de moverla.

—Descuida.

Él frunció sus labios y el ceño como si estuviera meditando, pero sus ojos lucían arrepentidos. Cuando Natasha estaba a punto de decir algo, cualquier cosa, para tratar de hacer el espacio menos incómodo;, Steve la sorprendió con una pregunta.

—¿Cómo estás?

«¡Bueno, el hombre era el rey de los cambios de humor!» Admitía que cargaba con la mitad de la culpa...

—Exhausta.—era lo que más se acercaba a ser honesta respecto al tema.

Steve evaluó las ojeras y la palidez; Natasha no solía salir de casa sin arreglarse lo suficiente. Le gustaba mantener su porte elegante a todo momento. Ese día, así como los anteriores desde que comenzó a pasar noches en el hospital, solo llevaba un par de Jeans rectos, zapatos bajos y una camiseta de hilo de mangas largas. Su cabello estaba húmedo por una ducha rápida y se preguntaba si siquiera desayunó algo antes de ir por él.

Natasha era todo menos común, y de las pocas veces que tuvo el placer de verla en su forma más natural, esa le preocupó. Y lo molestó. Simplemente no era usual, no sabía si era ella o se trataba de una pantalla. Con Natasha nunca sabía que era cierto y que no. Aunque podía deducir que no había tenido una buena noche.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora