DIECISIETE

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Al volver del consultorio de Finnick, a Natasha aún le costaba procesar que todo lo que surgía entre ella y Steve fuera real mientras contemplaba el panorama a través de la ventana de su habitación. Él no estaba ahí y al caer la noche el jardín parecía tener algo misterioso, lo cual lo volvía interesante de apreciar, la idea solía distraerla de sus pensamientos turbulentos.

Su mirada estaba fija, a través del cristal, en los rosales. Parecía imperturbable en esa posición; brazos cruzados sobre el pecho y rostro sereno. Pero la falda beige que llevaba puesta la dejaba en evidencia, pasó tantas horas simplemente retorciéndola de los nervios que para entonces estaba cubierta de arrugas. Rato atrás, del puño de su blusa de satín, había salido volando un botón por tirar de él con tanta insistencia.

Necesitaba un poco de espacio en su mente...O quizá algo más de fe.

Se balanceaba sobre sus tacones altos obviando el dolor en la planta de sus pies, ya casi no recordaba cómo era perder la noción del tiempo; pero por primera vez se estaba tomando la libertad de analizar sus sentimientos. Siempre estaba ocupada con asuntos del trabajo, al igual que Steve, haciendo llamadas importantes, realizando proyectos...Y todo parecía estar sobre ambos en todo momento; excepto eso. «No hoy, no ahora que estaban ahí; latentes». Y parecían alargarse más y más hasta arraigarse en su pecho para cubrir poco a poco, con cada latido, todos los rincones de su cuerpo.

Él se había convertido en una versión que jamás creyó encontrar. «Puede que siempre hubiera estado ahí sin que lo notara, pasando desapercibida».

Pensó en él de la manera incorrecta; el soldado perfecto que acataría sus órdenes e intimidaría a cualquiera con su sola presencia, que genere envidia cada vez que la tome del brazo. Steve podía ser todo eso; pero también podía ser cautivador, al grado de hacerla sentir derrotada.

Estaba deshecha nada más recordar cómo su voz gruesa y autoritaria se volvía suave y seductora cuando le susurraba al oído, o dulce, cuando quería calmarla; cuando sus ojos fríos como el acero podían transformarse en un mar infinito que le brindaba paz. Cuando la miraba con tanta intensidad que era capaz de entregarse sin siquiera mediar una sola palabra...

En realidad, él la había hecho sentir más viva, querida como hace mucho nadie hacía, cada vez que la tenía entre sus brazos siempre estaba dispuesto a complacerla; pero ella... Ella estaba a punto de lanzarse de cabeza a un pozo sin fondo, no había vuelta atrás ahora que había comenzado. Sus ganas y su ritmo cardíaco aumentaban cuando lo miraban.

—Dios, ¿Qué me está pasando?

Murmuró tan bajo que apenas ella misma podía escucharse. Se recostó contra la pared y echó la cabeza hacia atrás, aprovechando el momento para cerrar sus ojos.

Recordó como sus dedos trazaban su cuerpo como si ella se tratara de una obra de arte, incluso en ese momento en que estaba tan absorta en sus pensamientos, juraba que el hormigueo que comenzó a sentir en la piel cerca de sus tobillos era real, tan delicado y perezoso como el roce de una pluma.

—Debo estar alucinando—gimió—, algún invento de mi cabeza... él no está aquí, Natasha, ya despierta.

Su seriedad la sorprendió a sí misma, tratando de convencerse de que la sensación era imaginaria y cualquier cosa que le recordara a Steve en ese momento no era más que su mente jugándole una mala pasada como últimamente era costumbre.

—No sabía que soñabas conmigo, Romanoff.

Su voz parsimoniosa la hizo detener sus pensamientos, que habían dejado la inocencia hace mucho, para encontrarse de golpe con los ojos de Steve, que a pesar de lucir opacos todavía mostraban ligera diversión. Tragó pesado, de pronto se sintió mareada, acalorada y avergonzada. Sus mejillas rojas y pupilas dilatadas la delataron ante él.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora