QUINCE

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Steve había mandado a realizar el traslado y el funeral de su padre sin ayuda de Natasha aun cuando ella se ofreció a hacerlo. Firmó los documentos y evitó hacer una recepción porque se dijo que quería todo lo más simple posible.

Eso no le evitó la multitud en la entrada del memorial, ni discursos de ex compañeros cargados de elogios. No quería escuchar el estupendo padre que Joseph había sido, ni la calidad de amigo que habían perdido. Su opinión distaba de ello e incluso creyó por un instante que debería sentirse mal por la contrariedad de sus pensamientos, por el hecho de estar refutando cada buena acción de su padre el día de su muerte; un día casi sagrado. Pero no podía evitar estar enfadado con él, quizá en el fondo no quería estarlo, simplemente, solo lo estaba. A lo mejor, lo único que podía agradecerle en esos últimos minutos era no haberlo dejado solo cuando todavía era un niño y mantenerlo ajeno a sus intenciones.

Mientras descendían el ataúd de Joseph bajo tierra, Steve se mantuvo impasible, con expresión estoica y postura firme. Podía sentir la mano de Natasha rodeando la suya con fuerza, como si hiciera el intento de decirle «Hey, estoy aquí». Sabía que ella lo estaba mirando y sabía cómo podría estar de afectada, por lo que, en su lugar, lo único que pudo hacer para indicarle que la notaba fue acariciarle el dorso de la mano con su pulgar.

Cuando Iván murió, Steve recordó que el impacto había sido similar para él; un dolor silencioso que se esparcía en su cuerpo lentamente como el veneno y comenzaba a podrirlo todo. La diferencia para él fue haber sentido aprecio y gratitud por el padre de Natasha, mientras que por el suyo no sentía más que rabia e impotencia por todo lo que no le dijo, por todo lo que le hizo padecer.

Como si se tratara de una ironía, el lugar estaba repleto de personas que lo odiaban y lo admiraban a partes iguales, ¿Y qué sucedía con él?

Steve pensó por primera vez en sí mismo. Solamente en él por un segundo y en lo solo que debería estar. Y luego pensó en Natasha.

A pesar de todo, ella no lo había dejado ni por un segundo, no le interesaba en lo más mínimo intuir que quizá él no la quería cerca en varias ocasiones.

Natasha resultaba siempre ser el rojo que coloreaba sus pensamientos en blanco y negro, sea cual fuera el contexto.

En ese momento trató de hacerse a la idea de que se trataba de solidaridad, él también la acompañó en su momento más difícil; no tenía el corazón para dejarla derrumbarse sola sobre la tumba de su padre. No era de piedra.

Quizá ella no lo era tampoco, quizá debía de aceptar que dentro de Natasha latía un corazón inmenso.

Bajó la cabeza mientras fruncía el ceño en un gesto confuso, mientras, unos pocos presentes se iban retirando hacia casa desplegando sus sombrillas para el camino. Steve se tomó un tiempo más para respirar el aire frío de la tarde sin siquiera sentir como la lluvia comenzaba a empapar su abrigo negro o como las gotas ya escurrían de su cabello y la punta de su nariz.

Natasha se acercó hasta que su brazo chocó contra el hombro de Steve y sus labios estuvieron un poco más cerca de su oreja.

—¿Quieres ir a casa?—susurró tan suave, que era increíble como a pesar del ruido de la lluvia Steve pudiese oírla con tanta claridad.

El sonido de su voz lo hizo reaccionar, por un momento lo hizo perder el equilibrio hasta balancearse sobre sus talones hacia adelante. La sintió alertarse colocándole una mano sobre el abdomen. Steve cerró sus ojos y se permitió exhalar despacio.

Atribuía todo al cansancio mental que estaba padeciendo. Todos hablaban del profundo dolor que significaba perder a alguien, pero nadie hablaba sobre cómo las emociones simplemente se suprimían. Era como entrar en un estado de shock, como si no conociera una manera exacta de como demostrar lo que pasaba por su cabeza. «¿Debía gritar acaso? ¿Alguien podría notar sus señales? ¿Ella lo escucharía?»

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora