SEIS

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La habían autorizado de pasar a la sala cuando los médicos lo declararon muerto pero no había sido capaz de dar un solo paso. Su mano colgaba a un lado del reposabrazos de la silla y la de Steve colgaba junto a la de ella; muy cerca de rozarse, balanceándose de atrás hacia adelante. Supo que ya no había nada que hacer en cuanto la enfermera frente a ella la miró con lástima y odiaba que lo hiciera. Lo poco que podía percibir era el calor suave que emanaba de Steve, notó cómo su índice se aproximaba despacio y cuando estuvo a punto de tocarla se detuvo...Con un movimiento se retiró hasta volverse un puño sobre su regazo. Entonces entendió que no quería o no sabía cómo acercarse.

Se levantó de golpe y lo vio desviar la mirada. Bien. Ella tampoco quería necesitarlo en ese momento, lo último que esperaba era recibir lástima de él también.

La última vez que Natasha recordaba estar en una sala de hospital, Steve intentó tomar su mano. Nunca entendió por qué nunca lo hizo o por qué la retiró; pero ella había notado la duda en el temblor de su movimiento. Tampoco podía definir el curso de su futuro a partir de ese momento, quizá habría sido distinto. Estaba en una etapa crucial de su vida; su padre se encontraba en un estado crítico y para entonces sus nervios estaban destrozados al grado de retirarse al baño cada media hora para poder desahogarse sin que Steve la viera.

Odiaba las salas de hospital porque eran deprimentes, la hacían sentir enferma irónicamente. Y, durante todos esos años, jamás pensó volver a pisar una. Tenía un médico personal y apenas le resultaba necesario.

Las sillas, además, eran incómodas; le estaba comenzando a doler el trasero, la comida no le sabía a nada y el aire acondicionado tenía un extraño olor a medicamento y desinfectante o quizá solo era el ambiente en general. Desde su lugar podía observar a las personas y enfermeras transitar de un lado a otro con desesperación; pero su mirada siempre acaba fija en una de las paredes blancas. Era como estar en un maldito manicomio, estaba gritando por dentro hasta agotar sus fuerzas, el ruido en su interior que le martilleaba las sienes era tan fuerte que el sonido de las voces exteriores se oía como un ruido sordo.

Si era honesta, no podía pensar en otra cosa que no sea Steve en una camilla y conectado a un respirador. La vida y la esperanza eran algo tan frágil, lo había descubierto por cuenta propia y no estaba dispuesta a revivirlo; aunque eso ya parecía estar sucediendo. Todo estaba yendo tan rápido que no tenía tiempo para procesar.

«Lo necesitaba» Se dijo. A lo mejor pensar de un modo más estratégico como asuntos laborales evitaría que sus pensamientos se mezclaran con los sentimientos. «Tenían un contrato y no era factible que algo perjudicial le pasara a alguno de los dos ahora». Pero olía a desgracia; la gente daba sus condolencias solo cuando las situaciones eran críticas. Era lo que hizo Sam, lo que hizo James y su esposa, lo que hizo Fury...Incluso Sharon. Algunos de ellos se presentaron en la sala de espera junto a ella, palmeando su espalda y pidiéndole que tuviera paciencia.

Era como una patética escena sacada de una película dramática.

Solo había una cosa que esperaba y era salir de ahí, ir a cualquier lado, cualquier parte; excepto quedarse ahí o ir a casa, pero no tenía más opciones.

—Saldrá de esto, no es la primera vez que Steve está en un hospital, lo sabes, ¿No?—Sam intentó aligerar el ambiente, volviendo a su lado con un café entre manos.

Ella lo recibió sin mucho ánimo, lo más probable era que su estómago no soportara ni una sola gota de café. Le agradeció con una sonrisa forzada y asintiendo con menos convicción de la que esperaba.

Sam la observaba, Natasha lo sabía porque podía sentir su escrutinio en el lado izquierdo de su rostro.

—No hay necesidad de lucir triste, Nat. Estará bien.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora