NUEVE

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Luego de la imprudencia de Natasha, Steve estaba cabreado. Daba grandes zancadas hasta su habitación dando por sentado el dolor en su pierna. Agradecía que este se hubiese vuelto menos tedioso de lo que había sido días anteriores; pero cuando menos lo esperaba le escocía como el infierno.

Soltó un suspiro molesto cuando entró a la habitación y manifestó su impotencia arrojando la toalla contra el suelo. Tenía poco que agradecer; además de estar vivo. Aunque no sabía con exactitud si aquello era más una especie de castigo. Dentro de todo, su padre no había llamado. Tuvo la decencia de no hacerlo. Era lo último que necesitaba, sobre todo por la constante insistencia de Natasha.

Ella estaba sobre él a la menor oportunidad y era tan intrigante como asfixiante. El miedo y la duda acrecentaban en su interior sin control, a par que la curiosidad por ella también aumentaba. Su cambio de actitud lo mataba lentamente.

Sus ojos tormentosos se dirigieron al aparador en un rincón de la habitación, notablemente más pequeña. Ahí, junto al espejo, reposaba otro de los cuadros que enmarcaba una fotografía de su matrimonio. Sus expresiones parecían neutrales, la estaba tomando de la mano, caminaban sobre el césped húmedo y bajo el cielo nublado.

Steve tragó pesado, tomando entre sus manos el cuadro y observándolo con reticencia.

Natasha se acercó a él con una sonrisa premeditada cuando el fotógrafo sugirió que la tomara de la mano, pero sus ojos no resplandecían de la manera en que lo hacía una mujer el día de su boda. Ella lucía apagada a esa hora de la tarde, luego de haber compartido su primer baile.

Él había estado tenso todo el día. Sus dedos temblaron y se retrajeron varias veces antes de entrelazarlos con los de ella.

Natasha suspiró ante el tacto, él había removió su velo con la mano libre. Juraba que por un momento sintió la respiración de ella cortarse abruptamente.

Steve removió su cabeza ante el recuerdo y se miró en el espejo. Su expresión demacrada y la palidez en su piel le daban una apariencia enferma. Giró despacio hasta que se encontró con la cicatriz grotesca que atravesaba su espalda. Miró sobre su hombro maldiciendo cada centímetro de piel grotesca.

Tal vez no importaría demasiado si no le doliera el pecho por todo lo que significaba. Había días en lo que todo era más complicado de procesar; días como aquellos. Era difícil enfrentar la vida cuando ni siquiera podía hacerse frente a sí mismo sin sentir asco y decepción.

Él huiría si pudiera, se arrancaría la piel para no tener que cargar con el peso sobre su espalda o con la mancha de su pasado. ¿Qué le aseguraba que otra persona no saldría corriendo? ¿Qué le aseguraba que Natasha no lo haría? Lo haría sentir miserable, terminaría de hundirlo. No podía confiar ni en él mismo; mucho menos en alguien como Natasha, no confiaba en su actuar, era impredecible, no había manera de leerla y tampoco había manera de que ella lo leyera a él.

Volvió a mirar su rostro con autodesprecio, asqueado de sí mismo de sus acciones. Era difícil mostrar sus sentimientos, era más fácil rendirse a la idea de que lo harían verse débil y vulnerable a ojos depredadores como los de ella. Era la presa fácil. Siempre lo había sido.

Se quitó la ropa interior húmeda y la dejó sobre el suelo para poder ir libre hacia la ducha. El cuarto de baño era espacioso, la pared gris de piedra caliza casi lo hacía parecer exagerado sumado a la poca iluminación; pero le gustaba la sensación de privacidad que eso le otorgaba.

El chorro de agua caliente se presionó contra los músculos de su espalda y hombros. Para su mala suerte, aquello no había aminorado la tensión tirante que se extendía desde su cuello dejando a su cuerpo rígido.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora