DIEZ

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Steve había pasado todo lo que le restaba de la tarde sentado al borde de la cama, cuando decidió levantarse no lo hizo con intenciones de buscar a Natasha ni mucho menos, aunque le intrigaba no estar escuchando ni siquiera sus pasos en el pasillo o la cocina.

Deambulaba por la casa como un fantasma, sintiendo el frío del lugar atravesando la planta de sus pies descalzos. Aquella incómoda punzada que le producía la sensación del suelo contra su piel era lo que lo distraía de sus demás pensamientos; todos en relación a ella. Pero Natasha ya había ganado la batalla en su cabeza un millón de veces antes. Esa no sería la excepción.

Sus ojos se dirigieron en un vago movimiento hacia su mano temblorosa; apretó y soltó con molestia notando como la sangre se detenía hasta volver sus nudillos pálidos para luego fluir con más fuerza. Soltó un gruñido por el puro hecho de no poder contener la amargura en su interior.

—Ella va a acabar conmigo—su voz fue un murmullo apenas audible—. Me está volviendo loco.

Ella y él ni siquiera podían mantener el hilo de una conversación sin terminar disputándose la razón al final de esta. Tal vez no eran el único matrimonio bajo la misma posición; más sí el único, a su criterio, que no iba a poder sostenerse por más tiempo. Colapsaría. Ninguno iba ni quería dar su brazo a torcer. Al mínimo indicio uno pararía al otro.

—Nos mandaríamos al infierno. ¿Por qué tiene que estar siempre a la maldita defensiva?— su desespero era marcado, su mandíbula se apretaba hasta doler.

A veces creía fervientemente que intentaban saltar al cuello del otro a la mínima oportunidad como si no pudieran tolerarse y ella con sus actitudes cambiantes y sus juegos de acertijos lo estaban mareando. No hacía más que confundirlo.

Lo cierto era, de un u otro modo..., que no se habían tomado la oportunidad de conocerse. Y eso lo hacía detenerse y meditar, porque aunque Natasha siempre le pareció una mujer llena de secretos y de emociones suprimidas, últimamente, en sus ojos, podía notar ese brillo de intriga, de esperanza, de aprecio...Y era una cosa que removía todas las fibras de su cuerpo. Lo atraía despacio, lo atormentaba en sueños, irrumpía en ese organizado espacio de su vida que lo mantenía en regla y lo arruinaba todo sin siquiera disculparse por su arrebato. Pero algo la retenía tanto como a él, sino, de lo contrario, ¿Cómo habrían reprimido su instinto primario y pasar de considerar por menos una atracción puramente física?

Steve se dirigió a la cocina y abrió la última gaveta de la encimera. Ya se le habían terminado los calmantes y tuvo que arrojar el frasco al tacho de basura. Su cuello crujió como la madera al romperse. En reemplazo de los analgésicos podía beber algo de Whisky del que guardaba con recelo en el mini bar.

Se sirvió un vaso a tope y dejó que parte del líquido quemara las paredes de su garganta.

Llevó rato salir de ello, sentado en una de las sillas altas y con un juego de ajedrez entre manos. A Natasha le gustaban los juegos de mesa, eran su especialidad; aunque no era una partidaria del ajedrez. Ese era más un rubro de él. Pero ella seguía siendo tan buena en los otros como él podía llegar a serlo solo con uno, era persuasiva, manipuladora y despiadada. Nunca tuvo compasión.

Sonrió perezoso y sin ánimos mientras derribaba una de las fichas que cayó fuera del tablero. Le parecía tan absurdo como deprimente. Suspiró reclinándose contra la barra y observando el tablero con atención sin tener la mente en el juego esa vez. Sino que pensaba específicamente en el juego seductor de Natasha; en la suavidad del cuerpo húmedo de ella junto al suyo y las puntas finas de sus dedos rozándolo.

Su acercamiento lo había dejado deseoso aun en contra de su propia voluntad y fue inevitable no recordarse que hace mucho sus manos no tocaban a una mujer como anhelaba. Hace tanto que no veía a una desnuda... Exceptuándola a ella. Con Natasha era todo diferente, había sido muy apenas, trataba de evitar mirarla con detalle. Sin embargo contra todo pronóstico, toda ella se sentía adecuada; desde él encajando las manos encajando perfecto en su cintura angosta, el lugar entre sus pechos firmes y cremosos que le ofreció para descansar su frente, hasta sus manos... Lo acariciaban con gentileza. Ella no debería ser gentil. Pero estaba tan acostumbrado a lo que ella no debería ser, que evitaba considerar por completo en lo que a duras penas le estaba demostrando producto de su impulso. Notó sus labios temblar en un gemido insonoro cuando él quería oírla gritar. No era justo.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora