TRES

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La mente de Natasha era compleja, tanto que a veces el reto era soportarse a sí misma; siempre se consideró una persona directa y con facilidad de palabra, aunque no todo el tiempo decía lo que pensaba; al igual que las niñas regañadas. Existía una parte de ella— quizá su inconsciente—que controlaba y reprimía el resto de sus acciones, y existía una presión sobre sus hombros llamada impotencia a causa de la misma. Esa tarde ella no quiso conducir; su cuerpo se encontraba en un letargo constante esa última semana, así que prefería disfrutar de la vista desde la ventana del copiloto; pero era sencillo distraerse con Steve.

Él siempre lograba alterarla y a la vez producirle una calma inexplicable. Irritable.

Era ese tipo de hombre que sacaba incluso lo que no conocía de ella misma; sentimientos como frustración, confusión, melancolía, indescifrable paz... Y, quizá, una parte de ella asumía que también existía la chispa de deseo que debería de ser inconcebible a esas alturas de sus vidas. Eso desataba su mal humor. Tenía la mala costumbre de aplacarlo escapando un par de horas al apartamento de Matt; excepto que había llegado a su límite, conoció algo llamado culpa y estaba cambiando su estructurado modo de vida acabando con su ahora frágil fuerza de voluntad.

Sus ojos se habían desviado hacia él y notaba lo enfadado que estaba; pero tenía la certeza de que no le reclamaría nuevamente al estar tan confundido. Para ser justa, ella tampoco estaba asimilando tan fácil ese cambio de actitud, cosas habían pasado a lo largo de ese mes ahora que la prensa estaba sobre ellos esperando detalles de su vida privada. Tal vez era el tiempo juntos, quizá lo cerca que estaba su aniversario; nunca habían pasado la fecha juntos y nunca le había obsequiado nada significativo, si siquiera por gratitud a su lealtad.

Se sintió, por un momento, la peor persona del mundo. Egoísta y egocéntrica. ¿La vería él de esa manera? Más extraño aún, ¿Le importaba siquiera?

Steve mantenía la espalda recta contra el asiento, su mirada azul se confundía con las luces multicolor de los negocios que rodeaban la carretera. Estaba entretenido, o solo quería fingir estarlo para poder ignorarla.

Natasha muchas veces se preguntaba qué clase de pensamientos rondaban en su cabeza, suponía que la mayoría de ellos no eran positivos. A veces, cuando lo veía apretar la mandíbula y contener su ansia en puños, tomando las cosas con tanta fuerza como para romperlas, prefería que se desahogara con palabras; lo que sea que viniera a su mente. Justo allí, no le molestaría que le dijera cualquier cosa, temas triviales para fingir que podían ser normales.

Pero era demasiado lógico esperar una reacción negativa; es más, le sorprendía a un nivel preocupante que no hubiera despotricado todo el camino porque ella arregló una cena con su padre. Joseph no era de su entero agrado, ni del de Steve; sin embargo se trataba de su suegro, un hombre mayor y solitario. Odiaría que Steve viviese lo mismo que ella, odiaría que cualquier persona atravesara el mismo dolor de perder a un padre. Joseph al menos tenía la intención de reparar las cosas, la intención de saber de su hijo. A sus ojos, pocas eran las personas que contaban con esa suerte.

Eso era tan solo la punta del iceberg, un hecho desencadenado de un matrimonio que no funcionó por diversas razones desconocidas a ojos del mundo. Creando malas relaciones, deteriorando el vínculo entre padre e hijo por diferencias notorias, por rencor acumulado, por la frustración de pensar en el "¿Qué pasaría sí?".

La basura de casarse sin amor y entenderse con el tiempo no era más que disfrazar el cumplimiento del deber; forzarlo. Vaya ironía la de ella mantener esa estrategia durante cinco años. Y, cabía resaltar, que habían crecido juntos en más de un aspecto a pesar de sus constantes desacuerdos. No sería una catástrofe si hacía el intento por ser amable, por tratar de ser su amiga.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora