DOCE

1.4K 130 51
                                    

¡Al diablo con el trabajo! Steve arrojó una pila de papeleo sobre el escritorio y enterró el rostro entre las manos soltando un suspiro exhausto. Lo venía aguantando toda la mañana.

El movimiento fue tan ligero que Steve apenas sintió a su cuerpo caer pesado sobre el sillón, lo que pasaba podía simplemente deberse a que ya temblaba de la frustración.

«Estar en casa era frustrante... ». Pensó. Pero, el trabajo no era menos extenuante. Hacía que su espalda se volviera rígida y era un recordatorio constante de que, si no lo quería, simplemente debía hablar. Claro, porque Natasha se encargaría de quitárselo de encima, tal y como se encargó de encomendárselo. Para ella era muy sencillo.

Con pensar en ella ya era suficiente suplicio, anoche no dejaba de reprocharse por qué había decidido no volver a casa. A lo mejor porque enfrentarla luego de ese día de reflexiones sería, simplemente, extraño. No hallaba otra manera de decirlo. Entraría a casa, ella seguiría despierta, volvería a su indiferencia luego de haberlo pensado mejor; porque era Natasha, sería aún más extraño que no lo hiciera.

Entonces la realidad lo golpeó con fuerza; no había dejado de pensar en ella dos días seguidos e incluso esa mañana. No había dejado de buscar su fotografía entre los contactos de su móvil solo para contemplarla, como si buscara respuestas. Y ella no parecía letal, lucía...sonriente. Pero cuando la viera de seguro se llevaría un gran problema. La última vez que llegó tarde, aquella noche en la que cenarían con Joseph, fue demandante y estaban al borde de iniciar una discusión. Lo que él había hecho...sobre pasó los límites.

—¿Steve?

Sam tocó la puerta con reticencia, lo sabía por el sonido débil, además estaba observándolo por el rabillo del ojo; la puerta estaba entreabierta.

—Adelante.— gruñó.

Al verlo, Sam de seguro pensaría que se trataba de los efectos del alcohol. En otras palabras, que tenía resaca. Una muy potente.

—Descuida—Steve suspiró una vez más como si estuviera hastiado—, no eres tú, es...

—El trabajo.

Steve asintió.

—Me ha llevado toda la mañana dejar todo en orden, y habría llevado más de no haber tenido un reemplazo. Gracias.

—No hay de qué, supongo—Sam tomó asiento frente a él—. Te lo debía. Además, los arrastré a ti y a James a ese club y debimos haber salido más temprano. Quizá él se está llevando una bronca con su esposa, incluso tú, con Natasha...La llamaré para disculparme.

—No—lo cortó rotundamente—, no será necesario. Prefiero explicárselo yo. Además, no es como si hubiera sido un pecado grave.

—No, pero, pareces cansado.

—Solo estaba pensando en la gala benéfica. Platicamos de eso anoche, no sé si lo recuerdas, pero las donaciones que recaude la galería irán dirigidas a la ampliación del ala para militares en el hospital central.

—Lo recuerdo, vagamente.

—Supongo que irás.

—No, no creo que eso sea posible. Lo último que deseo ahora es terminar en otra fiesta; mucho menos si es una fiesta aburrida repleta de ricos que no saben qué hacer con su dinero. Yo sí sé...Debo cambiar los neumáticos de mi auto y pagar el alquiler de mi nuevo apartamento, no será barato.

Steve se rió entre dientes; Sam seguía siendo el mismo muchacho que vivía a unas cuantas casas de la suya. No importaba cuánto hubiesen cambiado sus vidas aun después de Irak. Despreocupado; en cierta medida, siempre con una opinión en la punta de la lengua, inteligente, carismático y sencillo.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora