VEINTICINCO

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Afuera estaba irremediablemente oscuro cuando Natasha despertó, sus ojos se pasearon por la estancia; vagos y empañados, pero tratando de reconocer tanto como le fuera posible. «Si lograba escapar».

Después de escuchar el disparo, Benedict le había dicho a Matt que la durmiera. Era el último recuerdo lúcido. Su cuerpo ardió al contacto con el líquido como si se tratara de ácido, por al menos uno o dos segundos mientras se conducía por sus venas. Era espeso y tal vez habían doblado la dosis, porque luego de eso intentó luchar, pero no le quedaban más fuerzas. Como si sus extremidades se hubieran vuelto de trapo. No sentía nada. No reconocía ni el sonido de su propia voz. 

El aire salado entraba por la abertura en la ventana, le calaba los huesos y en algún momento había comenzado a temblar. Se sentía sucia, la arena se pegaba en su piel cubierta de sudor, el vestido que llevaba no cubría ni sus piernas, ni sus brazos. 

Natasha inhaló profundo e intentó reaccionar. 

El sonido del golpeteo del pie de Matt contra la madera agrietada del suelo llegó hasta ella, era un ruido sordo. Cuando logró visualizarlo en el frente, con la mitad del cuerpo reclinado contra una mesa, parecía incluso más calmado que horas atrás. 

Benedict caminó hasta ella. Natasha frunció el ceño, casi había olvidado su presencia, era tan silencioso que no estuvo segura hasta que le retiró el cabello que caía por su frente con la punta de su arma. 

A ella le produjo un escalofrío y pronto escuchó una risa burlesca venir de él. 

—Mira nada más...Ha despertado la princesa. ¿Cómo dormiste, querida? ¿Tu nueva cama no te parece cómoda?— se agachó para poder verla  con claridad. 

Benedict  no podía negar que Romanoff era sin duda una mujer hermosa, pero le satisfacía más verla destruída, era su cometido inicial...Su llanto silencioso y desesperado, incontrolable, producto de la morfina, le produjo una sensación de éxtasis. Colocó la mano libre sobre la pierna de ella, de forma tentativa. 

Los ojos de Natasha irradiaron odio y sus labios resecos temblaron de ira. Quería gritar, pero incluso su voz era un susurro lastímero y entrecortado. 

—No me toques.

Su siseo hostil lo hizo reír con más ganas. En ella podía notarse el horror, traía esa expresión de aversión y desesperación por todo el rostro. 

—Tranquila—levantó las manos de golpe, mal disimulando su diversión—. Yo te hice una pregunta primero...no respondiste. Pero, está bien, pronto pasarás a descansar a un lugar mejor—soltó una carcajada que retumbó entre las paredes—. ¿Es que no tienes sentido del humor, Romanoff? Por favor...Aunque quizá te apetezca jugar un poco.

Cuando Benedict la volvió a apuntar, Natasha intentó recordar lo que dijo sobre Steve. Él no le haría daño, no todavía. En retorcida cabeza aquello le causaba gracia, una satisfacción extraña que rozaba lo psicópata. 

—¡Vete al infierno!

—Estoy considerando darte un tiro en la frente y dejarte aquí sola mientras tus restos se pudren poco a poco.

—¿Y qué harás luego de eso? ¿Eh? ¿Huir? Porque deberías ir olvidandote del senado, con lo que hiciste, de seguro es tu cabeza la que tiene un precio.

—No trates de amenazarme que no estoy para tus juegos mentales, niña. Solo te crees con el derecho de decirlo porque aprovechaste la ausencia de papi— entrecerró los ojos con sorna —. ¿Piensas que debes guardar esperanzas porque te compraste un guardaespaldas y no un marido?—chasqueó la lengua en negación con un "Tsk, tsk"—. Ni siquiera Rogers va a sacarte del aprieto. Te lo dije. Pero descuida, procuraré enterrarlos en el mismo hoyo. 

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora