TRECE

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Joseph había salido de Washington temprano por la mañana, el cielo todavía se veía más oscuro y nublado faltando pocos minutos para las siete. Él miró una vez más a través del espejo retrovisor, con la vaga sensación de que alguien lo estaba vigilando de cerca; había una ligera presión sobre su cuello y este se giró un poco haciéndolo crujir, luego hizo crujir sus nudillos al apretar el volante; Joseph estaba nervioso y sabía que esa no era una buena señal. No había ningún auto además del suyo en la zona. La sensación no se había ido desde la noche anterior, no había conciliado el sueño por esa misma razón.

Cuando llegó a la pequeña zona pesquera, bajó del auto siendo golpeado por el aire salado. Él se frotó las manos y las metió en los bolsillos de su abrigo para evitar los pinchazos provocados por el frío y para buscar el pequeño cigarrillo que tenía escondido. Lo encendió y aspirar el humo lo hizo sentir un poco menos inquieto. De por sí no se sentía bien antes de salir de casa, estar ahí le provocaba nauseas; pero era lo que Benedict quería y él no podía cuestionarlo. No ahora que había fracasado en lo que le encomendó y posiblemente su reputación prendiese de un hilo.

Tragó grueso causándole dolor en la garganta seca. Mientras aguardaba, su cuerpo comenzaba sentirse pesado luego del viaje, y la cabeza le daba vueltas.

—Noche dura, ¿Rogers?— la voz cínica de Benedict le crispó la piel. De pronto para Joseph el aire se sintió más denso y cada vez más difícil de respirar. Apagó el cigarrillo contra el capó del auto y lo volvió a guardar, soltó sus músculos con movimientos ligeros de sus brazos y se acercó a él con una sonrisa nerviosa; fallando por todo medio a parecer impasible.

—Luces nervioso—apuntó Benedict hacia su mano temblorosa, Joseph se negó con un movimiento de la cabeza restando importancia—. Imagino por qué. De seguro tuviste mucho en qué pensar. Tu suministro se acaba, ¿No es así?—se burló.

—Pero tus pagos son bastante generosos. Por supuesto, estaba pensando cómo repararlo. No es nada que no tenga solución, Ben...Dame tiempo.

—Tiempo...—sonrió lentamente, hasta formar una curva ligera y amarga—. Tiempo es lo que menos me sobra, Joe. Te di bastante...Me dijiste que podía confiar en ti.

Y parecía realmente dolido por ello. Joseph, sin embargo sabía que su papel dentro de ese juego de ajedrez era el de un simple peón que en cualquier momento podría salir del tablero. Benedict le dirigió una mirada afilada, sus ojos apenas eran visibles pero se distinguía un brillo que no auguraba nada bueno.

—Puedes confiar en mí. Solo no evaluamos la situación con detenimiento. Esa mujer es...implacable.

—Es una mujer, Joe—inclinó la cabeza hacia a un lado, con obviedad—, una mujer nunca es lo suficientemente difícil.

—Intentaré...

—No me basta con que intentes—lo interrumpió con una frialdad que a Joseph le caló los huesos—. Te di una tarea Joe. Una tarea pequeña. Ni siquiera debías hacer todo el trabajo sucio, te consideraba lo suficiente como para dejar que el chico se hunda solo en la mierda cuando lo mandé a dispararle a la hija de Romanoff.—arrastró las palabras con rencor. Y luego, una risa sin humor—. No hiciste lo que te pedí.

—Conseguí que ella borrara el historial una vez, no pudieron acceder a él cuando postulaste al senado. Estás limpio. La parte más pesada está hecha, solo hace falta...

—¿Y tú de verdad creíste que fue por obra y gracia de esa pequeña perra? Por favor. No lo hiciste solo por mí, Joseph, nuestra amistad no es invaluable. Con esto me lo has probado. Ella no sabía que la astuta rata asquerosa de su suegro le había puesto una trampa a su propio hijo para salir bien librado. Tú hiciste algo malo. Lo sabes, no hay escapatoria. Llegó tu momento de rendir cuentas.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora