CINCO

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Los miembros de la junta no eran menos intimidantes a pesar de su edad, era aquello lo que daba la apariencia de que parecían más sabios; eran hombres mayores leyendo las pautas del reglamento minuciosamente mientras le dedicaban miradas de soslayo que ella sentía como un juicio pesado.

Existía, para Natasha, una diferencia abismal entre ellos. Algunos, la gran mayoría, llevaban décadas en el puesto; al igual que su padre alguna vez. Eso la hacía sentir nerviosa.

No era una mujer débil, quería que les quedase muy claro que no estaba jugando. La tensión en el ambiente, sin embargo, los susurros de aquellos hombres donde se hacía notar su claro descontento, la descolocaban. Ellos podrían flaquear en contra en el momento que lo decidiesen.

Natasha mantuvo la espalda recta, el mentón en alto y su mirada astuta y taladrante en todo momento; su expresión denotaba dureza, en especial sus labios curvados con disgusto. La impaciencia la llevaba por dentro, y el sudor en sus manos, así como el movimiento incesante de su pierna derecha, era la prueba de que le era difícil concentrarse un cien por ciento. Quizá una parte de ella temía que los votos resultaran negativos en su mayoría.

Apenas podía notar la mirada de Steve encima, analítica, escrutando sus movimientos con absoluto detenimiento.

Steve la vio mientras ella tomaba una honda respiración con todo el sigilo que le era posible, fue testigo de cómo su cuerpo vibraba exhalando la incertidumbre y el miedo a fallar, como si aquella fuese una tarea más que tuviera que cumplir. La empatía con Natasha era extraña, pocas veces, en contadas ocasiones, la había...contemplado. En su cabeza, se suponía que ella debería ser el ser más frío que conocía después de Joseph, no sabía si tenía hambre de poder, de dinero, de reconocimiento, o los tres juntos...

Era extraño compartir con ella porque no conocía un lado vulnerable, o al menos no lo había descubierto. Su esposa apenas daba pequeños indicios como suaves pinceladas que pintaban sobre su lienzo revuelto de oscuridad y odio, de rencor guardado por tantos años; por su padre, por su reputación, por su destino incierto. Tiempo atrás incluso pensó que hasta por la propia Natasha.

En ese instante efímero, ella giró su rostro con cuidado y lo encontró observándola. Era evidente que Steve no podía reconocer su propia expresión, no sabía que como lucía al ser atrapado «¿Enfadado, curioso, melancólico, perplejo?», solo podía presenciar la fragilidad y el asombro en los ojos verdes de Natasha; profundos como el bosque. Sus ojos eran, por micho, los más hermosos que hubiese visto en toda su existencia. Y eso lo sabía muy bien. De cualquier manera estos eran incomparables.

El dedo meñique de su mano se estiró hacia la delicadeza de los dedos de ella, esperando, sin saber con exactitud que era lo que esperaba. «¿Acaso quería que Natasha le correspondiera?»
Sería extraño. Sería impensable.
Por lo cual, Steve no pudo, ni por asomo, ver venir el movimiento inesperado del tacto de su esposa; rozando con sutileza el dorso de su mano con la punta del meñique tembloroso.

Al notarlo, Natasha se retiró como si su piel la quemara.

—El anterior ocupante del puesto de senador en el estado de Washington, el señor Ross, ha sido extraditado. ¿Sabía usted de la noticia antes de esta reunión?—el senador Bryant, vocero oficial del grupo de deliberadores del senado, le dirigió una mirada crítica a Natasha.

—No más que rumores, senador, pero eso explica el porqué de su ausencia, ¿No es así?

Si eso la hizo lucir ambiciosa, no lo había notado o le daba igual. Natasha necesitaba armarse de valor y esperanza, a pesar de las opiniones que ya tenían sobre ella, en el que se notaba el descontento de varios miembros de la junta.

𝐁𝐞𝐭𝐰𝐞𝐞𝐧 𝐭𝐡𝐞 𝐥𝐢𝐧𝐞 𝐨𝐟 𝐭𝐡𝐞 𝐩𝐨𝐰𝐞𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora