—No mamá... no llores —supliqué mientras venía a ella y le daba un fuerte abrazo acariciando sus cabellos. Hijo, ya es hora de alistar tus pertenencias. Tu padre te necesita, estaré bien aquí —expresó afligida, nunca nos habíamos separado desde que tenía conciencia.
Arreglé la maleta de cosas superfluas y estaba dispuesto a tomar viaje. Me costaba dejar lo que tanto quería: el hogar y mi infancia, de los pocos amigos que tenía ya alistaba sus cartas de despedida, mamá tenía un paño en mano que lo usaría en caso de que se recordara el niño que todavía era, a pesar de casi cumplir la mayoría de edad en lo que restaba de año.
La gran ventaja de vivir en Rumpler, era que el único aeropuerto internacional del país quedaba una zona contigua al poblado, y estando ahí, era imposible perderse. Porque era lo más importado de la modernidad del norte, en el austero yacimiento del país de los deseos. Mis demás amigos estaban tan ocupados que les era improbable sacar tiempo de improvisto. Llevaba mi bolso naranja y un maletín grande y espacioso que tenía mecanismos rústicos para hacer buen uso de mis fuerzas: ropa, enjuagues, artículos personales y mi balón de quemar el tiempo era el resto que tenía. Esta vez no podré dar saltos de alegría —dijo mamá, nostálgica e impasible. El avión llegaría en diez minutos.
—No te preocupes, apenas llegue te enviaré una carta.
—Sí... —admitió, cabizbaja, mientras se acercaba a mí. Me dio otro abrazo y tomó mis brazos con sus manos—. Hijo, que lindo eres. Espero que puedas encontrar la mujer de tu vida por allá —dijo sólida, yo estaba estupefacto—. Mi mayor deseo es que seas feliz y aunque cueste tiempo que vuelvas, te espero.
—Gracias mamá... Lo que no esperé fue que dijeras eso —afirmé atolondrado y quieto, parecido a un enano de historias animadas. Ella me observó con dulzura y depositó un nuevo abrazo, aquella vez mucho más ceñido.
—Esperaba que encontraras a una chica del Collado. Pero quizás la indicada sea alguien del norte, me han dicho que son mujeres civilizadas y educadas. Nada como las de aquí, excepto las princesas del Olivo.
En el último párrafo que dijo, recordé a la princesa Jane. Era tan indescriptible pensar algo con ella, ni en mis sueños más lúcidos encontraría a su hermoso rostro. La nostalgia de saber lo lejos que le tendría me abatía, pero no cruzaba al punto de sentirme triste; porque nunca le pude hablar, aunque eso no significaba que ella dejaría de ser especial para mí. Siempre sería la imagen más bella que vi en alguien, y aun siendo tan torpe y apresurada mi manera de pensar, estaba seguro: era mi amor imposible de mirar.
Entretanto pensaba eso, mamá me constreñía en otro abrazo rompe costillas. Había llegado el avión pasado minutos y tenía que ponerme en marcha. Esperaba el norte del mundo con los brazos abiertos junto a una nueva experiencia que empezaba desde aquel instante, tenía miedo y el entusiasmo al mismo nivel. Era genial.
—Dios te lleve con bien.
—Así será. Te quiero —dije alejándome y elevando mi brazo derecho, la hora estaba dictada. Mamá me regaló una sonrisa helada asimismo que sacaba su paño, para empujar los párpados y cerrar sus lágrimas. Se lo contuvo hasta mi arribo.
(...)
El viaje fue rápido. Mi segunda vez en avión no había sido tan mala experiencia. Abordé el transbordo en San Pedro Sula y me dirigí en dirección a Mississippi. De los aviones, me gustaba su velocidad y prisa al volar por los cielos, aunque en el fondo muriera del susto por imaginar si algún día uno cayera al precipicio, prefería mil veces el mar con todas sus criaturas hambrientas de sangre nativa.
«Bienvenidos a Mississippi, abrochen sus cinturones: vamos a presentar unas turbulencias finales», me engullía el temor por dentro, lo peor era no tener a mamá para darle un abrazo que calmara mi susto.
«Gracias por elegirnos. Lo esperamos pronto, tenga buena estadía» replicaba la bocina mientras ya estaba fuera, salí con agilidad —no quería estar más tiempo—, y con par de equipajes a mis espaldas, por fin era liberto del Collado, aunque todavía sintiera que seguía atado a algo que no procesaba con exactitud...
Di varios pasos al frente y miré una gran pancarta que decía: Rumpler. Era mi padre que la sostenía. Fui a él con grandes ganas de entregarle un abrazo, tenía años que no lo veía. Desde los tiempos en que Travis se había marchado del poblado. No tenía canas y sus poderosos brazos aún seguían rígidos. Le di un abrazo muy enérgico, se le veía cansado por el arduo trabajo.
—Claude, eres todo un hombre.
—Sí papá, siempre ando comiendo verduras —le dije con orgullo, él carcajeó conmigo.
—Cuidado te vuelves una coliflor —replicó entre risas. Por supuesto que no —puntualicé serio.
Papá cargó a sus espaldas el equipaje más complicado y fuimos a casa. Al salir, presencié el urbanismo de Mississippi: era una locura repleta de asombro para lo contado que observé en mi vida. Era un mundo diferente. Existía supremacía de automóviles, las personas se aglomeraban al pasar las calles y los establecimientos eran iluminados por focos enormes que no tenían fin de su emisión activa. Yacía la tecnología que carecía en el país de los deseos, porque allá, preferían nombrar las cosas con magia.
Una fuerte pasión crecía dentro de mí, quería conocer más de lo que se frecuentaba, y, ¿si era uno solo al que había salido? ¿Cuántos lugares esperaban para ser conocidos? Enardecía mi alma en creciente emoción, el mundo inexplorado manaba a la puesta de mis ojos.
—Trabajarás aquí —dijo papá, volteé de forma inmediata como una lechuza alarmada. Era una industria de caramelo. Tenía de nombre "el Doradal". Dejé mi impresión por los aires, no sabía que podía existir un sitio de trabajo tan grandioso e imponente. Lo más grande de Rumpler era la sede del aeropuerto y medía la mitad del tamaño que tenía el Doradal.
—Deberías cerrar la boca, capaz te ve tu jefe —expresó papá mientras reía, yo la cerré sin chistar.
—¿Quién será? —le dije curioso.
—El sr. Jonds. Es un hombre complicado, pero si trabajas bien le agradarás. Le comenté que tenía un hijo libre de obligaciones y él me dijo que te trajera si era posible mañana mismo y aquí estás. Necesitan a alguien rápido de manos en la empaquetadora, el trabajo es sencillo, pero tendrás que tener cuidado. Los muchachos, tus compañeros son buena gente, hazte amigo de ellos y te irá bien.
Asentí a las palabras de papá y transformé mi pensamiento al de un trabajador insaciable, moría por conocer la fábrica donde me volvería un hombre de verdad.
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Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomanceJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...