Capítulo 81

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Me sentía feliz por mi mejor amigo, porque después de tantos años de estar separados, había llegado en el momento indicado. Al tiempo de irse, me había recomendado visitar los templos y construcciones del país, porque según él, eran los más hermosos del mundo. Estaba yendo con Janett, como siempre tomados de la mano, y yacía en el olimpo de la alegría porque no dejaba de sonreír. Travis, también me comentó de una sorpresa que se podía cumplir si atravesábamos un camino dispuesto.

—Estás muy contento... me agrada —dijo Janett, caminando como ave por las nubes. Al igual que yo, ella era feliz si lo era.

—Es mi amigo de la infancia. Me gusta ayudarle.

—A mí también.

—No sé si te he contado, pero gracias a él te conocí.

—¿En qué año fue eso? —me preguntó con deseos de saber.

—No lo recuerdo bien... —dije pensativo—. Pero sé que fue por él.

—Sería genial si lo recordara... —me dijo alegre.

—Yo recuerdo el día que te vi.

—¿Sabes qué vestido tenía?

—Uhm... —Mi cerebro se estaba fundiendo, me costaban mucho los recuerdos de la niñez, y si los conseguía, era por lapsos muy cortos. Sentí que fue amarillo, pero no me animé a decirle.

—Hazme una pregunta.

—¿Ah? —No entendí nada, aún estaba pensando—. ¿Quieres qué?

—Sí, una pregunta, cualquiera —dijo sonriente—, ya sabes... para salir de la rutina.

—Bien... —me había preparado para algo que ni siquiera escatimé, pero una pregunta me asistió como un impulso al pensamiento. Lo pensé por tres o cuatro segundos y la solté—: ¿Por qué volviste a perder la vista?

Janett, subió las cejas con ligereza, y se quedó paralizada. No se lo esperaba.

—Ese día... —Janett se entristeció, y tardó mucho tiempo pensando.

—No lo tienes que contar... Lucy me dijo una buena parte de ella, pero me gustaría conocerla con tus palabras. Un pequeño resumen estaría bien —Era todavía difícil para ella, no había caído en cuenta de ello.

Janett, respiró profundo, y recogió fuerzas tomando mi mano con ahínco.

—Era un día soleado, el doctor me había dicho que no podía ver mucho el sol, porque a pesar de tener meses viendo, era muy delicado hacerlo. Un godín me echó un polvo en el ojo, la verdad no recuerdo cómo se llamaba, pero recuerdo que al mojar mis ojos con agua... no sentía la vista, era extraño. Pero si podía ver colores.

—¿Colores?

—Sí, no sé por qué en el fondo de mi corazón siento que no soy ciega del todo, o sea, es como sí yo viera algo, porque a pesar de la ceguera si puedo percibir luz y eso lo consigo al abrir los ojos.

—Pero nunca lo haces —le dije con intriga. Jamás había visto a Janett con los ojos abiertos en tantos años juntos, porque era como si tuviera los párpados cocidos.

—En el día no lo hago porque me asusta el sol —respondió con claridad—. Los abro en la noche cuando dormimos y las luces están apagadas, aunque por unos segundos.

—¿Y lo puedes hacer ahora? —le pregunté, tampoco quería intimidarla.

—Me encantaría —sonrió en un respiro—, pero aquel doctor me dijo que no lo hiciera en el día. Yo solo trato de cuidarlos en lo que más pueda.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora