—Evítate la formalidad, compañero —me dijo con sonrisa de confianza, ya no se veía tan duro como desde el inicio —, un placer, soy Emilio, y estoy de descanso del jefe para estar con la segunda al mando.
No le respondí porque no supe qué continuar, Janett habló por mí.
—¿La reina está? —le preguntó con duda.
—No, ella se encuentra en la torre norte.
—Entonces... ¿Quién es la segunda al mando?
—Usted apreciada Jane, aunque siempre objete desde su niñez que no es indicado.
—No tiene solución Emilio, es igual a Sounder. Algún día se deberán dar cuenta que no soy ni seré ninguna reina.
—Lo será, aunque no lo quiera —le afirmó Emilio, con amabilidad—. No lo tome a malos términos, la gran mayoría de trabajadores del Olivo, entre ellos me incluyo, sabemos que usted nos dirigirá en un futuro porque admiramos su voluntad y nos gozamos de su buen corazón. Sería la mejor de las reinas que alguna vez haya pisado el castillo.
—Ya lo has dicho, y también reitero lo mismo, no seré ninguna reina. Todos son grandes hombres y no es lo correcto que, en mi condición, dirija a otros.
—¿No le parece injusta nuestra forma de vivir? —preguntó, buscando una clara respuesta.
—¿Por qué lo nombra?
—Es tan compleja la extraña aura que emiten las personas que no desean gobernar. Es triste saber que siempre el poder acaba en las manos de alguien que no desea ayudar... Tal vez es un enigma incierto que en otra ocasión histórica tenga solución; por eso, entre tanto, mi sueño frustrado es verla hecha reina así sea por un día. Luego de ello, podrá declinar su reinado cuando desee y así podrá cumplir con sus palabras de no ser lo que no quiere ser. Forma parte de su decisión conservar su integridad, como persona natural de alta relevancia en el Olivo. Es muy importante para nosotros, así como para usted: nunca lo olvide Jane.
—Como quieran... —admitió casi rozando a la grosería—, igualmente lo que haya que hacerse, se hará sin contemplación —concluyó Janett, sin buena cara. Se tomaba muy en serio la parte de no ser de la realeza impuesta por el gobierno del Olivo.
Luego de eso, el tiempo avanzó muy rápido después de terminar la merienda. Janett, me llevó como una guía turística a los alumbrados de la carcasa que venían desde el sur, acompañado junto a Emilio, que se encontraba atento y en silencio ante cualquier palabra que se dijera al respecto. Me sentía incomodado, pero igual disfrutaba estar en compañía de la princesa.
—¿Eso es un alce? ¡Asombroso! —repliqué con emoción. Las luces de colores que se dibujaban en los iluminados eran espectaculares, parecía una navidad dentro de un zoológico inventado de pura fantasía.
—Esa es de mis favoritas. Es el alce de Ponderrafina. Un animal legendario que solo existió en décadas pasadas. Era muy veloz, como si fuera tres alces en uno solo. Y así de rápido también se extinguió.
—¿Cómo lo sabes, lo has visto?
—Sí, solo que ahora no puedo hacerlo, pero conozco muy bien su relieve. Mi memoria es casi fotográfica, por eso recuerdo cosas que de niña solía mostrarme mi padre —dijo pensativa.
—Sé que es no es conveniente preguntar, pero... ¿Te sientes bien después de eso?
Janett se sorprendió por la pregunta, y Emilio entrecerró sus ojos esperando una contestación, aunque no mostraba resistencia.
—Sí... a veces extraño mi antigua vida. Ya sabes, cuando lo podía ver todo bien —me dijo con una sonrisa y hombros encogidos.
—Lo entiendo de verdad. Yo también he sido ciego muchas veces.
—¿Sí? —replicó impactada.
—Claro, solo que la ceguera que tengo va desde mi boca, nunca soy capaz de decir algo bueno.
Janett se rio y Emilio enseñó una sonrisa, no sabía que había dicho un chiste, porque yo hablaba con la verdad. No era broma.
—¿Por qué piensas que no dices algo positivo? —preguntó Janett, con interés.
—Por timidez. Aunque contigo... es diferente.
—¿Por qué?
—No me ves, solo me escuchas. Tal vez mi ceguera para los demás sea visual.
—¿Eres feo? —me preguntó con inquietud, había sentido su tensión al instante. Quedé fuera de base para decir algo coherente.
—No puedo responder.
—Yo pienso que es simpático, Jane —dijo Emilio sin despeinarse. No podía creerlo.
—Emilio es de buen gusto para todo, así que confiaré en sus palabras —aceptó Janett con una ternura impulsiva, la situación era una locura para mí. Nunca me habían dicho esa clase de cosas en un lugar tan increíble. Lo último, fue una "leña cariñosa" de hombres histéricos.
El día fue oscureciendo y Janett se marchó, logró despedirse mostrando las palmas porque estaba lejos, y tenía que ir a dormir. Mientras eso pasaba, el caballero Emilio me acompañó hasta la salida escondida del palacio. Al encontrarnos en camino, dentro de un silencio repleto de extrañez, él me habló de la nada.
—Me parece que es un buen muchacho —dijo con serenidad.
—Gracias, y usted... creo que hace bien su trabajo.
—No hay razón para decir eso. Pero igual gracias, siempre serán recibidas las buenas palabras. Le espero mañana aquí, en el alba.
—¿Alba?
—No tan temprano —admitió—, en el alba de aquí. Es el comienzo de la puerta por abrirse a la media mañana, es un código que pertenece al Olivo.
—Oh, lo entiendo. Gracias por la ayuda y confianza.
—No es solo eso, de ahora en adelante la tendrá difícil, y en mi deber, está brindar el máximo de mi ayuda si es posible. Hay mucho en juego en las decisiones de la princesa, en ello, recae el futuro de esta monarquía moderna.
—No sé qué decirle —le dije, impactado—, nadie ha sido amable conmigo en este palacio.
—¿Le parece poco que tenga la aprobación de la futura heredera al trono? Le sugiero que vuelva a contar de nuevo quienes están de su lado— expresó sonriente.
Le seguí el juego con la sonrisa, era innegable, Janett me defendía sin darme cuenta de sus acciones, de forma indirecta lo hacía. No concertaba qué clase de cosa alcancé para que así fuera.
—Y también —volvió a decir—, sume a este servidor que tiene al frente. Estoy de su lado, caballero Claude, que tenga buen regreso.
Asentí con la mirada, agradecí con honor su bonanza y me marché a casa.
ESTÁS LEYENDO
Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomanceJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...