Capítulo 37

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El viaje de vuelta a Rumpler había sido pan frío que se sirvió sobre la mesa: duro de procesar, pero blando al caer a la postre en los sentimientos. Papá aprobó mis vacaciones sin cuestionamiento, más por el contrario, me incentivó a buscar lo que me hiciera feliz y alivianara mis cargas. Al momento, no entendía qué era lo que realmente quería encontrar, porque después de mi escandalosa salida del Olivo y de nunca haber recibido una carta de Janett, dudaba con insistencia si era prudente un regreso. No tenía más motivación que el de un corazón deseoso de buscar respuesta, porque no podía mentirle, sabía que Janett era la única que lo hacía estremecerse en el gozo del amor.

—Hijo, te noto muy pensativo... ¿En qué piensas? —dijo mamá con aparente preocupación, estaba ocupada mientras se reía con unas fotos antiguas de mis primos como bebés. Había llegado a casa hacía media hora. Entretanto, al tiempo que desempacaba los embalajes, solo le conversé a mamá con el abrazo de bienvenida y dándole unos bombones de chocolate típicos de la empresa.

—Nada, es que pasó algo muy extraño con esa carta que enviaste. Al final, ¿no la leíste?

—¡Jamás! —enfatizó con griterío—. Mi promesa de respetar tu privacidad ha sido fuerte desde que cumpliste los 18, una madre nunca sería capaz de incumplir a su palabra.

—¿Segura no sabes? —le pregunté con minuciosidad. Era claro que lo había hecho.

No pasaron ni diez segundos; cuando mamá saltaba de la emoción, despojándose de las fotos como si fueran papeles rancios para ser tirados al suelo. No pude evitar sentirme agradado al ver su enternecedora imagen.

—¡El rey! ¡El mismo rey! ¡Es una locura hijo! Qué maravilla... Dios mío —gritó con afano, no se aguantaba ni un respiro más, estaba contenida a montones.

—Sí mamá... pero no cantes victoria todavía.

—¿Por qué? —me preguntó asaltada, como si hubiera sido un golpe bajo que detuvo su palpitante desparpajo.

—No sé qué intenciones tenga para verme, sin contar que Janett no ha enviado nada. Esto es muy extraño.

—Hijo, no digas tonterías, el rey no jugaría contigo. ¿Por qué crees que enviaría una carta así? Fue un error, como todo eso que mencionó ahí.

Recordé en aquel momento que mamá no conocía sobre mi expulsión del Olivo. Sin embargo, la carta del rey no era tan explícita como para rememorar lo que había sucedido. Mamá asumió el perdón del rey con la rebuscada excusa que le entregué desde antes.

—Sí —sonreí con molestia—. Todo fue un malentendido.

—Bueno, entonces... ¿Vas a ir ahora? Tengo lista tu bici. La limpié hace unas semanas, está como nueva.

Bajé el ánimo enseñando mi rostro con lamentaciones y mamá lo intuyó de inmediato.

—¿Sucede algo? ¿Por qué siento que no estás bien del todo?

—Mamá, discúlpame... la verdad te mentí. Mereces saberlo.

—¿Qué debo conocer? Claude... no me digas que embarazaste a alguien y viniste por eso.

—¡No! ¿Cómo se te ocurre? No podría hacer eso... —renegué sin freno—. ¿Crees a tu hijo capaz de eso?

Mamá se despejó de inmediato, me miró con admiración y dijo:

—Eres hijo de tu padre, el único hombre que fue capaz de esperarme por años enteros, y que sigue haciéndolo. Esa clase de locura se las conozco a los Rivarola. Aunque no sé qué clase de locuras harías ahora hijo, tal vez ni las conozca.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora