Capítulo 58

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Un día después. Mississippi, fabrica del Doradal.

El día parecía estar hecho para las mismas cosas de siempre; sin embargo, tenía el aliciente especial de saber que al final de la noche llegaría una noticia que estaba esperando. Mis compañeros, no dejaban de alegrarse y sentir aprecio por mí. Incluso Cortés estaba sensible y me había dejado algunos souvenirs de su amado Perú.

—Amigo, te extrañaré —me dijo, afligido—, ahora ¿a quién podré aconsejar en sus tonterías existenciales?

—¡No seas tonto! ¡Solo cambiaré de planta, no creas que ya morí!

—Pasar de ser un simple empaquetador a un coordinador de operaciones, es motivo de que ganes tu propia oficina y te alejes de la estirpe trabajadora de la clase media —reiteró con orgullo. Cortés, estaba más emocionado que yo.

Juan Pablo, apenas había vuelto del baño y volvía a gritarme lo que me venía diciendo desde aquella semana:

—¡Coordinador Rivarola! ¿¡Cómo va su día!?

—¡Deja la cosa! —reclamé, ofuscado— ¡Ya te he dicho que bien! —dije harto de sus lambonerías.

Cortés, se rio junto a él y no dejaba de sentirse en el ambiente una notoria sensación de nostalgia, sobre todo en mi primo, que me veía afectado.

—Claude... —susurró navegante, le sentí diferente aquella vez. Mi primo no era de bajar la voz.

—Cuéntame.

—Lamento mucho si fui malo contigo —dijo con la mirada postrada en el paquete que procesaba con sus manos—. Eres un gran hombre primo, y si no funcionó o no quisiste nada con Jolina, es tu problema y decisión. Te admiro por eso.

Mi sonrisa brotó como la magia escondida en las mangas del mago. Juan Pablo, había soltado belleza en palabras inesperadas que me dejaban en la inmundicia, pues no supe qué contestar. Aunque de la nada, Cortés, también se unió a la moción del discurso de mi primo.

—Amigo, ya te he dicho que eres impresionante, pero no sé por qué siento que tu vida va a ser increíble, o puede ser que comí mucho estofado de mondongo ayer, no lo sé... —añadió con alegría y tontera, nos reímos todos—. Pero es raro, pienso que te viene lo mejor del mundo.

—Muchas gracias —repliqué con el pecho inflado—. Pero no me voy a morir tan pronto, y aunque no nos veamos como siempre, igual fue genial trabajar con ustedes. Don Wilbert y el sr. Roberto me han acompañado desde que vine y está empresa es como mi familia. Bueno, papá y Juan Pablo lo son, pero es todavía más fraterno.

—Cierto... —dijo Juan Pablo, más animado—. Y ahora debes aprovechar, nada de dormirse porque allá en el salón de operaciones están María Elisa y Miriam, dos bombones, ambas diosas del olimpo bajadas al plano terrenal esperando a su nuevo coordinador —sentenció, lujurioso. No pude evitar sonreírle con gracia. Juan Pablo, era un total sinvergüenza, amilanado en la fantasía de la depravación.

Caminé hacia uno de los ventanales dispuestos y observé la gran ciudad, y volví a esbozar sonrisas. Sabía que mi vida cambiaría por completo al día siguiente, y me venía al espíritu tal vez la historia que estaba esperando para vivir por siempre. De fondo, a pesar que todavía seguía escuchando las barrabasadas de Juan Pablo, no paraba de pensar en mi nuevo futuro de esperanza.

—¿En la noche vas a tomarlo? —preguntó, Cortés.

—Sí... papá me va acompañar. Ya tengo las cosas listas en el antiguo despacho del sr. Javiero.

—Bien... —Abrió los brazos para acercarse y depositarme un abrazo. Se lo recibí en silencio. Juan Pablo, segundos después, también se acercó y nos abrazó, fue un recuerdo muy emotivo.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora