Íbamos de camino a un pequeño poblado del que se debía parquear con el carro en las afueras, pues tenía acceso peatonal. Hasta ese punto, me sentía perdido como nunca, porque a pesar de hacerle compañía a Simón David, no comprendía bien lo que tenía que hacer para ayudarle, y tampoco podía apoyarme a mí mismo, era un tornado de inestabilidad rodante. Simón David sintió la agonía que vivía, pero no quiso hacer nada conmigo, porque primero me entregó tranquilidad. Estábamos caminando hacia un callejón uniforme e insulso, él me guiaba y yo lo seguía.
—¿Sabes? Yo tengo mi historia, cómo todos la tenemos... —me dijo con seriedad, y no sé por qué al detallarlo con más calma, me eché a reír.
—¿Cuál es la risa?
—Eres muy cambiante —le aseguré, entendido—. No sé por qué cuando te veo hablar serio con esas pantalonetas me pareces tan extraño y particular, me haces reír.
Él también deseaba hacerlo, pero se contuvo. Son mis favoritos —dijo llano y sereno.
—Bien, ¿qué tenías para decirme? —le pregunté, él había parado de caminar justo al frente de una casa de rejas verdes y el techo a dos aguas. Un pequeño jardín la adornaba, su entrada era sencillamente espectacular.
—Es aquí —aclaró—. La historia es simple, pero luego te la contaré. Escúchame bien, primero vamos a entrar juntos y nos portaremos como dos personas que se quieren mucho. Te conservarás en silencio y todo estará bien. Adentro está mi ex esposa con mis dos hijos.
—Muy bien... no entiendo nada, pero te comprendo —le dije en un intento de hacerme parte de su extraño juego, era cierto lo que le decía.
—Excelente querido, vamos a pasar. Estate alerta.
Al entrar en aquella casa, fue un cúmulo de sensaciones extrañas, porque sin duda alguna podía decir que había presenciado el escenario más estrambótico e insólito que viví en mi vida. Simón David, era padre de dos hijos varones, de siete y nueve años, había saludado a su ex esposa con un abrazo muy fuerte y posterior a eso, logró enseñarme ante ellos como una pareja. No sabía con qué fin lo hacía, pero debía exigir respuestas cuanto antes y si era posible al salir de ahí.
Simón David, luego de despedir a sus hijos, recibió un regalo de ellos. Era una pequeña caja que tenía varios huecos en los costados para ventilarse desde adentro. Parecía una caja llena de una magia particular.
—¿Eres padre? —le dije después de terminar aquello, mientras le presentaba un ademán de impresión. La pregunta era tonta, porque logré saberlo al acompañarlo. A veces la vida era tan irónica, porque mientras unos querían algo distinto, a otros les era imposible tenerlo.
—No solo eso. También soy bisexual —expresó con libertad—. O lo era... no lo sé, las cosas cambian con el tiempo.
—¿Qué sucedió?
—En el pasado... era un padre ejemplar. Pero, querido —perdió su visión por un rato—. Es inevitable ganarle a los impulsos de tu cuerpo. Es una carga que llevaba y al final pude ser libre
—¿Le fuiste infiel a tu esposa?
—Jamás —dijo recto mientras la caja que tenía en su mano se estaba moviendo, me preguntaba que contenía para hacerlo—. Ella lo fue primero con un hombre, y lo que me motivó a separarnos, fue su traición. Eso me ayudó a ser feliz, porque vivía prisionero de un matrimonio que no tenía amor. Nunca pude amarla, no me correspondía hacerlo.
—No entiendo por qué me trajiste.
—Querido... lo hice porque confío más en ti que en Charlie. Él me gusta, pero no tanto como tú para esto.
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Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomansJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...