En el viaje hacia lo desconocido e inmemorial, logramos tomar un destino único y diferente a cualquier otro.
Habíamos aterrizado en la ciudad más austral del mundo, donde las aventuras con Janett y Antón pasarían a un nivel escandaloso, porque era una tierra bendecida con la naturaleza más salvaje y espectacular de la creación. No obstante, casi ni entendía por qué tenía tantos deseos reservados en querer viajar hasta ahí, pero sin duda alguna, era uno de los destinos que más sonaba en mi cabeza.
En el refugio que nos hospedábamos, el clima era cálido y acogedor, y mientras esperábamos en cama, impacientes y cobijados, aguardando la gloriosa salida del sol; Antón, se había montado encima de nosotros para corretearnos de un lado hacia el otro y juguetear con nosotros.
En su juego de locura hacia todos los extremos, había soltado mucho pelaje y me habían entrado sus hebras por los orificios nasales. Con la rapidez que ameritaba la situación, conseguí estornudar hacia un costado para evitar males.
—Antón, baja —le indicó Janett, luego de sentir el carraspeo. Antón obedeció de inmediato.
—Lo hubieras dejado un rato... —tosí de nuevo, con mayor ímpetu—. No estaba haciendo nada malo.
—Sí, pero tiene las piernas muy frías y tampoco me quiero congelar aquí.
—Los abrazos quitan el frío... —le dije romántico. Janett asintió envaneciendo su reclamo y, justo al acercarse hacia mí, me entró un nuevo estornudo.
Traté de contenerlo como pude, aunque era imposible. Había tosido lejos de Janett y antes de que lograra abrazarme.
—Claude, eso no me gusta —expresó, preocupada.
—Deben ser los pelos de Antón —dije mientras me limpiaba la nariz con la yema de los dedos.
—No, está raro. Antón nunca ha sido de darnos alergias. Deberíamos ir al médico... desde hace rato te están dando cosas.
—Sí, algún día iremos —le dije con deseos de pretender dormir una siesta, no había logrado darle el abrazo.
—No, vamos ahora —reiteró molesta—. O mejor voy a llamar para que te programen una cita para la noche, no es justo que lo posterguemos de nuevo.
—Yo me siento bien, pero si quieres... Hazlo —le dije aceptando. Tampoco le estaba mintiendo, la medicina que utilizaba siempre me ayudaba.
Janett había llamado desde el teléfono de la recepción del refugio, y logró apartar una cita para la noche en el hospital de la ciudad.
—Gracias por preocuparte —le dije, sonriente—. ¿Ahora si puedes darme un abrazo para el frío?
Janett, silenciosamente se montó a la cama y fue dispuesta a hacerlo, todavía nos faltaban dos horas para salir y la baja temperatura no desaparecía. Pero de nuevo, el teléfono del refugio empezó a sonar.
» ¡Dios! —reclamó Janett frustrada por no abrazarme—. ¿Quién será?
Volvió a tomarlo y lo sostuvo desde la mano por un minuto, y después de esperar varios repiques, con una pizca de temor, contestó:
—¿Hola? ¿A quién necesita?
Observaba a Janett con atención, porque... ¿Quién podría llamarnos por aquí? Podría ser el doctor o algo así.
» Sí... habla con su esposa —dijo serena. Me reí, era increíble que Janett fuera mi esposa. Sonaba precioso cuando lo decía.
» Ah sí... claro. Claude, es para ti —me susurró mientras tenía el teléfono al aire.
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Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomansaJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...