Capítulo 67

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Al amanecer fuimos como pollos correteando un novicio porvenir, porque pronto nos alistamos para recorrer lo que el país nos tenía por destino. Fuimos en tren por los rincones escondidos de la gran Suiza y vimos sus Alpes escarchados y blanquecinos, repletos de inefable belleza, y adornadas por un ángel en estado de gracia. La mayoría de los escenarios suizos, parecían una película montada sobre montañas. Janett, nunca perdió su entusiasmo y tomaba fotos cada vez que le indicaba una posible aparición de un paraíso, y en lo postrero de nuestros andares, caminamos tomados de la mano por el palacio de las naciones unidas: un sitio imponente con un absoluto recuento de banderas y patrias independientes, que impartían sus poderes como naciones soberanas.

Al caer la tarde, regresamos en avión para Nápoles, y cuando pensé que había acabado lo más hermoso que conocí en vida, y que no habría más espacio o país que visitar, Janett, quería otro viaje cuanto antes.

Sonreí y le dije que era imposible que un pequeño cuerpo de mujer y princesa de las contemporaneidades, quisiera transitar más de lo debido. Pero no pasó nada, Janett solo me observó con sus ojos del alma y me respondió con el característico encanto de su agradecimiento, y ventiló un nuevo destino para el regocijo de sus sueños—: Marruecos.

No podía evitar sentirme un completo ganador de loterías, la riqueza del corazón de Janett y sus deseos fervorosos, emitían una visión de ella que nunca le había escuchado decir. Me tenía en las nubes, porque sus sueños también eran los míos. Siempre era un placer desempeñarlos a cabalidad.

En el país de la estrella verde, lo que se hallaba en él, era como viajar en el tiempo. Habíamos cambiado la modernidad europea por una legendaria reliquia, llena de vivencias y encarecido respeto a las generaciones antiguas: el cuidado de los camellos y el inicio de una cultura extraordinaria, puesta a la orden de nuestros corazones.

El clima era árido y desolador. Por ello, Janett, usaba un paño que le cubría la cabeza y le dejaba el contorno libre en los párpados, y cuando le observaba ponerse la tela, me enternecía. Janett, era tan enigmática y misteriosa como mujer, porque a pesar de siempre reiterar que no era princesa ni mucho menos reina, no desistía de usar vestidos largos, ya que le encantaba la comodidad de los atuendos y su autonomía.

En Marruecos había mezquitas, construcciones sacadas de los viejos anaqueles e ilustraciones bibliotecarias. También había demasiados vendedores informales que además de vender con agilidad, incluso confeccionaban su propio arte por obra de manos artesanas.

El idioma que hablaban no lo conocía, suponía que era marroquí o algo así; pero Janett a escasos metros de mí, conversaba y escuchaba a un hombre guía que le decía muchas cosas. Ella solo afirmaba con la cabeza y quedaba de espectadora ante las palabras de aquel hombre de túnica rojiza y gorro de paja.

Cuando terminó de hablar, le pregunté:

—¿Qué dijo? Habló bastante efusivo.

Janett, volvió hacia donde yo estaba y con una sonrisa de decepción, respondió—: Ni idea, no entiendo ese idioma. Empezó en francés y me terminó conversando en árabe, y sé de árabe lo que conozco de ojos y de mirar.

Me reí.

(...)

Luego, después de unas horas, llegó nuestro momento más esperado: conocer el desierto del Sahara.

Admirar a Janett montada en el resguardo de un camello, junto al panorama despejado de sus piernas claras como la luna llena, enseñaban una particular visión sobre nuestra ida hacia el encuentro con las dunas y su paisaje de poco olvido. Era inolvidable la puesta en escena que tenía enfrente, y retenía una mudez de alma que me hacía vivir desde lo más intrínseco. Janett, intuyó mi estado y no dudó en pedir un nuevo relato.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora