Hay amistades que siempre llevan una parte de ti. Pero cuando lo veía a él, pensaba que me había quitado toda la locura, o al menos, la mayoría de la que me correspondía por existencia. Porque éramos dos polos opuestos. Era una combinación explosiva concertar sus arrestos de arrebato y mis respectivos análisis seculares, porque mientras yo quería vivir, Travis, el tonto de aventuras infantes, propiciaba en cualquier momento un escenario de muerte. Me reía en soledad al recordar aquellos tiempos.
Janett, me tanteaba como un bicho raro, porque estaba a minutos de reencontrarme con él. Llevaba casi veinte años que no lo veía, y nos habíamos dejado de enviar cartas desde que le conté sobre el casamiento. La ansiedad me estaba carcomiendo el cerebro, porque también estaba haciendo tics extraños, como mover la pierna mientras me sentaba o golpearme los costados de la cabeza con el dedo índice.
—Tranquilo, ya casi —me decía Janett con voz baja y afectuosa, al mismo tiempo que me tomaba de las manos. Me enorgullecía que Travis pudiera conocerla, porque no le había contado que ella había sido mi prometida.
La puerta de su casa estaba ahí, vivía en medio de unas fincas de fácil acceso y tenía prados verdosos similares a los encontrados en el Robledo de Herminda. Era como tener un pedazo del país en un lugar distinto. Sin embargo, cuando había tocado la puerta repetidas veces, nadie salió para abrir. Ni siquiera hubo respuesta de alguien y menos se presentaron vecinos en las zonas contiguas.
Esperé sentado junto a Janett en un bulto de paja, y simplemente nadie se había asomado. En lo pronto el cansancio fue inminente, y nos pesaba el letargo de no poder presenciar algo que valiera la pena. Y muy decepcionado, salimos de aquel lugar donde se suponía vivía Travis.
Luego de encontrar la calle de regreso, en medio de dos carreteras que se cruzaban, había una gran multitud aglomerada alrededor de un conflicto que se produjo por un accidente.
Había llegado con rapidez la policía nicaragüense para encarcelar a los locos detrás del volante. Obligatoriamente teníamos que pasar por ahí para seguir, y cuando estábamos a punto de irnos, entre la azarosa muchedumbre, me fue imposible evitar ser curioso para detallar quiénes eran los culpables del siniestro, porque se habían chocado dos carros: uno último modelo que parecía costoso, y el otro un viejo traste oxidado y mandado a recoger.
Uno de los apresados, estaba gritando con delirio:
—¡No me toquen! ¡Yo puedo solo! ¡Maldición! ¡Qué falta de modales tiene esta gente! —expresó de espaldas, todavía no le había visto el rostro.
—Usted se lo buscó señor, si hubiera sido más cuidadoso no estaría aquí —le dijo el agente de policía, que lo tenía contra el baúl del carro, expuesto y humillado al escarnio público. Sentía pena por aquel hombre—. Diga su nombre, por favor —reiteró con conclusión.
—¡Oh señor, por favor! ¡No me haga esto! ¿¡Es cierto esto!?
—¡Nombre! —repitió el policía, presionando la cabeza del acusado al carro.
—¡Travis! ¡Travis Rivas! —suplicó a gritos que lo dejaran mientras se lo estaban llevando.
Ya lo había reconocido antes de que dijera su nombre a los cuatro vientos, «Travis... ¿Qué carajos te pasó?». No podía creerlo, mi mejor amigo de la infancia, había pasado de ser travieso a transfigurarse en un criminal de altísima relevancia, y aquello era el colmo de los destinos buscados por imprudencia.
(...)
El celador abrió la puerta y me dejó entrar al pequeño calabozo de la penitenciaría. Caminé unos metros y encontré a un Travis achatado y con la cabeza desplomada, como nunca le había visto. Me dio nostalgia, pero no supe por qué después sentí hasta una risa, porque era raro observarlo en pena. Travis, a veces, se creía superhéroe.
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Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomanceJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...