Nuestro amor había brillado en la oscuridad. En etapas largas y cortas se escondió, pero jamás murió, porque siempre retornaba al punto de regreso. Aquello había sido lo último que Janett escuchó en mi acción de palabras prometidas, y solo podía pensar en cumplirle hasta el último día de mi vida.
Cuando abrazaba a Janett, lo hacía con tanta fuerza, que se me escapaban todos los recuerdos difíciles en un abrir y cerrar de ojos, y más en los del día anterior, en mi inaudito viaje de regreso al Olivo. Había estremecido por el mensaje del rey, porque en aquella carta, indicó que no me había enviado nada. Aclaró que las cartas pasadas eran falsas y hechas a manos de la reina. Se avergonzó con indignación y me esperaba ansioso, y si era posible, que volviera en lo pronto.
Sin embargo, lo que más me dolió después de recibir el telegrama, era saber que papá me esperaba para ir a buscar el puesto desocupado y así ser el coordinador de operaciones del Doradal. A la hora, le aseguré que no podía ir, y él quiso conocer la intención de mi enloquecimiento, pues no se creía mi veredicto ni porque el mundo se fuera acabar al día siguiente. Estaba dejando pasar a las mujeres más hermosas de la empresa y de la ciudad, como si fueran una caterva de corrientes infructíferas para un deseo que, no quería en realidad. También desechaba la posibilidad de tener una vida estable, cómoda, con un sueldo que ponía a soñar a cualquiera por encima del común.
«Papá, la señal que estaba esperando... —le dije temblando del miedo, tampoco reconocía lo que decía, estaba frenético—. Tengo que viajar pronto». Él me sonrió como un niño encantado de iniciar un juego de toma y dame, porque lo que hizo después fue sublime. Me regaló el boleto de viaje que tenía para regresar a Rumpler. Le había prometido a mamá, con el amor más grande del planeta, que se verían en noviembre. Mamá le esperaba ansiosa luego de meses de espera, pero que encantado, rompía su promesa para cumplir la mía. Después me dijo que se iba a disculpar por ser un pésimo esposo y comenzó a llorar. «Mamá te ama —le dije con la verdad—. Eres su adoración, eso es imposible». «No lloro por tu madre —me explicó—, lloro de ti, y de tener la solución para ti en este instante».
No le había entendido aquel momento, porque se avecinaba una reflexión muy grande. Mi padre, fue siempre un erudito infravalorado en el universo de las maquinarias, y lo bueno era que yo, como su hijo único, podía recibir de su vasto manantial de sabiduría y párrafos de incontable saber.
«¿Sabes qué pasa con el amor? —me dijo en acicalada sonrisa—. Que sucede en el tiempo exacto. Su reloj es perfecto».
No sé por qué después el tiempo pasó como una avalancha torrencial y ya estaba a punto de llegar a Rumpler. Mi corazón palpitaba sin tener de cerca al Olivo y de alguna forma curiosa y hasta casi conveniente, como si el azar fuera mi mejor amistad, sentía que mi propósito de vida estaba más seguro que nunca. No sabía ni tenía forma de comprobarlo, pero lo percibía adherido al cuerpo, sellado en el alma desde la franqueza y con una tinta imborrable para tontos en el amor.
Le había contado a mamá. No pasé mucho tiempo con ella y entendió lo de papá, sin llorar. Al rato, en poco más de nada, el poderoso Olivo me alumbró a los ojos desde su gran puerta de entrada, aquella que recibía a la gente más increíble que existía en el mundo.
Aunque lo que me sorprendió fue el recibimiento de mrs. Arismendi, que acto seguido notificó a la otra salamandra para que enunciara mi llegada. Apenas estaba parqueando la bicicleta y no se había contenido para un acercamiento. «Caballero Claude —llamó, con admirable respeto—. Sea bienvenido a casa». Casi saltaba de la alegría al escucharle y estimar con análisis que, mi vida, tal vez sí pertenecía al decorado de excelencia que yacía en el firmamento del Olivo. A los minutos observé al caballero Emilio, me dio un abrazo, luego dijo que Janett me esperaba con amor, ansias y el corazón roto, porque el sanador de su tristeza no había llegado. No le creí sino hasta tenerla de frente y llorar enlazados en un abrazo, que nos apartó la desolación del corazón, para siempre.
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Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)
RomanceJanett Lanchester es una aclamada princesa en el reino del Olivo, la última monarquía independiente que resta en el sur de América, sin embargo, tiene una condición que la hace muy especial: es ciega de nacimiento. Claude Rivarola es un joven del co...