Capítulo 85

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Los Olivos.

El tiempo era un asesino silencioso, feroz, devorador de sueños y esperanzas. En nuestro regreso, el reino había ganado en brillo y resolución, porque en los años que no estuvimos, tal como le había propuesto al rey, abrió sus puertas e incrementó el turismo en el reino con el abrazo del mundo, hacia sus imponentes amurallados.

Porque sin temor a equivocarme, luego de recorrer muchos países y lugares; el Olivo, junto con sus castillos de eterna gloria, era el monumento más ostentoso y excelso que había sido construido por el mundo, porque ninguno le igualaba.

La mayoría de las cadenas televisivas, reporteros de renombre y miembros de alta relevancia internacional, otorgaron sus condolencias y realizaron actos solemnes en honor al monarca más grande de América. Era un reencuentro muy amargo y doloroso con las fuerzas generales del castillo, las salamandras estaban devastadas, y los protectores junto con los caballerizos estaban firmes, pero sin la fortaleza de su gran baluarte. Los únicos que estaban sobrios e imponentes, en la pérdida del rey, eran dos personajes muy bien conocidos y apreciados por mí: el honorable caballero Sounder y el gran caballerizo de oro, Emilio.

Los años no pasaban por sí solos, porque en el reino, algunos que recordaba jóvenes ya tenían el cabello grisáceo y otros contenían rugosidades, como la viuda del rey y el primer protector.

—Me complace verlo acá —me expresó Emilio, seguro y elocuente. Estábamos en medio de las exequias de honor al rey, reunidos con la multitudinaria presencia de más de 4000 hombres y mujeres, que se ordenaban entre filas y columnas. En el centro, se hallaba en reposo el féretro dorado y resguardado por personalidades del mundo, entre ellas, se encontraba la sra. Blanchet, la reina Teresina y mi amada esposa.

—Hace unos días hablamos con él... —le respondí en voz baja.

—La muerte no conversa con nadie —dijo crudo. Sounder veía de reojo, lo teníamos cerca. También se advertía lastimado desde el corazón.

—¿Cómo se siente? —le susurré.

—No hay palabras... —dijo con la mirada envanecida mirando hacia donde su gran amigo, jefe y caballero.

El momento de los discursos había llegado y no sabía quién departiría palabras; sin embargo, suponía que sería Teresina, ya que era la reina del Olivo desde comienzos del milenio. Además, ya no era una niña tierna como antes, se había transformado en una empoderada mujer con todas las letras. En efecto, ella misma se posicionó en una plancha entelada, donde se encontraba el atril para ofrecer un mensaje:

—Caballeros y damas del mundo... —expresó Teresina, que a pesar de estar afectada, estaba más firme que Janett y la sra. Blanchet—. Hoy, el mundo sufre la pérdida de un ser humano maravilloso. Sabrino Lanchester fue un rey de buenos deseos por el otro, de entregarse con y para el corazón. Un hombre que dejó su vida entera por el país y sus naciones limítrofes. Hablar mucho de él sería mancillar su valía, entorpecer su legado, porque era un hombre trabajador, y de pocas palabras. Donde sus actos, su intervención directa, y su nobleza, la entrega de su alma, atrapó a la humanidad con su sacrificio y extensa labor. Les imploro y solicito al día de hoy, hermoso y sin mancha, que por favor conserven su nombre en sus memorias, con respeto, valor e integridad.

Teresina bajó del podio, y los componentes de fuerzas, sumados a los presentes, comenzaron a aplaudir con estruendo y conmoción su sentido homenaje. Lo único que deseaba hacer, era seguir abrazando a Janett, pero estaba lejos de ella. Janett solo encontraba la calma en los brazos de su madre y hermana.

Empezó a caer la tarde, junto a un poderoso rayo de luz solar, y mis ojos estaban sufriendo la furia de su brillo. Traté de soportarlo hasta donde permitiera mi ímpetu.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora