Capítulo 28

99 34 7
                                    

Al volver a casa después de otro día maravilloso con Janett, en medio del camino pedregoso, me topé con un protector. Sin embargo, fui más rápido y me oculté entre arbustos para impedir que me viera, no quería problemas con nadie, solo quería ir a casa.

Entre mi pausa, caí en cuenta que lo acompañaba alguien más, tal vez otro protector, aunque aquel era diferente, porque su vestidura no era grisácea sino de un color opaco como el pan español. Sus ropas eran anticuadas, pero pulcras; su voz era un derroche de masculinidad, debido al grueso de su timbre vocal.

—¿Has sorteado lo último que se expresó de la princesa? —le dijo aquel hombre de atuendo enigmático al protector. Su voz me parecía familiar.

—No tengo la menor idea, ustedes deben saber más sobre eso.

—La princesa utiliza a aquel chico para querer ser reina, y luego de eso, dominar el castillo a diestra y siniestra. Qué horror —Era Bruce, el que me defendió de morir sin saberlo.

—No creía que la princesa fuera de las que gustara del poder. Tiene la sed de los gobernantes actuales.

«Ni yo...» pensé con desilusión. Supe que nada era perfecto.

—¿Crees que una futura reina del Olivo, se fijaría en un chico que viene de los pueblos olvidados del este de Herminda? ¡Eso jamás!

—¡Hey, escuche algo! —expresó el protector alarmado, aunque no había de qué preocuparse. Porque me fui corriendo con tristeza a casa y nadie pudo seguirme. Mi dolor era más rápido que cualquier hombre.

En casa, cuando llegó la noche, me sentí un ser melancólico de historia fúnebre. Mis pensamientos eran tóxicos en cantidades de barril para exportación, y mi ánimo, antes aumentado por Janett; era una sombra pálida de lo que había sido. Lo bueno, era que mamá no llegaba a casa y podía sentirme triste en libertad, pero no con arrojos para soportarlo con fortaleza. Era una pesadilla. Luego de conciliar el sueño, mi duda se resumía a una sola cosa: ¿valía la pena volver al castillo sabiendo las intenciones de Janett?

No lo sabía, pero lo que era de reconocer; tal vez, era el sonido de mi corazón a punto de romperse a bocajarro.

(...)

Cuatro días amargos pasaron hasta que volvió mamá y además de regresar, también vino con alguien muy querido para mí. Llegó junto a mi prima. Amarilda, tenía el pelo churco y botas rosadas, se había vuelto mujer y vivía con la única tía que tenía en el sur del continente.

Me llevaba dos años y contenía una singular belleza, era estimable consejera y amiga de caridad, lo que más valoraba era lo último. Su don compartido conmigo era de neta palabra, sin duda alguna, era una oportunidad ideal para superar lo confundido y enmudecido que estaba. Llegó como si fuera una bendición caída del cielo desaparecido.

—¡Claude! —Se aproximó con denuedo y me entregó un abrazo—. Tiempo sin verte, primo —dijo aliviada y satisfecha.

No le respondí, solo pude verla. Mi dolor era latente y de fácil visibilidad.

» Te veo apagado... ¿Te mordió un bicho de arena?

—Quizás ha pasado mucho —le dije con una falsa sonrisa, porque el mar de quebranto que retenía, no lo podía ocultar aun así lo quisiera.

(...)

Mientras le terminaba de contar la historia, la luna ya se había posado para ser una de noche lozana y resplandeciente. Amarilda, me observó con ojos incrédulos y se negó a creer lo que le dije. Sopesaba hasta la mitad y eso siendo optimista, porque si algo detestaba, era que le dijera mentiras.

—Primero... —dijo despacio—. ¿Aún existen princesas en el siglo XX?

—Sí, tanto en Europa como aquí.

—¿Y si estás soñando y no te das cuenta? Recuerda que los sueños no son reales.

—¡No! —negué acalorado—. No bromees que estoy hablando con la verdad. Créeme. Es cierto.

—Entonces... ¿Sueñas con princesas? O ¿Conoces alguna que sea falsa en la vida real?

—Tampoco, nada de eso.

—Bueno... Mejor es dejarlo así, haré que te creo —dijo no muy convencida.

—¿No me darás tu opinión? Sé que suena imposible, pero es real...

—¿Sobre? —expresó desentendida. Amarilda se aburría al escucharme porque no creía una sola palabra, todo comenzó luego de decirle que una princesa se había fijado en mí. El resto que escuchó, era un chiste andante.

Después de mis absurdos esfuerzos. Llegó mamá en un descuido y le contó que todo era cierto. Mi victoria había sido fulminante, porque si existía alguien en que creyera Amarilda, era mamá. Por fin pudo creer y en consecuencia a eso, cayó en un shock que ella misma provocó al no tenerme fe; sin embargo, sorprendida, reparo en continuar buscando una solución a mi problema y me siguió escuchando con detalle.

—¿Por eso te sientes así? ¿Te usaron para ese beneficio?

—Sí... y ella es mi primer amor. Tal vez duele más por eso.

—Ahora me silencias es a mí... —dijo Amarilda, cabizbaja. A mí también —incluso mamá respondía. Era inevitable no opinar aquello.

—Sí, ella... —mojé mis labios con impotencia y reniego—. Es lo más hermoso que he vivido con alguien y me siento devastado.

—Quisiera algo así con Travis... —susurró Amarilda con la mirada desorientada entretanto golpeaba una pelusa en el suelo, se me había olvidado decir lo mucho que ella quería a Travis, la diferencia fue, que mi amigo nunca la quiso —O todavía no la conocía de esa forma—. Aunque la verdad... yo no estaba tan lejos de eso.

—Confío en que cada quien tiene lo que merece, pero en mi caso no sé qué hacer ni pensar.

—¿Se lo preguntaste?

—¿Qué cosa?

—Si en realidad te está usando. Deberías preguntarle a ella para salir de dudas.

—¿Es en serio? —dije incrédulo, no creía en sandeces inventadas.

—No hay broma. Lo mejor para resolver las cosas es confrontar el problema cara a cara, ya que si reservas ese dolor a la larga será un inconveniente —dilucidó Amarilda. Mamá aprobaba su buen sentido de resolución.

De mi parte, hallaba indecisión y ganas de querer ir a dormir; no obstante, al paso de minutos amargos, entendí que Amarilda tenía razón. Tanto en el amor como en la vida, todo se guiaba bajo el mismo principio: sinceridad y lealtad, la primera para creer y la segunda para cumplir.

—Comprendo lo difícil de la situación, pero debes tomar una decisión que te regale la paz que buscas. No puedes vivir en silencio —dijo Amarilda, con gran sentido de pesadumbre. Se puso en mis zapatos como una buena amistad. Le agradecí el gesto, porque no cualquiera tenía esos detalles tan vívidos en carne ajena.

Antes de dormir, observé la única ventana de mi cuarto, que mostraba el panorama del cielo nocturno y estrellado. Pensé varias cosas interesantes:

Primero, no entendía por qué a lo largo de mi vida siempre había sido tímido y de baja autoestima; mis padres eran geniales y mi educación era estándar, sin contar que mis sueños frustrados eran los mismos que todos e igual nunca dejaba de sonreír y ser correcto a como diera lugar.

Sin embargo, al discurrir en lo segundo se me había olvidado lo anterior, y del "porqué" no siempre contenía un sentido definitivo. Eso debía entenderlo o al menos tratar de captarlo, mi subconsciente era bombardeado desde la existencia, y creía que podía ser un buen hombre o mejor persona, tal vez crecer por voluntad propia sin consuelos rebuscados por la mitad. Tenía que verla pronto y el día siguiente era mi oportunidad de limpiar la densidad de mis pensamientos ofuscados y repletos de prejuicios.

La tercera era mucho más simple:

—Te extraño... —cedí en voz baja hacia fuera de la ventana y mientras la iba cerrando me preparaba para descansar. Lo había dicho con el corazón, el que Janett robó desde el día que le conocí.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora