Capítulo 30

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Faltaba poco para el inicio de la nochebuena, y era una maravillosa eventualidad. En especial, porque estaba emocionado en reconocer que mi primera navidad de amoríos, sucedería con una persona única en mi tiempo histórico. Mamá había cocinado un pastel de frutos del bosque ermitaño y dejó guardado para ella, después de que pasáramos la noche junto con Amarilda.

—¿Recuerdas la vez que pensaste que, si dejabas de respirar, era porque venía una sorpresa guardada en tu estómago más tarde? Y al final solo tenías diarrea y fiebre.

—No me lo recuerdes —dije perturbado—. pensé que moriría.

—¡Tonto! ¡Te estabas muriendo! Menos mal tu madre y yo corrimos a salvarte antes de que fuera peor —replicó Amarilda, preocupada y divertida, por la vivencia de sus recuerdos.

—Cierto —asentí—, pero creo que la anestesia me hizo olvidar varias cosas.

—¡Oye! ¿Por qué la tía está así hoy?

Al voltear para observar a mamá, se le presenciaba con un paulatino sentimiento de tristeza. Estaba sentada afuera de casa, en una mecedora de trenzas, mientras veía hacia el cielo que atardecía con prontitud y sin tiempo de espera. La nostalgia era palpable en el ambiente.

—Lleva más de diez años sin pasar navidad con papá, tal vez recuerda ese último año con él.

—Deberías ir a ver qué le pasa, me preocupa.

—Lo haré, pero antes dime ¿Cuándo te vas?

—Cuando conozca de quién se trata tu prometida.

—No te adelantes a los hechos —dije irritado, pero en el fondo era feliz.

(...)

Me senté en la maderera de las escalas con cuidado, no tenía intenciones de arruinar su momento emotivo. Sin embargo, mamá me habló de inmediato apenas me sintió venir.

—¿Llegará? —me preguntó, impaciente.

—No lo sé, pero creo que mientras sigas firme y con esperanzas. Él volverá y nos sorprenderá a todos.

—Tonto... —me dijo a regañadientes y con una indescifrable alegría a bordo, no le entendí sino hasta después—. Hablo de tu novia.

—Ah —dije sorpresivo, me rasqué la cabeza de la pena—. Eso creo... ¡Pero oye! ¡No es mi novia! —admití con la cara enrojecida.

—No puedes ocultar ante mí, el caos que genera esa mujer. Soy tu madre, no soy cualquier amiga. Sé muy bien cómo cambias cuando piensas en ella —me dijo orgullosa—. No estoy triste por tu papá, si es lo que piensas... estoy aquí porque tu abuelo cumple otro año más en el cielo.

—¿El abuelo? ¿Hace cuánto pasó?

—Siete años.

—¡Vaya! ¡Eso es mucho tiempo! No creí que fuera tanto...

—Sí —encogió un hombro y se acarició el antebrazo—. Mi suegro siempre fue una persona para imitar, vivía al límite. Hasta te pareces a él.

—¿Crees eso?

—Por supuesto que sí. No me equivoco, y si lo hago, entonces es tu culpa hacerme equivocar —dijo mientras me mimaba de los cabellos.

—Todavía recuerdo las navidades con él, eran geniales, lo que no me gustaba es que a veces se emborrachara con miel de abejas y cerveza fermentada. Le caía terrible.

—Tantas veces le dije que no lo hiciera y no hacía caso, porque hombre terco como él, pocos.

—Yo pienso que te debe estar escuchando y riéndose en tu cara por las veces que hizo lo que quiso. Era más infantil que un niño.

Solo hasta que te vi (disponible en físico y ebook)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora