Capítulo 21.

150 21 11
                                    

— ¿Por qué estamos tomando este camino? —. No conocía mucho las calles de su propia ciudad, pero estaba seguro de que por allí no era el parque de diversiones (museo, además) al que solía ir en su cumpleaños con Dayana y David. Estaba angustiado de que el Uber tomara otra ruta.

—Bueno, cambiamos de planes—. Dijo Dayana a su lado, sonriéndole con picardía que Henry no entendió—. ¿Te gustó ese celular? —. Señaló con la mirada el iPhone que descansaba en sus piernas. Le había instalado algunas cosas, entre esas, mucha música otorgada por Spotify.

—Sí—. Estaba seguro, también, que ella sabía quién se lo había dado, y la idea lo ponía rojo de vergüenza—. Pero, en serio, ¿a dónde vamos entonces? —. David, que estaba en los asientos delanteros, lo miró por el retrovisor.

—Al aeropuerto—. Henry abrió la boca.

— ¿Qué? ¿Por qué?

—Vamos de viaje—. Dijo el chico, volviendo la mirada al videojuego que estaba completando en su Nintendo. Vio cómo Dayana miraba mal al novio, antes de devolverle la mirada.

—Pero... Espera, ¿por eso me hicieron madrugar a guardar mis cosas en una maleta? —. Normalmente sus amigos, los viernes sabáticos (más bien, donde no tenía clase) lo dejaban dormir antes de levantarlo con la canción de cumpleaños. Ese día había madrugado.

—Bueno, ¿querías solo viajar con lo que tienes puesto? Son cinco días—. Dayana esta vez sí le pegó a David por los asientos.

—Nunca te volvemos a pedir ayuda, David.

— ¿Volvemos?

Eso no lo respondió, y agradecidos estaban de que el Uber llegara al aeropuerto. Hacía muchísimo no pisaba un aeropuerto. David pagó el Uber, mientras Dayana y él bajaban su maleta. Eso era otra cosa extraña: Solo él traía equipaje. ¿Lo iban a meter de camello? Oh, no. Era muy virgen para la cárcel.

Los tres caminaron a la entrada. Dayana fue a hacer una llamada, mientras David y él se dirigían a la aerolínea en la que debían hacer check in.

—Más les vale que no me estén llevando de trata de personas—. La señorita azafata los miró como queriendo no haber escuchado eso, mientras David le entregaba el tiquete, solo uno, y le pedía el pasaporte.

—Te vendimos a un hombre rico en el extranjero, nos descubriste—. La azafata abrió los ojos, sin mirarlos, parecía querer que la tierra la tragara.

— ¿Podrían dejar el equipaje en la balanza? —. Puso allí la maleta, la cual no pesaba más de dos kilos, muchísimo menos, en realidad. La mujer le puso una tira alrededor de una de las correas, y un muchacho se llevó la maleta—. Disfrute su vuelo—. Le entregó a David el pasaporte, y dentro de este, el tiquete.

Henry le quitó los papeles, no podía más tiempo con la intriga.

— ¡¿Cartagena*?! —. Miró a David, quién se encogió de hombros—. ¡¿En serio me estás vendiendo a un hombre rico?! —. Porque no encontraba otra forma en que tres estudiantes universitarios viajaran en avión internacionalmente, no creía que tenían ese dinero para hacer tal cosa.

—Casi, en realidad—. David señaló, y Henry siguió con la mirada el dedo del chico, encontrando a Dayana junto a Ray. Ray era el único que iba con una maleta, un semblante maduro, y unas gafas negras. Se acercó a él con una sonrisa, dándole un suave beso.

— ¡Feliz cumpleaños! —. Dijeron los tres.

.:.

—Oh, cariño, yo ya sabía—. Su madre parecía estar muy de acuerdo en que su hijo hiciera un viaje, casi internacional, con su pareja. Era algo nuevo para él, porque jamás se sintió seguro con alguien, aunque Ray era, en definitiva, la diferencia en muchos sentidos. No sentía nervios por estar con él, sino por la situación como tal. No le dijeron nada, no estaba preparado mentalmente.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora