Capítulo 3.

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En la oscuridad del cuarto, quería creer que no era el único que no podía dormir, al menos, no con su corazón dando tal escándalo en su pecho. Pero Ray permanecía tranquilo, mientras buscaba en el armario algo de ropa para poder dormir tranquilo. Henry insistía en no ser necesario, pero cuando Dayana y David se encerraron en el otro cuarto, Ray lo arrastró al propio.

Estaba nervioso, ni con un hombre ni con una mujer, jamás, había sentido tan cerca aquello llamado sexo. Si bien era bastante... Lanzado, o lo fue con el mayor; él era virgen, ¡a los jodidos veintitrés! Era una burla decirlo, y por eso se lo guardaba. Pero la realidad es que jamás había sentido algo tan fuerte como para entregarse libremente a alguien.

—Toma—. El mayor le pasó una blusa ancha con el logotipo de una banda de indie rock, también una pantaloneta larga de color café, algo desgastada. Lo tomó, y se fue a un rincón separado, para cambiarse. Ray notó la incomodidad—. Entraré al baño, no te veré—. Se le hizo algo extraño, después de todo, era el mismo chico que se le lanzó a penas conocerlo.

Henry lo agradeció en silencio cuando el mayor entró al baño del cuarto, y se dedicó a quitarse su buzo de un pentagrama con un gato en medio y su pantalón capri a cuadros rojos. También se deshizo de sus desgastados converse negros, dejando solo sus medias de vacas de colores.

Se colocó la camisa, que le quedaba bastante holgada en su delgado cuerpo, y tuvo que jalar de una tira alrededor de la pantaloneta para ajustarla a su cintura. Iba con un collar negro, con un dije de pentagrama, y las uñas negras.

Ray se sorprendió cuando lo vio ese día, porque a pesar de tener la misma aura angelical, era como una versión oscura del Henry del bar. Aunque... Se veía lindo. Salió del baño, encontrándolo sentado en una esquina de la gran cama, mirando algo en su celular. Al escuchar la puerta, se espantó, saltando del sitio.

—Soy yo—. Sonrió, tratando de hacerlo sentir cómodo. Henry solo vio una extraña mueca que le dio gracia.

—Perdón—. Apagó la pantalla de su celular, yendo hasta su mochila en un rincón del cuarto. Metió allí el aparato, y también sacó una pequeña cajita—. Eh, ¿puedo usar el baño?

—Sí, claro—. Henry asintió, tomando la cajita y un cepillo de dientes. ¿Iba siempre preparado?

El chico no demoró, y cuando salió, lo vio con los retenedores de los brackets haciendo presión en su perfecta sonrisa. Así que usaba brackets, pensó el mayor; él nunca tuvo que lidiar con eso, pues sus dientes eran bastante alineados debido a que, de niño, sus padres le ponían aparatos para mantenerlos ordenados al salir.

Ambos subieron a un lado de la cama. Ray apagó la lámpara a su lado, y se quedaron en completo silencio, mirando fijamente al techo. Henry trataba de alejarse lo más que podía del mayor, no quería incomodarlo.

— ¿No tienes sueño? —. Rompió el silencio el mayor.

Nop—. Normalmente dormía muchísimo más tarde, se la pasaba en su celular o escuchando música para conciliar.

— ¿Quieres hablar?

— ¿Tú quieres? —. Ray no lucía como el tipo de hombre que disfrutara hablar, o escucharlo hacerlo, porque Henry hablaba bastante cuando quería.

—Podría intentarlo—. Oh.

— ¿De qué quieres hablar?

— ¿Con quienes vives? —. Quería conocer de Henry. Por muy extraño que pareciera, quería conocer del chico que en un comienzo rechazó por el mismo desconocimiento. Le llamaba la atención. Era lindo, parecía un chico agradable, y su estilo era muy extraño. En ese bar llegó a pensar de él como un muchacho promiscuo heterosexual. Pero ahora, que parecía relajado, era más un chico en sus veinte.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora