Capítulo 23.

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Recordaba claramente la primera vez que vio a Henry Hart. Un chico lindo que bailaba con dos mujeres, mientras se emborrachaba hasta las huevas. Recordaba muy bien cómo lo veía de inmaduro al tomar tan a pecho el rechazo de un extraño; y la preocupación y asco que sintió cuando le vomitó encima.

Llámenlo cursi, pero aún tenía la tarjeta del motel donde tuvo que ir a bañarse. Compró algo sencillo por aplicación de móvil, y logró llevar a su sobrino a la casa. Era extraño, porque, aunque lo hubiese vomitado, no sentía más que interés por el joven.

Un inmaduro chico que no controlaba los tragos.

Ray, ¿estás bien? —. Julieta se acercó, y por un momento creyó que era Dayana. Bueno, Dayana era más delgada, mientras que Julieta tenía curvas marcadas, piernas gruesas, y brazos tatuados. Ella tenía una mirada preocupada.

— ¿Por qué preguntas? —. La chica hizo un extraño y singular movimiento con la nariz.

—Te pregunté en español y me respondiste en inglés. Llevas un rato cabeceando mientras tomas aguardiente como si fuera agua—. Julieta se sentó a su lado, quitándole la copita que tenía llena de aquel liquido transparente. Era fuerte, sabía más dulce que el ron, pero mareaba al entrar al sistema. Nunca probó algo así, en realidad—. No sé qué tragos tengan en Estados Unidos, pero acá, el aguardiente es muy fuerte. No lo tomes como agua—. Cuando Julieta estaba por poner el trago en la mesa, se encontró la imagen que quería evitar.

Henry era cortejado por dos chicas. Mordió su labio interior, y tomó de nuevo la copa, tragando el líquido de golpe. Eso le dio un leve mareo. La chica notó eso, siguiendo la mirada iracunda del mayor. Claro que había captado que eran novios, pero no entendía por qué se sentiría celoso de unas chicas.

A menos que...

Se levantó, dirigiéndose a Henry, quién no entendía lo que decían las chicas cartageneras que no disimulaban su interés. Se metió entre ellas, tomando al chico del brazo.

Amor, debemos irnos—. Estaba segura de que Henry no entendía, pero él tampoco quería estar ahí, así que se dejó jalar hasta la mesa, donde estaba Ray. El chico notó la mirada perdida y el aroma a alcohol en su pareja, y se acercó preocupado—. Está prendo.

— ¡No lo estoy!

—Sí, lo estás—. Refutó ella—. Será mejor que les pida un Uber. Llamame a penas lleguen al hotel. Y, Ray, esas chicas que estaban encima de Henry eran prostitutas. Normalmente frecuentan estos lugares en busca de gringos—. Pero como Ray tenía esa mirada frívola, estaba segura de que por eso no se acercaban a él.

—Gracias, Julieta—. Ella tomó su celular.

—No es nada.

Pidió un Uber, y entre ella y Henry tomaron a Ray, haciendo que se parara. Ciertamente, aunque la voz no fuera tan llevada como la de un ebrio, luciendo casi furioso al hablar; no podía mantener el equilibrio, y su mirada estaba perdida. Henry sentía el claro aliento a alcohol, junto al cuerpo sudado del mayor, no solo por el calor de Cartagena.

Al llegar el carro, Julieta le dio la dirección al conductor. Sería mejor esconder la información de que, el único que hablaba español estaba ebrio. Tal vez no era buena idea, pero confiaba en que Henry no había tomado ni un trago, y era bastante inteligente.

En el camino al hotel, Ray sentía que su cabeza daba vueltas, su estómago estaba jalando dentro de él. Se sentía perdido, pero con mucho calor. Miró a Henry, que estaba pendiente del celular, donde Julieta les estaba enviando la ubicación. El chico notó aquello, girando a verlo. En vez de lucir enojado, por arruinar aquella noche donde fueron a tomar con Julieta y su grupo de amigos; parecía preocupado.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora