Capítulo 25. [+18]

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Advertencia: Contenido sexual explícito.

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—H-Henry... —. Parecía que el chico no escuchaba alguna cosa que dijera, y se estaba cansando. Honestamente, jamás se sintió tan viejo como en ese momento. No podía seguirle el ritmo a Henry en lo sexual.

Desde que ambos, en Colombia, tuvieron su primera vez juntos, Henry parecía haber llevado ese inicio de la sexualidad a un extremo que no podía alcanzar. Era intenso, era arriesgado. Una y otra vez, parecía olvidar la palabra no. Recordaba cómo en el avión lo asaltó en el baño del mismo, esperaba, rezando a algún Dios, que nadie los hubiese visto.

Ojalá eso hubiese sido lo más arriesgado que Henry hubiera hecho. Pero no.

Desde tocarlo en situaciones que no debía, incitarlo, hacer ese tipo de... gestos que lo derretían y ponían a sus pies. Bien, tal vez también era su culpa ser tan débil ante una mirada de su pareja. No podía negarle nada, aunque se tratara, como en ese momento, de tener sexo mientras su sobrino estaba en el comedor con Jasper y Dayana.

Se suponía que ese grupo de amigos iba a hacer trabajos, pero Henry lo vio y ahora estaban en el baño, muy cerca del comedor, yendo demasiado lejos. Y su mente de abuelo (que tan solo tenía treinta y seis, ahora) le decía que debía tener respeto ante ellos. Pero Henry, no sabía dónde, la había aprendido a mamar demasiado bien.

—Detente, e-en serio—. Lo empujó suave de la frente, encontrándose con la imagen del chico totalmente ensalivado, junto a liquido pre seminal, bajando por la barbilla de este. Tragó duro, era humano después de todo—. Bien—. No podía contra la mirada nublada y excitada de Henry—. Terminemos con esto.

Aunque parecía que fuese forzado, disfrutaba tener un amante joven capaz de tener esa energía (lívido) más alto que cualquiera. ¿No se suponía que los medicamentos psiquiátricos limitaban el deseo sexual? Con Henry parecía todo lo contrario.

El chico se levantó de entre sus piernas, y bajó el pantalón hasta los tobillos, recostándose frente al espejo, en la parte del lavado. Ray se colocó tras él, besándole la nuca. Si iba a terminar con aquello, al menos debía disfrutarlo.

— ¿Puedes callar los gemidos?

— ¿Tú que crees? —. Que no, pensó. Henry gemía demasiado, y le gustaba, pero su sobrino y los amigos del chico no estaban a muchos metros de distancia.

Tomó la toalla pequeña colgada cerca del lavamanos, y la ató en la boca de Henry. El chico sonrió sucio, musitando algo inentendible. Seguramente viéndole lo sexual sugerente de aquella situación.

Ray comenzó a besarle el cuello, mientras su mano acariciaba entre los glúteos del chico. No tenía condones, pero desde que ambos habían empezado ese camino sexual, dejaron de usarlo. No tenían riesgo de embarazos, por obvias razones; y tampoco tenían enfermedades de transmisión sexual cuando solo estaban con el otro.

Ingresó un dedo, y Henry tiró la cabeza hacia delante. Comenzó a acariciar el punto que más le gustaba al chico, logrando ingresar varios dedos fácilmente; después de todo, Henry se había preparado mientras se la chupaba.

Mordió el cuello del chico, metiendo los dedos hasta la base. Simuló embestidas rápidas, escuchando claro el sonido viscoso que hacia aquello. Demasiado pornográfico, pero igualmente excitante.

—H-hmn, hmmn—. Henry lo estaba mirando enojado. Parecía querer ser penetrado.

—Te he dicho que seas paciente—. Murmuró, cerca de la oreja contraria.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora