Capítulo 11.

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Después de dos días de continua medicación, además de estar en observaciones, por fin parecía que iban a darle salida. Claro, con medicación incluida (más de la que tomó antes), e idas al psicólogo con continuidad.

—No creo que sirva de nada un psicólogo—. Le dijo a su médico, mientras este y un enfermero le quitaban el suero que estaban dándole por intravenosa para inyectarle los medicamentos. Aparentemente tuvo un ataque de pánico, y se sorprendió al saber que no iba a ser hospitalizado. Seguramente, su madre pidió que no fuese así.

—Señora, una pregunta, ¿el titular se encuentra? —. Carolina se puso pálida, casi deseando que la tierra se la tragase.

—Hace tiempo no veo a mi papá, doctor. No sé qué le pasó—. Carolina tembló ante el simple nombre, y aunque había aprendido a tolerar la naturalidad con la que su hijo hablaba de ese horrible hombre; era difícil cuando recién tuvo ese altibajo debido a su insistencia con que nada había pasado. Para Henry, era más fácil hacer como si nada hubiese pasado; era más fácil de procesar que el hecho de que la persona que lo cuidó por años le haya hecho tanto mal.

—Sí, señor. Él solo se fue—. No iba a declarar que amenazó a Joaquín para que se alejara de sus vidas de una vez por todas. Eso, por un tiempo, funcionó para su hijo; pero... ¡Maldita sea! ¿Por qué su hijo se empeñaba en hablar de él con cariño? Era doloroso verlo tan ido en sus fantasías del padre perfecto y dedicado—. ¿Por qué sería?

—Bueno, su carnet de servicios de salud está desactualizado; es bueno que busque la forma de tenerlo al día, más porque su hijo ya es mayor de edad—. Los problemas legales de siempre, pensó Henry.

Los médicos terminaron de dar los papeles de alta, y Henry se colocó sus zapatos, para después caminar con su madre a la salida. En ella, se encontró a Ray, recostado en la puerta del auto, fumando bastante retirado de los enfermos. Lo más feliz de enfermar, era que Ray se preocupaba por él; pensó, acercándose a este y dándole un abrazo.

Lo sintió temblar al inicio, lo cual hizo que se separara.

— ¿Pasa algo? —. El hombre sonrió, bastante difícil de hacerlo.

—No, nada, cariño. Te extrañé—. Porque no podía verlo, solo dejaban entrar a la madre. Le dio un beso en la mejilla, y saludó a Carolina, quien también le sonrió, antes de subir a la parte trasera del auto—. ¿Tienes hambre? —. Ambos subieron al auto.

—No, aunque la comida en el hospital es horrible. ¿Vamos a tu casa? —. Ray miró por el retrovisor a la señora, quién negó.

—No, cariño. Debes descansar en casa.

Se sentía todo muy incómodo, Henry prefirió no prestar atención a ello, y se dedicó a poner música mientras el auto andaba a la casa de los Hart.

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A veces es difícil sentir, o dejar que esas emociones se muestren de alguna forma; pero, en ese momento, el caso no dependía del mostrar o no sus emociones, era, más bien, la incapacidad de controlar mueca tras mueca. Había olvidado esa mascara de indiferencia, seguramente en el bar donde conoció a Henry Hart. Ya no sabía cómo comportarse, cómo tratar, cómo construir en una base casi tóxica. Y quería, en serio deseaba ello, pero le era tan jodidamente difícil tratar con sus propios sentimientos, que no imaginaba, ni quería hacerlo, el lío que estaba hecho Henry dentro.

Por suerte, volvió a terapia, aunque de nada servía cuando la aceptación de sus problemas era tan poco estable, tan poco realista. Y él, no podía, en serio quería tratar de convivir, pero sus propios demonios le imposibilitaban el continuar hacia delante, con un chico claramente roto.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora