Capítulo 13.

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Robert tiene una mano rápida

Él mirará alrededor de su habitación, no te contará su plan

Tiene un cigarrillo enrollado

Colgando en su boca, es un niño vaquero

Sí, encontró una pistola de seis tiros

En el armario de su papá, en una caja de cosas divertidas

Y yo ni siquiera sé qué pasó

Pero él viene por ti, sí, él viene por ti

Todos los otros niños con los zapatos caros

Más les vale correr, más les vale correr más que mi pistola

Todos los otros niños con los zapatos caros

Más les vale correr, más les vale correr más rápido que mi bala

Cuando era niño, sufrió de bullying. Pero estaba seguro de que era normal siendo alguien obeso y poco carismático. Más de una vez tuvo que pasar su receso encerrado en el baño, o con su hermana. Estuvo tanto tiempo con ella que llegó a pensar que le gustarían las mujeres; pero era triste que, cuando trenzaba el cabello de alguna de las amigas de su hermana, no pensara en nada más que en lo lindas que se veían, sin poder imaginar algo sexual.

Pensó que era normal, pero la pubertad le dio a entender que no era así, cuando, a los quince, tuvo su primer sueño húmedo con su maestro de historia. Ya no podía ver igual al señor R, y seguramente era su culpa. Pero agradecía que, debido al hecho de ganar altura, se veía más intimidante, haciendo que los ineptos que una vez le hicieron daño, simplemente quisieran incluirlo.

Pero él no andaba con imbéciles, y por eso su vida escolar fue tan cerrada. Las mejores notas, el mejor del equipo de baloncesto, el hijo del alcalde del pueblo. Tuvo una buena vida después de una oscura primaria. Parecía que todos habían olvidado que lo empujaron rio abajo en una cascada, o que le habían hecho odiar su vida.

Él, obviamente, no lo olvidó. Y odiaba a cada uno de los imbéciles del pueblo.

Cuando tuvo oportunidad, dándose cuenta de que allí solo lo esperaba desesperación, se fue a estudiar una carrera literaria en la ciudad. Su padre era un alcalde pensionado, su madre una maestra pensionada; el dinero nunca faltaba.

A veces se preguntaba si era raro, después de todo, prefería estudiar que ir a fiestas, prefería estar en su casa que hacer amigos, porque la gente es extraña, porque solo viven de lo bonito que llegan a ser.

Y él, habiendo ganado un gran físico, no pudo dejarse guiar por la corriente.

Era, seguramente, el adulto más perdedor de la historia. Teniendo un gran empleo, teniendo un gran físico, pero sin haber tenido una relación real con alguien. Ese fue su gran error, de eso estaba seguro; porque tomó al primer chico que le interesó para hacer lo más impulsivo de su vida, y perder la dichosa virginidad con este.

Camilo era su gran error. Porque fue su maldita culpa que todo hubiese terminado así. Tenía veintisiete cuando lo conoció, y al mes decidió que era momento de salir. Fue apurado, porque él mismo sentía ese retraso ante los otros. Sus compañeros de trabajo, su círculo social, todos parecían ir como si el diablo los persiguiera. Él, en cambio, parecía ir como si estuviera pegado al suelo, sin poder olvidar, sin poder continuar.

Aunque Camilo después se comportó como otro idiota, estaba seguro de que siempre fue así, solo era su necesidad hablando por encima, haciendo oídos sordos ante las evidencias. Eran tan diferentes, Camilo era alguien que podía gastarse todo el dinero de su sueldo en una noche en un bar LGBT. Él, al contrario, lo dejaba ir solo.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora