En cuanto lo vio, supo que estaban destinados a encontrarse. Su mente llegó a creer eso, y seguramente era su necesidad hablando por encima de cualquier cosa que se interpusiera; pero, teniendo casi treinta y cinco años, era normal sentir que se quedaba estancado en la cadena alimenticia. Muy, muy atrás del resto de sus compañeros de trabajo, quienes tenían familia, hijos y una vida... Perfecta. Desde joven fue criado en un seno familiar amoroso, pero ese mismo amor lo hizo darse el tiempo de conocer a sus parejas, y, así mismo, decepcionarse de ellas.
— ¿Qué piensas? —. La voz apenas alcanzaba a sonar por encima de aquellos parlantes, duros y con un sonido escandalizador. No le gustaba el ambiente, nunca le gustaba salir de la comodidad y confort que le daba su hogar. Pero su hermana le pidió acompañar a su sobrino a aquel bar, principalmente porque este era abstemio por obligación. Para él, un joven de veintidós años, no necesitaba un guardián. Su hermana no creía lo mismo, y estaba seguro de que desentonaba con esa polución de joviales muchachitos estregándose como animales en celo bajo la mirada de voyeurs.
—Este lugar es asqueroso—. Afirmó Ray, tomando de su limonada. Estaba sobrio, dolorosamente sobrio, porque era conductor designado, y se negaba a ser parado por la policía, u ocasionar un accidente. El dinero no caía de los árboles.
—Deberías relajarte—. Miró a la chica, como si estuviera loca. Ella era la novia de su sobrino; una hermosa chica que era agradable y fácil de compartir, además, parecía querer incluir a todo el mundo en sus cosas—. ¿Quieres bailar? —. Ella le extendió la mano, y él, como no, negó.
—Estoy bien—. Ella sonrió aún más.
—Ser gay no significa que no puedas bailar con mujeres—. ¿Y su sobrino le dijo eso? Tendría una fuerte conversación con ese inútil muchacho, que, por cierto, estaba bailando con dos chicas a la vez. La novia, Dayana, lo miraba divertido. Después de todo, de eso se trataban los bares: Ir a compartir fluidos con desconocidos.
—No lo digo por eso—. Volvió a tomar de su bebida.
—Tengo una idea—. Y ella se separó de él, caminando por todas las mesas hasta el muchacho del cual no había separado la vista. Este estaba bailando muy pegado con una chica. Tenía el cabello rubio mojado de sudor, y su ligera camisa blanca dejaba bastante descubierto su pecho inmaculado. Iba a babear por un chico heterosexual, qué incómodo. Dayana llevó al chico, casi arrastrado, al sillón donde estaba—. Ray, él es Henry. También es gay—. Ray, que en ese momento daba una bebida a su limonada, escupió lo que quedaba por la nariz, quemándose definitivamente parte de la garganta.
— ¡Dayana! —. Dijo él, con una dulce voz que apenas sonaba—. Te lo dije para que fuera secreto, no para que lo contaras.
—Oh, vamos. Sé que eres nuevo en este mundo. Así que él te puede ayudar—. Y lo empujó, haciéndolo casi caer encima del otro. La chica le dio un guiño a su amigo; el tío de David, su novio, era bastante atractivo, y le encantaría que su mejor amigo pudiese, por fin, tener su romance de verano.
Ambos, sentados al lado del otro, quedaron sumidos en un silencio incómodo. Henry estaba tomando ron, por lo que parecía en su vaso; la blusa se le pegaba a la espalda por el sudor, y tenía el cuello rojo, seguramente por el calor.
— ¿Qué edad tienes? —. Preguntó. Se veía bastante joven, tal vez tendría la edad de su sobrino. No, no podía salir con alguien de la edad de su sobrino. Pero, tampoco lo iba a hacer; después de terminar una larga relación de cinco años, debido a una infidelidad, se negaba nuevamente a sucumbir ante el romance. El joven lo miró. Tenía un bello rostro.
—Veintitrés.
— ¿Y también vas en cuarto? —. Semestre, omitió. Él asintió—. ¿Entraste tarde?
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Ciudades de cristal. |Henray|
FanfictionLos primeros encuentros deberían ser los mejores, así darían una buena impresión, ¿no? Bueno, el primer encuentro de Henry y Ray fue en un bar, pero no de la forma que muchos pensarán. Y gracias a ello, sus vidas comienzan a unirse poco a poco, reco...