Capítulo 7.

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Se odiaba, se odiaba tanto por no poder darse una oportunidad, por no poder dar ese salto de fe en el cual todos terminaban. Y él caía en su misma miseria por el miedo a salir lastimado nuevamente. ¿Por qué era tan temeroso? Todo eso no estaría ocurriendo si tuviese las ganas de salir, por completo, adelante. Y por más que trataba de fingir una naturalidad impropia, la verdad era que estaba asustado de absolutamente todo, y no sabía cómo enfrentar esa idea, no sabía qué hacer al respecto.

— ¿Estás bien? —. Su madre entró al cuarto, sin pedir permiso primero. Ella sabía que, de hacerlo, sería echada de inmediato. La habitación estaba desordenada, como de costumbre. Libros por todo el suelo, esmalte de uñas en la alfombra, y las dos puertas (del baño privado y el closet privado) abiertas. Henry coleccionaba muchas chucherías, a su parecer.

— ¿Por qué la pregunta? —. Su hijo estaba en la enorme cama, extendido en ella. El celular del chico, extrañamente, estaba en una de las repisas con un montón de muñequitos. Eso era extraño, teniendo en cuenta que su hijo amaba estar con su celular. Se acercó al aparato, tomándolo. Estaba con una funda transparente sucia, y un montón de stickers en la parte trasera. Lo encendió, dándose cuenta que estaba en modo avión. Su pequeño solo lo ponía en modo avión cuando quería alejarse de todo.

—Por tu cara. Y porque, desde que saliste a vacaciones, no sales de tu cuarto—. A veces odiaba haber dado al chico un cuarto con baño, eso solo le permitía aislarse aún más del resto de la casa, y del mundo.

—No quiero hablar—. Ella entendió, y sabía que forzarlo solo provocaría una disputa. Se dirigió a la puerta.

—Por cierto, Ray Manchester ha estado llamando al fijo—. Y ahora entendía por qué, su hijo tenía el celular en modo avión. Henry pareció temblar, y giró en la cama, tomando el enredón y envolviéndose en este. Olía añejo, a su abuelita que fue quien se lo hizo.

—Dile que me fui de la ciudad—. O que me morí, pensó.

—Parece preocupado.

— ¿Y?

—Pensé que estaban saliendo—. Henry se encogió.

—No lo estamos—. Y ese era terreno en el que ella, como madre, no iba a meterse.

—Bueno... —. Salió del cuarto, algo más preocupada que antes.

Henry se preguntó si la había cagado en serio.

—No debí hacer eso—. Sollozó, temblando bajo las cobijas.

¿Qué si quería una relación? Si le preguntaban a esa parte que estaba soñando con ese momento desde que tuvo consciencia, sí, la quería. Pero, estaba ese temor que le impedía seguir adelante en muchos aspectos, y tenía que ser honesto consigo mismo: Tenía miedo de arruinar todo. Porque era un experto arruinando todo. También estaba eso del sexo, joder, no. O sea, si veía a Ray de manera... Sexual; pero ese mismo pensamiento le daba miedo.

Era tan asqueroso.

Se levantó de la cama, con el rostro empapado de lágrimas y moco, y caminó hasta el espejo de cuerpo completo de la puerta de su armario. Estaba del asco, hacía unos días no se bañaba. La camisa que usaba le quedaba corta, y se veía su cuerpo mal formado, seguido de los pantalones que parecían caer por su cintura.

— ¿Una relación? —. Era demasiado abrumador.

De solo pensar en cómo Ray debía estar en ese momento, se recordaba lo asqueroso que era al no pensar en los sentimientos de este. Después de ese día, simplemente desapareció de la vida del hombre, sin decir nada, porque no creía tener la suficiente importancia para hacerlo. Y se culpaba sentir que jamás alguien se interesaría honestamente en él, a tal punto que creía que todo podía solucionarse con su desaparición.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora