Capítulo 4.

241 29 12
                                    

Hace mucho no salía con alguien, con la intención de solo salir. Era nuevo para él sentir que no era buscado simplemente por un placer carnal, y cuando Ray le preguntó si quería ir con él al centro histórico, no dudo en negarse. Tal vez porque se sentía seguro con ese hombre. Algo nuevo, otra vez. Se emocionó con ello.

Su madre simplemente lo dejó ir. Ray quería recogerlo, pero no deseaba que se topara con su mamá, al menos, no aún. Para ella sería difícil, además, no tenía esa confianza aún. Henry decidió que se encontrarían en una estación del metro, cerca del centro histórico.

Cuando llegó, el hombre ya estaba ahí. Vestía simple, pero no menos atractivo. Henry se sintió avergonzado, el hombre se veía demasiado mayor con su vestimenta, o su altura, o su esencia. Henry, en cambio, iba con una camisa de David Bowie que le quedaba ancha, unos pantalones de camuflado verde, y con los brazos descubiertos, hacía buen clima; aunque llevaba un saco negro colgado de su cintura.

—Hola—. Sonrió, levemente nervioso. El mayor dejó su celular, guardándolo en un bolsillo trasero, y recorriendo al chico con la mirada.

—Tienes tatuajes—. Afirmó el mayor, deteniéndose en los brazos descubiertos del chico. No lo había notado, cosa rara, porque no era la primera vez que le veía los brazos. El rubio pareció intimidarse, escondiendo aquellas marcas con sus manos.

—Sí...

—Están lindos—. Y giró en sus talones. Henry sintió su corazón latir, y lo siguió. Sus tatuajes no lo avergonzaban normalmente, era algo que eligió y le gustaban, pero sentir que un hombre mayor lo vería como un ingenuo chico por hacer ello, le cohibía. Eran cinco, dos en el derecho y tres en el izquierdo. Todos eran de animales diferentes, cada uno con una cualidad que lo distinguía del otro, y de sí mismo.

Ambos, uno al lado de otro, salieron de la estación. El centro histórico estaba rodeado de gente. Había personas tocando en la calle música colonial, otros bailando, parecía bastante acogedor. Claro, era día de la independencia, era normal que estuviera así. Muchas personas caminaban por las calles peatonales, dirigiéndose a la plaza principal, donde había museos.

Le gustaba el ambiente festivo, y los museos.

— ¿Quieres comer? —. Preguntó el mayor, mientras caminaban.

—Eh. Comí en la casa—. Su madre no lo dejaba salir sin comer, menos cuando no había conseguido trabajo de medio tiempo y estaba sin pago. Carolina trabajaba en una organización, pero ella ya tenía suficientes gastos con su universidad.

—Oh... —. Ray no tenía hambre tampoco, David hizo comida para su novia, y tomó algo de lo que quedaba—. ¿Qué quieres hacer?

—No sé, tú me invitaste—. Bien, eso sonó mal. Miró a todos lados—. ¿Y si vamos al museo?

— ¿Te gustan?

—Sí. ¿A quién no?

—Bueno. Podemos ir también a la subasta de libros, casi siempre hay números que no se encuentran normalmente.

Decidieron entrar al museo de arte contemporáneo.

El lugar era amplio, de un color casi futurista. Las obras eran, a opinión de Henry, muy simples. Tal vez porque prefería el arte renacentista, o porque no les veía el hecho histórico a pinturas novedosas. Leía con cuidado las descripciones de cada una, Ray parecía admirar el arte, a diferencia de él.

Salieron aburridos del lugar, y decidieron ir a la subasta. Era una plazoleta, con muchas mesas llenas de libros, de todo tipo, organizados por categorías. Ray siguió de cerca a Henry, algo que lo puso nervioso, pero no le dio importancia, yendo a la sección de Universal.

Ciudades de cristal. |Henray|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora