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"...Lo que no decimos se nos

acumula en el cuerpo,

se convierte en insomnio,

en nudos en la garganta,

en nostalgia,

en error,

en deuda,

en insatisfacción y tristeza.

Lo Que no decimos

no se muere,

nos mata..."

Pov Yuta

La puerta se abrió.

Gritos y golpes se escuchaban provenir de la habitación de mi omega, Lucas estaba allí, congelado, como si su mente estuviera en otra galaxia.

¿Por qué no lo paraba?, pensé para mi mismo, sin ser capaz de empatizar con su estado de shock.

Entré a su cuarto y todo era un caos, había destrozado casi todos los muebles, el espejo del armario estaba roto, los cajones tirados por todas partes, incluso el colchón estaba tirado contra la pared, las puertas del armario habían sido arrancadas, hasta la luz estaba reventada y había sangre... mucha sangre.

-¡Sicheng!- grité al verlo, de espaldas, arrancando una de las cortinas.

Se giró hacia mí y pude ver a alguien que no conocía, con uno de sus ojos color miel y el otro de violeta intenso.

Ese no era mi novio, la persona que estaba delante mío gruñendo, temblando, con el rostro desencajado y las manos llenas de sangre, no era mi niño bonito.

-¡Vete de mi vida!- gritó.

-No me iré a ninguna parte, nunca te dejaré- dije mientras intentaba acercarme despacio.

Otro gruñido me alertó y aquella voz extraña que habíamos escuchado el día del baño en el campamento resonó por todo el cuarto, frenando mis pasos al instante en contra de mi voluntad.

-"Te dije que te vayas"- y la sangre se me heló.

Como si estuviera hipnotizado camina hacia atrás, saliendo de la habitación, como una marioneta sintiendo como le mueven los hilos.

Apenas le perdí de vista recupere la conciencia, fingí cerrar la puerta de salida, escondiéndome en uno de los muebles para que no me viera.

Al escuchar el sonido se sobresaltó.

Salió corriendo, abrió la puerta y miró hacia el gran pasillo, llamándome, cuando se dio cuenta de que ya no estaba cerró y se dejó caer al suelo apoyado en la madera, llorando con todo el alma, llenando su cara y su pelo de sangre.

Temblaba, gritaba, se tiraba el pelo y apenas podía respirar.

Salí de mi escondite y me agaché delante de él abrazándolo y su llanto aumentó aún más.

-Te dije que te fueras- balbuceó.

-Te dije que nunca me iré- afirmé sintiendo que correspondía el abrazo.

Lo levanté con suavidad para sentarlo sobre la mesa, con su frente pegada a mi pecho.

-Déjame ayudarte, por favor- pedí acariciándole el pelo, sintiendo cómo su cuerpo se estremecía por la violencia del llanto.

The Brand YuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora