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"... Lo que llega,

llega por algo.

Y lo que se va,

también..."

Pov Yuta

La graduación al final llegó, San y yo salimos de allí felices, con nuestros títulos de ingenieros relucientes, siendo felicitados por las personas más importante para nosotros, incluida la abuela, que se había convertido de repente en la abuela de todos.

Un mes antes, con Sicheng nos mudamos a un departamento más grande no muy lejos, y a nuestro lado un departamento más pequeño para la abuela de Sicheng, la casita la dejaríamos para más adelante.

Nunca había imaginado que mi omega sería tan feliz con algo tan sencillo.

Se habían acabado las comidas basura y las cenas de reparto a domicilio.

De repente todos llevábamos almuerzos saludables a la universidad, comíamos un menú hecho en casa y pastelitos recién horneados por las tardes.

Se podía respirar la felicidad en el aire, porque todo en nuestras vidas de pronto era perfecto.

La casa de la abuela pasó a ser el lugar de encuentro de todo el grupo, ya que Wooyoung se había ganado su cariño hasta el punto de ser uno de los más mimados por ella, quien le preparaba incluso sus comidas favoritas.

Además, cuando nos tocaba viajar a Estados Unidos con San, ambos omegas se instalaban con ella esos días que estábamos fuera y no nos extrañaban tanto, sobre todo Sicheng, que a pesar de estar marcado sufría ataques de angustia cuando yo me ausentaba, llorando casi las veinticuatro horas del día.

San y Wooyoung también compraron un departamento en el edificio frente al nuestro, y ambos omegas pasaban el día arreglando el pequeño jardín que tenían, poniendo flores y arreglando la hierba, cuando no estaban estudiando o practicando.

Uno de aquellos fines de semana, el mes anterior a nuestro último viaje del año a Estados Unidos, San y Woo nos invitaron a cenar a todos en una hamburguesería nueva que había inaugurado cerca de la universidad.

Después de un rato, cuando ya íbamos por los postres pidieron champaña para celebrar y nosotros ingenuos preguntamos:- Pero ¿qué celebramos?- y Woo nos miró a todos con los ojos soltando chispas y una sonrisa en la que podría caber el mundo entero, mientras su alfa acariciaba su mejilla con dulzura.

-¡Qué San y yo tendremos un cachorro!- soltó de golpe, siendo automáticamente besado por su alfa en la marca con cariño.

Sicheng se levantó rápido a abrazarlo y yo me colgué de los hombros de san, estaban felices, todos lo estábamos, íbamos a ser tíos por primera vez.

No pudimos evitar también, que aquel gusanito de la paternidad no nos picara.

Woo sacó de su mochila un sobre con una ecografía, apenas se veía una manchita en la imagen.

Todos reímos cuando el alfa dijo que ya podía verle la cara y que se parecía a él.

Yo había notado esas semanas que Woo estaba más cariñoso y mimoso de lo normal, al punto de no querer bajarse del regazo de San en todo el día, ahora entendía el porqué. Era tan bonito ver cómo su mano acariciaba su imperceptible abdomen, mientras mi amigo le repartía besos en todo el cuello, aspirando el dulce olor de coco mezclado con madera y un sutil toque de fresas, que seguramente era del cachorro que esperaban.

El siguiente viaje a Norteamérica San decidió a último momento que no iría, por razones obvias.

Yo le traería los papeles y él los firmaría, enviándolos después por correo.

Woo no se sentía muy bien y lloraba todo el tiempo, más cuando el alfa no estaba a su lado mimándolo.

No quisimos arriesgarnos cuando podíamos hacerlo de otra manera, así que a aquel viaje finalmente tuve que ir yo solo.

Subí al avión de noche, preparado para descansar todas las ya conocidas horas de vuelo.

Apenas las azafatas nos trajeron la cena se apagaron las luces, todo el mundo se dispuso a acurrucarse y taparse hasta que anunciaran el aterrizaje por megafonía.

Me dormí rápidamente, oliendo el pañuelo que llevaba en el cuello de Sicheng, con su aroma impregnado en él, para sentirme más tranquilo.

Al volver del viaje, si todo iba bien, nos pondríamos en plan de buscar nuestro primer cachorrito, aunque sería sin prisas, porque él aún tenía unos años de carrera por delante y yo no quería que se le complicara acabar de estudiar.

Una fuerte sacudida del aparato despertó de golpe a casi todos los pasajeros.

Las azafatas nos tranquilizaron, diciendo que estábamos atravesando una zona de turbulencias, que nos abrocháramos el cinturón y que mantuviéramos los respaldos de nuestros asientos rectos sin levantarnos de nuestro sitio.

Minutos más tarde otra sacudida hizo que las luces parpadearan y la cara del personal de vuelo palideció, ante el temblor intenso que daba todo el fuselaje del avión.

La gente empezó a gritar, llorando con pánico y desesperación.

Algunos intentaban llamar por teléfono para despedirse de sus familiares y yo solo pude pensar en Sicheng, en su carita de tristeza cuando le di el beso antes de coger el vuelo, sus lágrimas rodando por sus mejillas rogándome que no me fuera.

Fue inevitable imaginar su vida sin mí, el momento en que le dieran la noticia de que yo ya no estaba.

El dolor de nuestro lazo rompiéndose y su marca sangrando.

Ante ese pensamiento me aferré con fuerzas a la chaqueta que llevaba apretada en mi pecho, sintiendo mis ojos picar, por la agonía intensa que me daba sentir que a pesar de no querer irme, quizá había llegado mi momento.

Con las manos temblando pude desbloquear mi teléfono, entrando a WhatsApp enviando apenas un último mensaje "te amo", como tanta gente a mi alrededor estaba haciendo.

Las mascarillas de oxígeno cayeron del compartimento superior y nos hicieron sacar los salvavidas de debajo del asiento.

La nave descendió de golpe, tomando velocidad y nosotros apenas podíamos mantenernos rectos en los asientos.

Las luces se apagaron del todo y solo nos sentíamos caer, un ruido sordo de hélices sonando, luego golpes y sacudidas para otra vez caer.

No tenía idea de cuánto tiempo llevábamos de vuelo, ni siquiera sabía si estábamos ya por tierra o seguíamos sobre el mar.

Sentí un ruido muy fuerte viendo por la ventana como un trozo de ala se desprendió y fue ahí, en ese preciso momento, en el que comprendí que no saldría de allí, que no volvería nunca más a casa, ni a abrazar a mi omega, porque mi día había llegado, iba a morir aquí, destrozado.

Un fuerte impacto me dejó adormecido, el avión se detuvo con un choque intenso.

Solo se escuchaba silencio, quejidos y algunas explosiones.

Estaba tan herido que ni siquiera hice por desprender el cinturón, ya que no me podía mover.

Las llamas se expandieron a mi alrededor y dejé de sentir mi cuerpo, los sonidos y mi respiración, mi visión se puso negra, mis ojos se cerraron y entonces todo se acabó...



"... Así fue como te fuiste,

sin despedirte,

porque sabías

que no te hubiera

dejado ir..."

Lloremos todos juntos, me duele el corazón...

The Brand YuwinDonde viven las historias. Descúbrelo ahora