Ocho meses atrás

12 1 0
                                    


De pronto se quedó quieta. Como si se apagara la luz de sus ojos y alguien la hubiera desconectado, perdida en otro momento distinto al que estábamos viviendo. Habíamos estado riéndonos, hablando y viendo películas tontas en su dormitorio. Nuestra amistad era bastante reciente y aún dábamos vueltas en círculo, intentando descifrarnos y calibrar qué significábamos para la otra persona.

Ni siquiera me acuerdo de qué estábamos viendo, alguna peli de instituto en la que la empollona cambia su imagen justo a tiempo para recibir su primer beso. Le pregunté:

—¿Qué pasa? — Como no me respondía, le toqué la muñeca con la punta de los dedos—. Tierra llamando a Rose...

Rose parpadeó y sacudió la cabeza, y mientras volvía a sentarme sobre los talones, pude apreciar que una lágrima caía por su mejilla.

—¿Qué es lo que te pasa?

No sabía si acercarme a ella, darle un abrazo o salir corriendo por la puerta, pero me había hecho la promesa de que jamás miraría hacia otro lado ante el sufrimiento ajeno, de que nunca fingiría que todo estaba bien cuando no era cierto. Así pues, me obligué a quedarme.

—Puedes hablar conmigo, Rose, y decirme lo que quieras.

Ella se quedó mirándome durante lo que me pareció mucho tiempo, tanto que quise apartar los ojos, pero no lo hice. Esperé.

—Si te contara una cosa, algo que nunca le he confesado a nadie, ¿me prometes, no, me juras que guardarás el secreto?

—Sí —respondí al momento, y entonces lo decía de verdad.

Así de fácil me resultaba jurarle lealtad, me dijera lo que me dijese después, con tal de hacerle saber que podía contar conmigo.

—Esa chica, la del vestido de fiesta y los ojos brillantes, a punto de recibir su primer beso... — Señala la tele con la cabeza, donde aparece la imagen congelada de la actriz en un momento de su romántica historia—. Todo es mentira, ¿sabes? Creces rodeada de princesas y cosas de color de rosa, con finales felices y el «comieron perdices», pero nada de eso es cierto. El mundo es frío y brutal. Eso es lo que deberían enseñarles a las niñas pequeñas, en lugar de esas patrañas.

—Sí, es verdad. —Una sensación de inquietud me subía por la espalda. No se trataba de una pelea con su padre, esto era otra cosa, y lo sabía.

—Empecé a salir con Martin Heaver cuando tenía catorce años. Me gustaba porque lo conocía todo el mundo, era atrevido y popular. Se movía con chulería, y todas las chicas iban detrás de él, a pesar de ser un capullo integral. —Mientras hablaba, no apartaba la mirada de la pantalla, de aquella chica con los labios abiertos a punto de recibir el beso perfecto—. Salimos unas cuantas veces y estuvo bien. Fuimos al cine, dimos paseos románticos, me invitó a una pizza. Era tierno y divertido, y yo... pues estaba muy contenta, la verdad. Nunca había sido tan feliz, y creo que eso fue lo peor. Pensaba que estábamos enamorados, y que era especial. Algo único y maravilloso, como recubierto de purpurina. Fue la primera vez que besé a un chico, y fue perfecto, o eso pensaba yo. Menudo capullo. Cada vez que me acuerdo, me dan ganas de vomitar.

—Rose... —Me arrastré con las rodillas hasta ponerme delante de la pantalla—. Cuéntamelo.

Me miró durante un instante y apartó la cara. Entonces me di cuenta de que no quería que la mirara, ni verme siquiera. Apagué el televisor y me fui hasta la ventana que daba a la calle, tranquila y en silencio.

—Llevábamos saliendo un par de semanas —prosiguió con voz monótona y sombría—. No dejaba de decirme lo mucho que le gustaba, lo en serio que iba conmigo y las ganas que tenía de demostrarlo. Pensé que iba a comprarme un regalo o algo así. Por Dios...

Mirror mirrorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora