Capítulo 2

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Rose domina la situación en la sala de ensayo y les calla la boca con una sola mirada asesina a todos esos capullos que creían que podrían aprender a tocar el bajo en una semana.

—Madre mía, Toby —le dice a su última víctima—. Después de esa chapuza, no te tocaría ni con un palo en lo que me queda de vida. ¿Y así le haces dedos a tu novia?

—Lo siento, tío. —Leo se encoge de hombros—. ¿Y si pruebas a... no tocar nunca más?

Mientras Toby se marcha, rojo como un tomate, echo un vistazo al pasillo y miro la cola que se ha formado. Flipo. Antes era un ser inadaptado del que todo el mundo pasaba, pero ahora hay gente haciendo cola para entrar en mi banda. Es una sensación agradable y desagradable al mismo tiempo. Fue Nai quien nos ayudó a fundar este grupo, es nuestra mejor compositora, el centro de todo. Sus canciones y sus letras son lo que hace que la gente se pare a escucharnos. Y , ahora, la peña hace cola para sustituirla.

Deseo formar parte de este grupo con toda mi alma, lo necesito. Y me temo que eso me convierte en una persona horrible.

Los aspirantes la van cagando uno tras otro, y yo los veo irse, a salvo tras mi batería, hasta que no quedan más que dos.

Por un lado está Emily, una chica guapa y con ese estilo que tanto les gusta a los chavales de mi edad. No es tan buena como para intimidar, pero sí lo bastante como para pasarse el día mirándola y componer poemas sobre su pelo y esas cosas.

En cuanto entra por la puerta, sé que a Rose no le gustará. No hace falta que diga nada, es evidente por el relampagueo que cruza sus ojos. Ella es la tía buena del grupo, y no hay sitio para dos.

Y es una pena, porque cuando empieza a tocar, descubro que es buena. Siento cómo se va adaptando a mi ritmo, infiltrándose entre cada golpe de mis baquetas. Es una sensación agradable, muy agradable, casi íntima. Me descubro contemplando sus ojos azules con una sonrisa, porque cuando toco la batería es el único momento en el que me permito demostrarle a una chica que me gusta sin querer morirme por ello. Ella me devuelve la sonrisa y, sin darme cuenta, se me escurren las baquetas de las manos y caen al suelo con un estruendo.

—Lo siento, bonita —dice Rose sin dedicarle una mirada siquiera—. Me temo que no va a funcionar, pero no ha estado mal.

Emily no reacciona, se limita a encogerse de hombros con mucha gentileza y me sonríe otra vez antes de irse.

—Me gustaba —digo—. ¿Puedo quedármela?

Rose me suelta un puñetazo en el bíceps, y el dolor me llega hasta el hombro. Tiene fuerza, la tía.

— ¡Joder, Rose! ¡Cómo te pasas!

—Qué me voy a pasar... —niega con la cabeza—. Joder, Red, deja de pensar con la entrepierna. No hemos organizado esto para que ligues con la primera guarra que entre por la puerta.

—Emily no es una guarra —dice Leo—. A mí me ha gustado.

—Sois idiotas y no sabéis pensar en otra cosa. Con que tengan tetas, ya os vale. Leo y yo intercambiamos una mirada intentando no sonreír.

—¿No es así como te has convertido en la reina del instituto? —murmura Leo.

Rose le da una colleja.

Después llega Leckraj, un crío cualquiera de secundaria. Me recuerda a mí a los trece años: sin tener ni puta idea de cómo enfrentarme a la jungla del instituto Thames. Su bajo es casi más grande que él, pero al menos sabe tocar como si fuese a quinto del conservatorio. No tan bien como Emily, ni de coña como Naomi, pero servirá. Y parece que no nos queda más remedio, porque era el último de la fila.

—Bueno, Leckraj, te voy a enseñar la partitura del bajo de Pillada mental. Y luego...

—Chicos, ¿podéis parar un momento? De repente, el señor Smith está en mitad de la sala, y da la impresión de que una descarga eléctrica lo ha dejado pegado al suelo, manteniéndolo en pie.

Nunca he visto una expresión como la que hay en su rostro en este momento, como si supiera que el fin del mundo está cerca. Su cara me da miedo. Se me revuelven las tripas. Es algo malo, va a ser algo malo. Nadie dice nada. No hace falta. Es como si el aire que nos rodea se hubiera espesado, inundase mis pulmones y detuviera el tiempo. No puedo respirar. Ya sabemos lo que ha venido a decirnos.

— ¿La han encontrado? —un susurro se escapa de mis labios, pero suena como si lo oyera desde un millón de años luz de distancia. Él asiente, sin poder mirarnos a la cara.

— ¿Está...? —Esta vez es Leo, con los ojos clavados en Smith, esperando recibir el hachazo.

—Está... —El señor Smith parece ahogarse un instante mientras niega con la cabeza. Por fin nos mira, con lágrimas en los ojos, la boca torcida, y tardo un momento en darme cuenta de que...está sonriendo.

—Está viva —dice.

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