Capítulo 11 (1/2)

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—¡Por fin! —exclama Rose cuando me ve salir por la puerta de casa de Nai—. ¿Qué estabas haciendo?

—Ash quería hablar conmigo —le respondo mientras me froto la nuca. No me gusta tener que ocultarles un secreto a mis amigos, pero tampoco me mola hablar de Ashira.

—¿Cómo está? —me pregunta Leo.

Me encojo de hombros. Me alegra que ninguno de los dos mencione nada más.

Mientras nos encaminamos hacia el río, el calor de la tarde de septiembre va calentándome la piel, y la luz del sol salta entre el agua arrojando destellos y brillos. Miro la ciudad que se expande más allá de la ribera, como si todos sus edificios y rascacielos llevaran allí mil años, y sonrío. Adoro este lugar. Resulta difícil no animarse ante tanta vida y tantas posibilidades, como un enjambre de ideas. Dejo a un lado todo lo que me ha dicho Ash, y echo a correr para sentarme sobre la barandilla que me separa de la orilla embarrada que queda abajo. Mis pies cuelgan en el aire, y la brisa marina me azota el rostro. Enseguida llegan Rose y Leo, quien se sienta a mi lado en la barandilla, y durante un rato nos limitamos a observar este lugar en el que vivimos. No he viajado mucho, pero no me hace falta salir de aquí para saber que Londres es la mejor ciudad del mundo; y cuando la miro así, me siento como si formara parte de su ejército: invencible.

Mientras hablaba con Ash, sus ideas y teorías me han parecido muy reales, pero ahora, a la luz del día, junto a mis amigos, no lo tengo tan claro... Ash es bastante intensa, ¿y si no fueran más que ocurrencias nuestras? Sería más sencillo dejar que los adultos se encargasen del tema y confiar en ellos. Sí, mucho más fácil. A fin de cuentas, para eso están, ¿no?

El único problema es que a los adultos les gustan los motivos, las respuestas lógicas que quepan en una caja que puedan etiquetar. Lo que le ha pasado a Nai no es lógico, no tiene sentido ni motivo, ni cabe en una caja, pero no quieren reconocerlo. Tal vez les dé miedo.

—No quiero irme a casa todavía —digo.

—No tenemos por qué —responde Rose—. Los únicos que me esperan son mi padre y la sosa de mi madrastra, y seguro que quieren que hagamos algo juntos. Como ver una peli o jugar al puto Scrabble. Como si por pasar más tiempo con ella fuera a darme menos asco el hecho de que pudiera ser mi hermana mayor. Yo tampoco tengo ganas de volver a casa.

Sin que haga falta añadir nada más, nos alejamos de la ribera y nos dirigimos a la tienda del final de la calle.

—Sé que mi madre estará sufriendo por lo de Aaron cuando llegue a casa —dice Leo—. Me pondrá la cabeza como un bombo en cuanto pase por la puerta. —Se da un golpecito en la coronilla.

—Ya, pero... —Miro a Rose, que levanta las cejas con gesto de curiosidad. Sé que se pregunta qué es lo que voy a decir, y la verdad es que yo también lo hago. Aun así, lo suelto de todos modos —: Bueno, puedo entender que esté preocupada, tío. Tuviste muchos problemas por culpa de Aaron. Y desde que desapareció del mapa, no has tenido casi ninguno... Así que...

—Que te den, Red —me dice, sin ira pero cortante, básicamente para que me calle—. No soy un crío. Soy mayor. Tomo mis propias decisiones, y Aaron es mi hermano, no el puto Al Capone. Deberíais relajaros todos. Voy a pillar algo de beber.

—Déjalo —me dice Rose mientras lo esperamos fuera del Spar—. No merece la pena.

—¿Qué quieres, que acabe como antes? Aaron rajó a un tío y lo mandó al hospital. ¿Y si arrastra a Leo a esa mierda?

—Leo tiene razón, ya es mayorcito. Y tampoco es el mismo del año pasado. Yo confiaría en él.

—Ya confié en Nai —murmuro.

—Sí, pero Nai no es Leo. Él lo ha tenido difícil desde siempre, Red. Yo hago mi numerito de pobre niña rica, pero ya sabemos que mi vida es bastante cómoda, a pesar de que mi padre sea un capullo. Y tú tienes un techo y comida en la nevera, aunque tu madre sea una alcohólica de manual. Pero Leo nunca ha tenido eso, y sabe qué es lo que le espera. Cuando llegue el momento, decidirá lo que hacer al respecto, y tú y yo, con nuestras casas cojonudas, las barrigas llenas y las facturas pagadas, no tenemos ningún derecho a decirle lo que tiene que hacer.

Estudio su rostro como si fuera la primera vez que lo veo, aunque me conozca cada curva y cada recta de sus facciones. Rose es una caja de sorpresas: profunda cuando esperas que sea superficial, amable cuando crees que es cruel. Y , sobre todas esas cosas, es valiente, una de las personas más valientes que conozco.

—Tú también has pasado por mucho —le digo en voz baja—. Eres la persona más fuerte que conozco.

Rose aparta la cara y no dice nada.

—Ya, bueno, pero estoy bien.

—Y mi vida... —me cuesta encontrar las palabras—. No es de manual, precisamente.

—Podría serlo. —Sigue sin mirarme—. Oye, ¿qué te parece Maz Harrison? Es guapo, ¿no?

—¿El hermano mayor de Tina? —La miro—. Si tendrá veinticinco años.

—¿Y? —Rose me dedica su mirada de «¿Qué pasa?».

—Pues que tu madrastra te da asco por la diferencia de edad, pedazo de hipócrita —le recuerdo.

—Eso no tiene nada que ver. Pero vaya, que le gusto.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque me ha escrito por Facebook.

—¡Por Facebook! Eso demuestra lo viejo que es: usa Facebook.

Rose suelta una risita.

—Sí, ya. No había entrado en esa cuenta desde que tenía, no sé, trece años. Es mortal.

—Entonces es un capullo.

—Pero es que es muy mono. Y si conectas con alguien espiritualmente, románticamente, como un encuentro entre almas, ¿qué importa la edad?

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