El mundo se esfuma bajo mis pies. Durante un segundo recuerdo su cara, como la última vez que la vi, su sonrisa, el resplandor de sus ojos, y solo quiero estar con ella.
—Bueno, y ¿dónde está? —pregunta Rose, ansiosa—. Tenemos que ir a verla ya, ahora mismo. ¿Dónde está? ¿Está en casa? ¿Está aquí?
—En Saint Thomas —responde el señor Smith. Rose niega con la cabeza.
—Mierda.
Y yo:
— ¿En el hospital? ¿Qué le ha pasado? Leo aprieta los dientes.
— ¿Le ha hecho daño alguien? ¿Quién coño se ha atrevido?
—Escuchad... —El señor Smith levanta las manos como si tratara de calmar a un puñado de críos gritones—. Sé que es mucho para asimilar, por eso he querido venir a decíroslo en cuanto han informado al instituto. También he hablado con vuestros padres, y están de acuerdo en que os lleve para allá a ver si nos lo explican todo como es debido. Pero hay algo más que debéis saber.
—Pero ¿dónde estaba? —pregunta Rose antes de que pueda pronunciar otra palabra—. Sabrán dónde estaba.
— ¿Ha dicho por qué se fue? —Leo habla en voz baja, rebosante de ira—. ¿Ha explicado por qué se escapó?
— ¿Qué le pasó? —Otra vez yo—. ¿Ha dicho lo que le pasó? El señor Smith se encoge de hombros mientras se sienta en la esquina del escenario, sin dejar de mirar al suelo. Sé que está pensando en cómo darnos las noticias, intentando comprenderlas él mismo, escogiendo las palabras con cuidado. Intenta protegernos, y eso no es bueno.
—Le... le ha pasado algo en las últimas horas. Unos pescadores la encontraron enganchada a unas cuerdas en el embarcadero del puente de Westminster. En el río. Estaba inconsciente, y apenas respiraba. Una cuerda le mantenía la cabeza por encima del agua..., pero está malherida. Tiene un traumatismo en la cabeza, aún no se sabe lo grave que es. Rose me suelta la mano y da dos pasos hacia él, tan rápido que creo que va a pegarle. Él levanta la cara poco a poco y le sostiene la mirada.
— ¿Qué significa eso?
—Significa que hay muchas probabilidades de que no sobreviva.
De la alegría a la desesperación en un instante. Vuelvo a ver su cara, y me pregunto cómo es posible encontrar a alguien y perderlo en el mismo momento.
En una ocasión, cuando tenía diez años, y dado que había acabado muchas veces en el hospital, vinieron a verme los de los servicios sociales. La primera vez me había roto la muñeca jugando con el perrito de los vecinos: dio un salto, me caí de espaldas y me golpeé la mano con un macetero de piedra al aterrizar. Crac. El sonido me produjo náuseas. Después me fastidié el tobillo jugando al fútbol cuando Kevin Monk me hizo una entrada con los dos pies. Eso me dolió que te cagas. Y , por último, me fracturé un par de costillas al caerme de un árbol durante una carrera para ver quién llegaba más rápido hasta arriba. Pero, por lo menos, gané.
Lo más curioso es que disfrutaba de aquellas visitas a urgencias. Me gustaban las largas esperas porque me aseguraban que mi madre o mi padre estarían sentados a mi lado y se quedarían conmigo el tiempo que hiciera falta hasta que me atendieran. Aunque mi padre siempre se estaba perdiendo alguna reunión importante, y aunque mi madre, embarazada de Gracie, estuviese incómoda y cansada, durante esos momentos los tenía para mí. Me escuchaban de verdad, hablábamos, nos reíamos y me dejaban jugar con sus móviles. Cuando me caí del árbol, tuve que quedarme a pasar la noche en observación, por si acaso tenía algo en la cabeza. Mi madre pagó para que pudiéramos ver la tele y se sentó a mi lado toda la noche, cogiéndome de la mano y con una bolsa enorme de Doritos apoyada en su barriga.
Cuando la trabajadora social vino a casa, se puso a hablar conmigo en la mesa de la cocina mientras mi madre se mordía las uñas. Yo no entendía por qué estaba tan preocupada, pero no me gustaba verla de aquella manera. No quería que sufriera, así que le describí los accidentes a la mujer, uno tras otro, con muchos detalles: perro, fútbol, árbol. Luego tuve que repetírselo, y otra vez más cuando mi madre no estaba presente, hasta que por fin recogió sus cosas y se fue.
— ¿Cómo está mi torbellino? —me dijo mi madre al entrar, poniéndome la mano en la cabeza y acariciándome el pelo. Después me preparó un chocolate caliente con nubes, y recuerdo haberme preguntado qué había hecho bien.
La última vez que estuve aquí fue cuando nació Gracie; mi padre nos guio a través de un laberinto de pasillos hasta una habitación llena de cortinas, donde estaba mi madre sentada al borde de su cama con ruedas mientras mi hermanita berreaba a pleno pulmón, roja como un tomate. Cuando estoy de bajón, me acuerdo de ese día: los cuatro alrededor de la cama, unidos, como una familia. El olor del pelo de Gracie. La sonrisa de mi padre. El aspecto cansado pero feliz de mi madre. Siempre tengo presente ese día, porque fue la última vez que sentí que éramos una familia. Sí, esa fue la última vez.
Mientras seguimos al señor Smith por el hospital, todo pasa ante mis ojos como si fuera un espectáculo de realidad virtual cutre, con sus suelos relucientes y sus pasillos infinitos. En el aire flota un olor penetrante que se me pega a la garganta. El silencio en el ascensor, el sonido de nuestras suelas de goma al andar, las luces parpadeantes sobre nuestras cabezas.
Y entonces llegamos a una habitación, y sabemos que nuestra mejor amiga está dentro. Y que puede que se esté muriendo.
Veo a los padres de Nai abrazados en el pasillo, con la cabeza apoyada en el cuello del otro. La mujer se aferra a la camisa de su marido como si temiera ahogarse si se soltara.
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Mirror mirror
Teen FictionLa vida no es perfecta para Red, Leo, Rose y Naomi, pero la música los une, y el futuro de su banda Mirror, Mirror es prometedor. Hasta que Naomi desaparece. Tras encontrar a Naomi inconsciente en un río, la policía baraja la posibilidad del intento...